Estanterías vacías, productos básicos distribuidos a cuenta gotas, ventas racionadas y amenazas gubernamentales contra los llamados “coleros”, es el paisaje que se contrapone a las afirmaciones de Ana María Ortega Tamayo, directora general de Tiendas Caribe: “la prioridad inmediata es proteger la red en CUC y CUP, que satisface las necesidades de la inmensa mayoría de la población”.
“Pero resulta que los coleros y los revendedores nunca fueron, ni serán nunca, la causa de la escasez y el desabastecimiento como ha querido pintarnos el Gobierno. Que hoy ni en el mercado negro encuentres producto alguno es una confirmación”; opinó Tamara Nápoles, quien después de una semana intentando, sin éxito, conseguir café en la red de tiendas en CUC tuvo que pagar 8 CUC por un paquete de café Caracolillo de 230 gramos.
“Es casi el doble de lo que costaba este café que es comercializado exclusivamente por CIMEX. Es decir, este no es un producto importado sino de producción nacional”; explicó Nápoles que, al igual que los habaneros encuestados, teme un vertiginoso aumento de los precios en el mercado negro como consecuencia directa del desabastecimiento de las TRD que ofertan alimentos y aseo personal en CUC.
Un recorrido por una decena de municipios habaneros corroboró que los paquetes de café Hola, que solo se distribuyen mediante la canasta básica, aumentó en el doble su precio.
“De quince subieron a treinta pesos estos sobrecitos de café ‒de siete onzas‒ que son de la peor calidad pues es el que venden en la bodega, para el cubano de a pie descalzo y con ampollas”; remarcó Rolando Valdivia, jubilado con una chequera que no sobrepasa los trescientos cincuenta pesos mensuales.
“No encuentras, en el mercado negro, ni aceite, ni leche en polvo, ni mayonesa, ni puré de tomate, ni arroz, ni pollo. Resultado lógico del paupérrimo surtido en las tiendas de CUC. Han querido tapar el sol con un dedo, y ese mismo dedo es el que le han introducido al cubano en salvo sea el lugar con las tiendas en dólares americanos”, fustigó Valdivia, uno de los tantos cubanos que no recibe remesas familiares desde el exterior.
En el hogar de María de la Caridad Dávalos sus siete miembros‒incluido dos menores y dos adolescentes‒, desde hace un mes, se cepillan los dientes con un “preparado” a base de sal común y un par de frascos de Halitol ‒“regalo de unas amistades”‒, mientras el champú lo sustituyeron con una fórmula casera de sábila y jabón rallado. No pueden darse el lujo de pagar 8 CUC por un tubo de pasta dental Closeup, ni el mismo precio por un frasco de champú Kerol, el más barato de lo que se venden en el mercado negro habanero.
“La única manera de poner freno a los revendedores, si en verdad quiere [el régimen], es surtiendo como es debido las tiendas en CUC que, seamos justos, donde también sus precios están alejados del bolsillo obrero. Pero afirmar que la escasez es culpa de coleros y revendedores es un hurto al sentido común”; cuestionó Dávalos, trabajadora de la industria textil, actualmente devengando solo el 60% de su salario al quedar interrupta tras el decreto de la emergencia nacional en la isla.
“Con mi salario no puedo darme el lujo de comprar un jabón de baño [marca Escudo] a 3 CUC, o una crema de cuerpo en 10 CUC. Cuando la pandemia entró en su ajetreo, casi toda la cadena de tiendas Agua y Jabón cerró.Y no hay que ser ni medianamente inteligente para concluir que ello no fue culpa de los acaparadores”.
Una lata de leche condensada [Vacasa] en 4 CUC, una caja mediana de puré de tomate a 4 CUC y un tubo pequeño de picadillo mixto condimentado en 3 CUC son los precios de Sonia Alejandra, revendedora de una de las barriadas del Cerro quien meses atrás exhibía entre su mercadería más de veinte productos alimenticios.
“Que tome nota a quien corresponda: ni siquiera todos los revendedores unidos podrían ser la causa del desabastecimiento de una provincia. Con ese cuento no se engaña ni a un niño. Los precios en el mercado negro aumentan en la misma proporción en que aumentan los precios de los almaceneros de las tiendas”; explicó Sonia Alejandra, quien aseguró llevar más de cinco años en el negocio de la reventa.
“Un colero necesitaría que sus días fuesen de cuarenta horas para poder dedicarse a las colas y abastecer siquiera a un barrio. La corrupción estatal, a mediana y larga escala, es quien da vida al mercado negro. Pero lógico, eso no lo dicen en el noticiero ni en las asambleas de rendición de cuentas”, concluyó Sonia Alejandra.