Es una agradable sorpresa cuando el teléfono suena y es Marlon. Siempre una alegría infecciosa; siempre un nuevo tema interesante que conversar, una idea creativa o una pregunta curiosa que me hace revisar media biblioteca para poder responderle.
Esta vez, un anuncio, seguido de una petición: “Jíbaro va a hacer su primera exposición en Salón de Protocolo, la galería de Grados. Ven para acá si puedes para que me tires un cabo”. Le digo que por supuesto, que mañana al mediodía estoy allí ¿Cómo fallarle? Marlon es un buen amigo y Jíbaro es la marca en la que lleva trabajando cerca de 2 años ya. De hecho, cuando levanto la vista del teléfono lo primero a donde dirijo los ojos es a la bolsa de lona que cuelga en mi pared como otro más de los cuadros de la sala. “I’m very black” bajo una ilustración de un rostro anciano, marcado y de labios gruesos; y recuerdo el día que me la regaló diciendo que eso era yo.
Y es que Marlon es así, la doctrina de amor que profesa no se manifiesta en sermones ni prédicas, sino que se trata de mirar desprejuiciadamente a su alrededor y ver más allá de tu piel, tu ideología, tu credo. Su fe cristiana se expresa en un sincero intento diario de ver lo bueno en todos y en una vocación de servicio y disciplina profesional envidiable. “El constructor de puentes” me gusta llamarlo jocosamente por siempre andar empeñado en acercar, en conectar, en no dejar que las pequeñas diferencias que separan a las personas y las ideas sean más fuertes que todo aquello que nos conecta ¿Cómo fallarle?
Así que al mediodía siguiente estoy entrando por la puerta de Grados en F entre 23 y 25 para ayudar en lo que pueda. “Cuéntame. ¿Qué estás haciendo aquí?” Y me dice de Simulacrum. Tras tanto tiempo de trabajo y bastante éxito, finalmente se siente cómodo exponiendo su obra en el contexto de una galería. Me cuenta de que quiere sea un organismo vivo, que luzca como seria su tienda ideal con la música correcta, las prendas perfectamente curadas, el ambiente especial y calmado que su marca y su persona trasmiten todo el tiempo a su alrededor. Porque en el fondo, esto es lo que es su exposición, una prueba más, otro paso hacia adelante.
Me habla de poder mostrar la diversidad de su trabajo desde las cosas más elaboradas del denim reciclado con el que adora trabajar, hasta las pequeñitas agendas pasando por pulóveres y accesorios de tal forma que no solo su marca sea flexible y amplia, sino que haya algo asequible para todos los presupuestos.
Me dice de su idea de ofrecerle al público la posibilidad de traer todo tipo de prendas y materiales para modificar y convertir en piezas únicas (unos guantes de boxeo, por ejemplo, que pide prestados desde su humildad sin pensar que una vez más ofrece un regalo inigualable). Me cuenta de ideas, proyectos e intenciones durante toda la tarde y yo no hago más que sentirme agradecida de tenerlo como amigo.
Al final del día, una idea queda clara en mi cabeza, Jíbaro no es una marca, es un ideal al que aspirar casi y, como tal, esto no es una exposición, es un simulacro; una pequeña muestra de lo que la buena energía y la dedicación puede crear.
Así que, si tienes tiempo, llégate a Grados, tómate una de la Bazukas de Raulito y pásate por Salón de Protocolo para que te contagies de esa energía mágica, de esa alegría infecciosa que me da a mí cuando Marlon me llama por teléfono.