En la Cuba de los años sesenta del siglo pasado se vendía un muñeco para armar.
Traía narices plásticas, espejuelos plásticos, zapatos plásticos, boca del mismo material y unos zapatones renovables, también plásticos y de distintos colores, como las narices y las gafas. La cabeza era una bola de plastilina, y sobre ella se hundía un sombrero también plástico, que le quitaba a aquel cráneo tosco la forma de papa. Se llamaba Mamerto. En los Estados Unidos, cosa que no sabíamos los niños de entonces, se vendía bajo el nombre de Míster Potato, un ser que era en sí mismo una caricatura del ser humano.
Mamerto es un nombre propio masculino de origen latino y significa "consagrado a Mamers", nombre osco del dios Marte. Debe su difusión como nombre de bautismo a san Mamerto, obispo de Vienne, en la Francia del siglo V. Mamerto, en la actualidad no remite al obispo ni al dios Marte.
En Cuba se usa martes, miércoles, jueves, Y así hasta el martes siguiente, porque describe a un ser falto de inteligencia o entendimiento, o a una persona de poco entendimiento o razón, y tiene todos estos sinónimos: alcornoque, bestia, mentecato, mastuerzo, mamón, panoli, pánfilo, papanatas, memo, soplagaitas, tarado, zopenco, tontaina, retrasado, adoquín borrego y burro, entre otros muchos. Pero el que mejor le queda es “Puesto a Deo”, aunque en las paredes de la isla y en las redes sociales lo llaman con otro nombre que comienza por “S” y termina en “O”, y en el argot popular es sinónimo de “Sin casa”.
El Mamerto, en su acepción más amplia y práctica es un muñeco -o un monigote- sin vida propia. Sin criterio ni personalidad. Algo que se arma para usar en lo que se quiera, ya sea para asustar, para mostrar una presencia, para encabezar una delegación o presidir alguna reunión. Que pudiera cambiar de fisonomía a voluntad de otros. Algo inanimado que responde a lo que manos ajenas hagan de él. Un Mamerto es, sin lugar a dudas, un testaferro, un bulto, y en el caso de Cuba es un presidente que el pueblo no eligió, sino que los que mandan han armado, teniendo en cuenta su conveniencia.
Cuando los culpables del desastre, los hermanos Fidelín y Raulín pensaron en la posibilidad de retirarse, tuvieron que buscar su relevo. Por supuesto, pensaban que nadie iba a ser como ellos, ni de su generación, porque sus contemporáneos ya estaban con un pie aquí y el otro en el infierno, sabían algunos secretos molestos y era más de lo mismo. Para un decorador de interiores lo más importante es no dejar nada que recuerde el ambiente anterior si lo que se pretende es dar una ilusión de apertura, de renovación, de cosa acabadita de desenvolver. Entonces, ambos los dos, el parlanchín imparable -pasado a retiro obligatorio- y el generalín sin batallín pero con botellín, se miraron y creyeron haber descubierto el agua tibia al decidir que el relevo estaba ahí mismo, en lo que siempre habían anunciado que produciría la revolución en su revolcón: “El Hombre Nuevo”.
Ya lo había anunciado el atorrante comandante Guevara en su delirio de combates y muertes cuando dijo aquello que parecía sacado de un manual de escultura: “La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud”. Y aunque no dijo de qué provincia debía de ser aquella juventud, estaba claro que ni Machado Ventura ni Guillermo García calificaban para tomar la antorcha. Ya habían usado demasiado aquella tea para darle fuego a todo lo que servía en el país.
Pero la arcilla fundamental había terminado un poco contaminada por tanta ideología. Se mezcló con marchas del pueblo combatiente, asambleas de balances, actos de repudio, pa´lo que sea Fidel pa´lo que sea, guardias del comité, que se vaya la escoria, movilizaciones a la zafra, preparaciones combativas y un largo etcétera, y donde aquel hombre nuevo debía haber tenido un cerebro claro y sólido, el barro traía demasiadas impurezas, muy parecidas a las heces fecales. Mas, poseía lo principal, lo que más importaba a los que mandaban: la combatividad, la firmeza revolucionaria y la fidelidad a las ideas de Fidel. Si a aquel cúmulo de disparates se les pudiera decir ideas.
Entonces los hermanitos Castro, unidos por el destino y el intestino, comenzaron a hacer quinielas para descartar posibles candidatos y encontrar, entre la maraña de hombres nuevos defectuosos, al mejor candidato para hacerse cargo del desastre que le dejaban. “Tiene que ser de origen campesino”, dijo el barbudo. “Ok, respondió el lampiño, “Guajiro, pero atractivo”. “Y ha de tener carácter, un carácter fuerte” agregó el de las barbas, y el hermano expresó que estaba de acuerdo con que tuviera carácter fuerte, que pareciera bien macho y que fuera atractivo.
“Y tiene que tener firmeza revolucionaria y capacidad organizativa” acotó el hermano mayor. “Y que sea atractivo, alto y de ojos claros”, dijo el menor. “En fin, que inspire respeto, sea confiable, que haya demostrado fidelidad absoluta y madera de jefe”, terminó el Castro más viejo. “Ay, sí, y que sepa bailar” concluyó el lampiño. ¿Y para qué tú quieres eso si no vas a bailar con él?” dijo el primero. “Nadie sabe lo que pueda pasar” respondió el segundo y remató diciendo “que tenga madera, pero bien dura, como el guayacán”, y cerró el grande “no jodas, aquí el único guayacán soy yo”.
Así que se pudieron a barajar nombres y fueron limpiando sobre la mesa hasta que quedaron los que menos disparates hubieran hecho y menos atrocidades cometido. “Este, este” gritó el Castro chiquito poniéndose de pie y simulando bailar pegadito a un tipo alto. “¿Es de origen campesino?” preguntó el Castro primero, ya aburrido de aquel sorteo, deseoso de hablar de la moringa. “Es guajiro, alto, y tiene una miradaaaaaa...No se le entiende mucho lo que habla, pero el pueblo no necesita entender”. “Recuerda que va a quedarse con el gobierno y con el partido” dijo el alto antes de cerrar los ojos y soñar con Hugo Chávez. “Claro, Fidel”, aunque en el fondo él tampoco va a entender nada, porque mis militares lo manejarán todo”.
Fue de esa manera que comenzaron a armar el muñeco, es decir, el Mamerto, teniendo como base un son muy cubano, porque Mamerto tendría que oler, parecer y sonar a continuidad. Ya Miguel Matamoros había escrito en un son las instrucciones para fabricar una maraca, que, en esencia, es muy similar a un Mamerto, aunque la maraca es más útil. En síntesis, las indicaciones decían: “Ahora te voy a explicar cómo se hacen las maracas. Se coge la güira, se le abre un hoyito, la tripa se saca y se pone a secar, y por el hoyito por buenas razones echar municiones. Se le mete un palito, se raspa un poquito, se mueve un poquito y luego a tocar y ya está.
De ese modo construyeron al Mamerto, que ahora cuidan y manejan los coroneles y generales, y lo trajinan y estrujan, y siempre tiene una frase de aliento y una justificación.
Ah, y el Castro lampiño tenía razón: sabe bailar: