¿Quién quiere una suegra?... Yo no

Las suegras son personajes peculiares y omnipresentes, las hay de muchos tipos. Dicen que existen las buenas aunque las experiencias siempre apunten hacia lo contrario
¿Quién quiere una suegra?... Yo no
 

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Suegra, suegra, suegra…para qué pensar siquiera que esa palabra existe. Yo nunca pensé en ella hasta que choqué con mi primera relación formal, duradera, tóxica, asqueante y, por supuesto, terminable. Lo mejor es que también rompí con la suegra.

La palabreja esa proviene del latín vulgar socra que a su vez viene del latín clásico socrus, cuyo significado es madre del marido o de la esposa, madre política…y si algo es político pues es falso, digo yo. Aunque lo cómico aquí es que las suegras vienen siendo las mismas desde el latín, no creo que nada haya cambiado, muy políticas ellas...todo el tiempo.

Mi primerísima suegra, esa que me hizo ver la luz, vino con el novio iniciático. Todos tenemos un “Génesis”, un capitulito bíblico al que remontarnos para recordar qué no queremos de nuevo, qué no puede atravesarse en nuestro camino, qué alejar al primer indicio de “esto se parece a aquello”. Yo lo tengo y ustedes también. El mío empieza con R, me llevaba 16 años, era un científico loco (los adoro así, a mí mándenme físicos, matemáticos puros, ingenieros, todo distante a mi verborrea), mulatón de 1.82 de estatura, se hacía el interesante y era el colmo de la prepotencia. Pero yo en mis 15 años solo veía que todo lo prohibido confluía en alguien y esa sensación aún hoy me perturba, la prohibición da morbo, despierta.

R a sus 31 seguía viviendo con su madre, una situación totalmente común en Cuba. Yo era la “menorcita” y aunque esa relación era un delito como lo veo hoy, pues yo andaba muy feliz con mi mulato y con las peleas de mi madre. R se negaba a aquello, yo era una experiencia no vivida (algún día escribiré sobre R como lo merece) y su progenitora lo sabía, sabía que la “chiquita esa” viraría un poquito su mundo. Yo era la nuera no deseada, tal como el hijo no deseado, pero a mí no me había parido.

Lo que nunca entenderé es por qué la mayoría de los chistes de suegras son hechos por hombres. Mi mamá que suele ser esquiva al cariño siempre ha sido un amor con sus yernos y conozco decenas de casos similares. Aquí las miradas con odio son dirigidas a nosotras las hijas de Eva. La suegra establece un tipo de comparación en la que no quiere salir perdiendo: “nunca serás lo suficientemente buena para mi hijo porque ya yo existo”. Así que las bromas esas deberíamos hacerlas nosotras desde el calvario que nos hacen atravesar. La eterna prueba.

Nunca fui buena para X, aunque ella no supiera cocinar y a mí se me diera genial, aunque no sospechara qué hacer con su vida a sus 50 y aunque yo me desviviera por hacer que todo fluyera; las cosas entre nosotras no fluyeron, éramos agua estancada, nido de mosquitos. 

Durante casi seis años nos soportamos como pudimos, yo la odiaba y la convertía en centro de todas mis conversaciones y les decía a mis amigas que no tuvieran suegras. Ninguna me hizo caso. Habitábamos el mismo espacio y sin embargo cocinábamos separadas en una casa con solo tres personas, lavábamos separadas e incluso la limpieza podía ser también así: no tocaba su cuarto. La situación destilaba incomodidad. 

X tuvo un accidente cerebrovascular y mi vida, por unos meses, se convirtió en atenderla, mimarla, cuidarla en extremo e incluso faltar a exámenes en la universidad.  X se aprovechó todo lo que pudo porque su hijo era bastante indiferente con ella. Un día traicioné a R, que me había sembrado todo un huerto en la cabeza, y terminé aquello y con X, por supuesto. No había necesidad de continuar la farsa. Quizás ya hoy ni me recuerda, será lo mejor.

Luego vendría otra suegra, V, pero esta duró solo tres meses y su recuerdo más presente es que cada cuchara tenía un uso, y crucificado sea mi nombre si me equivocaba y metía la cuchara del sofrito en los frijoles o en la carne.
Más tarde llegaría mi otra relación de casi seis años: mi matrimonio y por ahora mi última bruja, digo suegra. Esta venía programada de otra manera, el modus operandi era muy diferente. X era frontal, sin embargo M era una moneda, dos caras bien distintas. Si vamos a clasificarla por ahí dirían que su nombre científico es Suegrus Hipocritus. De frente me amaba, pero al final terminó serruchándome el piso.

Con M todo era maravilla, no se metía en nada, ayudaba en todo, cocinaba rico, me dejaba hacer y deshacer en su cocina, me sentía cómoda con ella. Pero un día alguien llamado esposo se fue hacia Estados Unidos o como decimos acá: se fue pal yuma… y todo cambió. 
La nuera perfecta se convirtió en un canal de comunicación (nadie la mandó a estudiar Periodismo). Nadie quería embarrarse de eso tan cutre que es “vivir del que se fue” y la chica “emisora de radio” pedía lo de todos. La nuera perfecta salía poco, solo con el mejor amigo del esposo, y entonces la suegra imperfecta comenzó a decir que allí había algo, un algo que nunca existió. Y le contó a sus amigas y a algún otro chismoso que terminó diciéndome. En tres años de espera la súper suegra comenzó a sacar las garras, me convertí en la esclava que lava, friega, cocina y limpia. Muchos, incluido mi esposo, me había advertido de sus mañas, pero yo opté por quererla y asumirla como era… hasta un día.

Mis muchas horas con X me ayudaron a sobrellevar con hipocresía a M. A bordear aquel odio infundado que no la dejaba ver a su hijo darme besos sin reclamar los suyos. Cada detalle de mi ex esposo tenía que ser replicado en ella, y si él le mentía y le decía que el perfume que le regalaba era más caro que el mío entonces ella volaba. Yo era la competencia. El cuento de M es mucho más largo, pero hasta a mí me aburre. 

Hoy, por suerte, ya no queda matrimonio ni suegra. A veces me pregunto cómo será tener otra, si podré soportarla. Entonces me digo que no, que me mantendré alejada de la próxima como si eso fuera del todo posible. Por ahora, no quiero suegras…quiero novios, eso sí. Pero por favor que esos jevitos no las traigan porque yo me rehúso a visitarlas.