La invasión de Rusia a Ucrania y los llamados a la paz desde antes de que el gobierno ruso procediera a la agresión armada, nos compelen a reflexionar seriamente sobre estas dos realidades intrínsecamente contradictorias, sobre la repercusión y el alcance que pueda tener tan grave error, y sobre el doble rasero que, con frecuencia se usa para condenar o justificar una acto de violencia invasiva como el que ha perpetrado Rusia hace pocos días.
La invasión
Las ambiciones hegemónicas y trasnochadamente zaristas vienen amenazando desde hace años tanto al interior de la sociedad rusa como en los antiguos dominios soviéticos. El Occidente del mundo ha hecho una clara opción por la paz, pero Rusia y muy pocos aliados, han intentado justificar su opción por la violencia. Entre los que han justificado esta invasión están Cuba, Venezuela y Nicaragua en nuestra zona.
Ha sido una invasión premeditada, con tiempo suficiente para rectificar, no provocada, no defensiva y sin tener para nada en cuenta el incesante reclamo por la paz y la no agresión, por parte de Occidente, de los Organismos Internacionales, de la Santa Sede y de numerosas iglesias y organizaciones no gubernamentales alrededor del mundo.
Ucrania es un país independiente y soberano, que ya soportó anexiones y desestabilizaciones venidas de su vecino ruso. Ucrania tiene todo el derecho, como todas las naciones de la tierra, de que se respete su integridad territorial, sus opciones políticas, su integración en el bloque de naciones que ha escogido como amigas o aliadas. Ucrania tiene una cultura milenaria y una existencia que se pierde en el tiempo. Nadie duda de su identidad, su idiosincrasia y su actual deseo de integrarse a Occidente. Ucrania ha demostrado su vocación de paz, incluso en crisis anteriores referidas a su inmunidad territorial.
Lo digo claramente, estoy en contra del uso de las invasiones y la agresión armada por parte de un país a otro, sea cual fuere la causa que intente justificarla. Sea cual fuere el invasor o el invadido. Y también debo decir que, como toda regla tiene su excepción, sabemos que solo el Consejo de Seguridad de la ONU pudiera autorizar una intervención humanitaria justificada, temporalmente acotada y proporcionalmente ejecutada, para impedir que el caos, la violación flagrante, sistemática e internacionalmente comprobada de los derechos humanos de poblaciones enteras o en casos de genocidio. Nada de esto ocurre en Ucrania. Este no es el caso.
Al mismo tiempo que reprobamos esta invasión, lamentamos profundamente el costo humano en ambos frentes, rezo por las víctimas y sus familiares, y me adhiero a todos los esfuerzos para restituir la paz, la integridad territorial de Ucrania y la retirada inmediata y total de todas las fuerzas invasoras.
La paz
Una vez más debemos aprender de este terrible crimen. Una vez más la muerte y la violencia, siempre deplorables, nos deberían conducir a una reflexión profunda que nos decida a prever, alertar y evitar todo camino que conduzca a estas aborrecibles consecuencias:
La paz no es automática, ni permanente. Es don y tarea. La paz es frágil y hay que cuidarla, cultivarla, alimentarla a tiempo para evitar males mayores, y a destiempo para reconstruirla.
No se puede esperar indefinidamente, ni aceptar pasiva e indolentemente, que el uso de la violencia y la represión, que la imposición de todo tipo de fuerza sobre la libertad, ni que el desprecio a los derechos humanos de los ciudadanos y naciones sean perpetrados impunemente. Este tipo de indolencia o disimulo puede desembocar un día en lo que estamos viviendo. Esto sirve para Rusia, para Cuba y para cualquier país del mundo.
La paz es fruto de la justicia, dice la Biblia. Por tanto, las injusticias recurrentes y acumuladas son, y serán siempre, fuente y semillero de violencia y de muerte. La paz sin justicia es la paz de los sepulcros o de las mazmorras. Quienes violan la justicia, o la administran arbitrariamente, preparan la muerte de la paz.
San Juan XXIII, el Papa que vivió la Crisis de los Misiles, o crisis de octubre de 1962, en la que se vieron involucrados muy seriamente Cuba, Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, escribió una de sus cartas encíclicas, que más vigencia tiene hoy para Cuba, para Rusia, para Estados Unidos y todo el mundo, la Carta “Pacem in terris” de 1963. En ese histórico documento el Pontífice ofrece, a todos los hombres de buena voluntad, los cuatro pilares indispensables para garantizar la convivencia entre los ciudadanos y entre las naciones, cuando expresa: “la convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad, la justicia, la libertad y el Amor” (cf. 35 y ss).
Por tanto, donde quiera que sea destruido uno de esos cuatro cimientos de la convivencia, se pone en grave peligro la paz. Estos son cuatro valores determinantes y, a la vez, son cuatro criterios de juicio para evaluar cualquier acontecimiento por nosotros mismos y con independencia de lo que opinen unos y otros: ¿Se está conociendo y divulgando la verdad de estos hechos? ¿Estos acontecimientos son justos, es decir, buscan el bien de la persona humana y de las naciones? ¿Estos hechos salvaguardan, o violan y reprimen, la libertad de cada ciudadano y de cada nación? Y lo más importante: ¿Estos eventos siembran, cultivan o fomentan el valor supremo y fundacional del amor? Que cada cual pueda usar estas herramientas éticas y cívicas para formarse su propia opinión y juicio sobre este y cualquier otro acontecimiento.
Cuba, evidentemente, no está ahora mismo en el lugar que desearon sus padres fundadores. Ni en el ámbito interno por la forma en que se ha reprimido a los manifestantes pacíficos del 11 de julio pasado, ni en sus relaciones internacionales en que no ha condenado clara y tajantemente un acto de agresión e invasión a una nación independiente. Esta postura no es de ahora, recordamos lamentablemente el apoyo de las autoridades cubanas de entonces a la invasión soviética a Checoslovaquia. No aprendemos de la historia ni de los errores propios y ajenos.
Que no muera la esperanza
No obstante, habiendo dejado clara la reprobación a toda invasión y violencia, por un lado; y habiendo optado por una paz verdadera que es la que se fundamenta en la verdad, la libertad, la justicia y el amor, no quisiera que nos dejáramos vencer por este nuevo y gravísimo error de la humanidad. Creo ardientemente que la última palabra será de la verdad. Confío en que la justicia triunfe sobre los abusos de poder. Tengo la certeza de que la libertad está inscrita de forma imborrable en el corazón de cada persona y en el alma de las naciones. Profeso que, como dice la Biblia: Al final, solo permanecerá el amor.
Que no cunda el desánimo, que no se nos apague la esperanza. Fijemos nuestra mirada y nuestro corazón en la universal e inapagable exigencia de la inmensa mayoría de la humanidad a favor de la paz y de la libertad. Grabemos en nuestra alma los innumerables gestos de perdón y reconciliación que se están dando entre ciudadanos rusos y ucranianos. Abrazo de audacia y esperanza.
En ese abrazo está la verdad y la salvación de la humanidad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.
**Foto: Association France pour la démocratie à Cuba/ Facebook.