A Karly, quien amó el personaje y me hizo amarlo.
El espectacular plano general de Hatidze, personaje central del documental Honeyland, con su blusa amarilla y bufanda en la cabeza mientras escala una colina escarpada para llegar a la colonia de abejas en la grieta de una montaña, resume en esa primera parte la esencia misma de la historia. Ella siempre está escalando alguna dificultad, siempre al límite de sus posibilidades, en el mismo borde del precipicio, mirando silenciosamente el paisaje.
Honeyland, de los realizadores macedonios Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov mereció en el 2019 el premio en el festival de Sundance y fue nominado en la categoría mejor documental y mejor película internacional en los premios Oscar 2020. Llama poderosamente la atención que fuera nominado en ambos apartados. Y es que Honeyland es una pieza de una maestría indiscutible. Una historia de vida que se convierte en macro historia de pobreza, una llamada de alerta para que no olvidemos.
La historia de Hatidze, la última apicultura de Europa, que vive en un pueblito de la Macedonia del norte, y utiliza las tradiciones ancestrales para producir miel en las montañas en condiciones de extrema pobreza, es el centro de un relato que apela en su discurso al llamado cinema verite.
Mérito de los realizadores es haber filmado con mucha sapiencia la experiencia de vida de esta mujer, que vive en una casa con piso de tierra, sin electricidad, con la única compañía de una madre anciana casi ciega, postrada en su camastro. El tempo narrativo en Honeyland lo va dictando la misma vida de la apicultora. Un tempo lento, introspectivo, por momentos desdramatizado, que nos va llevando al mundo de una mujer que vive la extrema pobreza con la alegría de saberse dueña del universo: ella tiene la miel que le dan sus abejas -la mitad del panal-, porque es la ética de los recolectores dejar la otra mitad, ella es feliz en su idílico entorno de silencio y abandono.
La fotografía en el documental deviene personaje. Asistimos a los increíbles parajes desolados como proyección de la vida de la protagonista, quien los atraviesa para ir a Skopje a vender la miel y comprar algún regalo para la madre. Las imágenes traducen la ternura de Hatidze, quien compra a su madre un abanico. Esos parajes constituyen parte de la vida de la mujer, son una extensión de su naturaleza, la cruda existencia que vive a diario, sólo que ella tiene tanto amor para dar que su vida se traduce en servir, servir a su madre, multiplicar sus panales y con la exquisita miel que vende, ganar algunos euros para la subsistencia.
Honeyland posee el virtuosismo de narrar en imágenes la poesía de una existencia en total desamparo. Estas mujeres que parecen olvidadas en una geografía árida y solitaria conviven en armonía y equilibrio con la naturaleza, son naturaleza. En un contundente parlamento la anciana le dice a su hija, quien la mira desde la oscuridad de una casucha alumbrada por velas: no me puedes sacar de aquí, me he convertido en un árbol.
En esencia es también una radiografía de las relaciones de poder. La llegada del patriarca Hussein y su familia nómada con siete hijos al apartado lugar va a marcar la zona de conflicto en la vida de Hatidze y su madre. Lo que al principio pudiera parecer una posible compañía para ella se convierte en una pesadilla, ya que todo en esta familia está signado por la incomunicación y el caos. La desmedida avaricia del patriarca turco y el deseo de lucrar con la producción de miel de manera descarnada va a marcar la angustia de la apicultora, quien desde el primer momento recibió a la familia con una cordialidad y camaradería que nos habla de su espiritualidad y su entrega.
La cámara sigue a los personajes con un discurso contemplativo que traduce la vida de ellos pero no juzga. El lente de los realizadores se convierte en ojo que narra. Asistimos como sujetos participantes a una historia que tiene en su dramaturgia el mayor logro de la pieza, siendo la fotografía y la puesta en escena, así como la introspección elementos que aportan información, pero que sutilmente nos sugieren lecturas múltiples del conflicto.
En Honeyland el signo y el tratamiento espacial connotan un lenguaje que aporta significados al drama mayor de esta mujer y su lucha diaria para sobrevivir en un contexto que no por apartado está exento de violencia. Las relaciones de poder y la violencia a la que es sometida por este hombre avaro, hombre de familia numerosa se nos muestra en el documental con una crudeza que conmueve. Poco a poco asistimos a la invasión de la vida de Hatidze y sus abejas. Lo que en un principio pudiera haber parecido una cordial relación entre vecinos se convierte en la medida que avanza el metraje en una lucha por el espacio y el poder absoluto de este hombre hacia cada pedazo de la vida de la apicultora y sus colmenas.
El micro espacio de Hatidze, se advierte como única fortaleza para resistir un afuera de hostilidad y desamor. Los realizadores han querido que vivamos junto a la heroína sus angustias, pero sobre todo han querido que sintamos el profundo amor que esta mujer le profesa a su madre. Los pocos objetos que posee son para ella lo indispensable.
Esa relación de amor desmedido a su madre y sus abejas constituyen en Honeyland la fortaleza toda de esta mujer que lucha contra molinos de viento y contra una vida que le exige cada día una entrega sin límites, para volver a respirar el siguiente día. Testigos de esta abnegación y amor son las imágenes que traducen la belleza de una vida que pareciera no conocer el odio ni el rencor.
El contrapunteo que proponen los realizadores [observadores participantes] entre la vida de la apicultora y la de sus improvisados vecinos es para la historia los puntos de vista sobre un mismo conflicto: la pobreza. La austera y sencilla vida de Hatidze con su madre y sus abejas es de la de una mujer que construye día a día su universo, tratando de vivir en armonía con la naturaleza, la que necesita para convivir en paz y devolver a ese medio ambiente el equilibro que les permita sobrevivir; la de sus vecinos el resultado de la codicia, y sobre todo del desamor.
Poderosa es en Honeyland la poesía de la cotidianeidad. El canto de esta mujer para calmar a sus panales es de una belleza y una ternura aplastante. La mirada fija de la protagonista con la noche en su rostro es la belleza de una historia que no oculta su verdad, sino que quiere que sintamos junto a ella ese drama cotidiano y sus carencias, las que ella devuelve al mundo con su trabajo y con la sabiduría del amor.
En un documental de una belleza sin precedentes, los realizadores han sabido captar una existencia silenciosa y rica. La riqueza de Hatidze radica en todo lo que tiene para dar. Una de las escenas más conmovedoras es cuando a la llegada del invierno todo se envuelve en una blancura impresionante, Hatidze le dice a su madre muy enferma ya: ¿te imaginas la llegada de la primavera?, a lo que su madre responde: ¿y hay primavera?, han pasado tantos inviernos.
Hacia el final del metraje asistimos al clímax de la historia con la partida de la familia nómada dejando una estela de muerte y desastre en la vida de Hatidze, quien ha perdido sus colmenas y contempla con dolor la llegada del crudo invierno y la tristeza. En unas escenas inolvidables, Hatidze llora desconsolada la pérdida de su madre. El grito de esta mujer ante la llegada de la muerte y la noche son de la de una existencia signada por la contención. La muerte de la madre deviene catarsis para connotar cada pérdida, cada dolor, la soledad.
Las poderosas imágenes de Hatidze corriendo con una antorcha en la noche inmensa y nevada son de una contundencia que sólo podían retratar la sensibilidad de los realizadores, inmersos en ese drama mayor que es el de una mujer sola ante la muerte. Los gritos de la mujer son los gritos de todas las mujeres pobres que como Hatidze se enfrentan a la violencia y a la muerte día a día. Pero ese drama no está exento de amor a la vida y lo que por encima de todo sobrevive: la propia vida. La mirada fija de la protagonista que busca respuestas en silencio pareciera que la encuentra al final a través de una hermosa canción de amor. You are so beautiful canta esa desgarrada voz, una melodía que se escucha entrecortada a través de un viejo radio. Ella es una bella mujer.
Honeyland es un poderoso documento de denuncia social, pero a su vez es un poema visual. Es la historia de una mujer y su pobreza, pero es también un acto de amor, el de la protagonista y los realizadores, que han querido traducir en imágenes el poderoso amor de esta mujer y sus batallas cotidianas, que redunda en el drama colectivo de miles de Hatidzes anónimas.