Vanessa Castro es Licenciada en Español Literatura, antes de que acabe el
año será Máster en Ciencias Pedagógicas, y después seguirá estudiando en
busca del Doctorado. Sin embargo ya no da clases, ahora es emprendedora,
dueña de la Floristería Atalanta.
Ella, como tantos otros jóvenes profesionales en Cuba, ha decidido abandonar
el magisterio y trabajar por cuenta propia en busca de mejoras económicas.
“Profesionalmente me sentía realizada, al final estaba haciendo lo que me
gustaba: enseñar, pero no era suficiente, no tenía un salario digno, además las
condiciones de trabajo para los maestros cubanos no son las que merecemos”,
confiesa Vanessa mientras riega sus flores.
En Cuba se repite desde edades tempranas una frase de José de la Luz y
Caballero: “Educar puede cualquiera, instruir, solo quien sea un evangelio
vivo”. Y esa fue la premisa de nuestra entrevistada. Desde pequeña se inclinó
hacia el magisterio, su entretenimiento de niña era jugar a la escuelita, un
método lúdico que la hizo enamorarse de la pizarra y el borrador.
“Llegué al Pedagógico Enrique José Varona porque estaba en mi destino,
-confiesa Vanessa- yo ni siquiera lo puse en mi boleta al concluir el
preuniversitario, pero al final terminé estudiando para maestra”.
Sin embargo su amor por dar clases no pudo superar la decepción de un
salario que no le alcanzaba para vivir dignamente. Vanessa convive con sus
padres, su papá ya está jubilado y su mamá lo hará en breve tiempo. Entonces
sus responsabilidades en el hogar crecerán, tendrá que ocuparse de la
economía familiar, pero con su cobro como maestra no podrá hacerlo.
“Me sentía realizada dentro del aula con mis alumnos, sin embargo afuera el
ambiente se tensó, con la propia dinámica de la escuela hubo cosas que
chocaban con mi manera de proceder, con mi manera de pensar, con mis
principios; cosas que nos enseñan desde que somos pequeños y que se
vuelven contradictorios, se vuelven irónicos. A veces nos enseñan a
defendernos con nuestros criterios, con nuestros principios de justicia y muchas
veces, tristemente, no se respetan esos derechos ni ideales de justicia”.
Entonces Vanessa lo pensó bien, no quería abandonar a sus estudiantes, pero
un día decidió emprender, encontró en su negocio de flores el salvavidas
económico que le permitiría salir del bache.
“Yo me siento bien. Me llena. Trabajar con flores es como trabajar con almas
humanas, cuando prenden perfuman su entorno, como las personas cuando
aprenden. Pero la nostalgia por el aula, por la clase, por el ambiente escolar, es
inevitable”, dice bajando el tono de voz mientras mira fijo su puesto de venta.
Sin embargo Vanessa no abandonó de un tirón a sus alumnos porque
responsabilidad es lo que le sobra a esta joven de estatura pequeña pero de
principios muy grandes. Cuando informó en su departamento que se iría de la
escuela dejó bien claro que seguiría tutorando a dos estudiantes con las que ya
tenía un proyecto de investigación.
“Era mi responsabilidad”, aclara.
Según lo establecido en el Pedagógico ella tenía el derecho a seguir con el
proceso investigativo. Pasaron siete meses y Addig Rodríguez Linares Jefa de
Departamento, le notificó que a partir de ese momento por problemas legales
se le iba a asignar una cotutora a cada estudiante y que ella seguiría como la
tutora principal. Para Vanessa eso no resultó un problema grave, sin embargo
a solo unas semanas de la entrega del trabajo de curso las cosas cambiaron.
Ahora ella ya no era la tutora, sino la cotutora, que la nueva persona enterada
en el último mes de la investigación era la tutora oficial, que su trabajo por tanto
tiempo, prácticamente, quedaba desprovisto de valor; y que para sellar tamaña
decisión se alegaba que Vanessa no tenía categoría docente para tutorar. Pero
no había razón para manifestar su incapacidad, ella como Profesora Instructora
sí podía, y debía tutorar trabajos de curso, y que además la Resolución
Metodológica 2/18, dispone que los estudiantes pueden decidir quiénes serán
sus tutores aunque no sean plantilla de la propia escuela.
Es válido destacar que Vanessa es una joven rebelde, que además se
considera feminista, una feminista cubana, que lucha por la igualdad de
oportunidades de hombres y mujeres, por la igualdad de derechos y
responsabilidades, y que además no se limita a exponer su criterio, cree en la
libertad que debe tener el ser humano para expresarse, que publicó en su
cuenta personal de Facebook su inconformidad con su Jefa de Departamento
de no dejarla tutorar hasta el final las tesis con las que estaba vinculada.
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Cuando la joven profesora decidió irse de la escuela sabía que no podía
hacerlo de un día para otro, que eso, como tantísimas cosas en Cuba, lleva un
proceso, lento en la mayoría de los casos. Ella debía haber esperado a que su
baja llegara, pero ese tiempo lo tenía que pasar trabajando, cosa que no hizo.
Su baja oficial debía salir en mayo, pero no fue hasta la segunda quincena de
junio que se arreglaron los papeles. En ese momento ella sabía que de alguna
forma la iban a sancionar, según lo que se estila en estos casos, por
abandonar el puesto laboral. Pero contra Vanessa bajaron todo el peso de la
ley.
“Cuando me citaron para la baja me dijeron que no solo iba a ser sancionada
por irme antes de tiempo, sino que ahora, por resolución de la Rectora del
Pedagógico, yo iba a ser separada definitivamente de mi puesto laboral. No
estuve de acuerdo porque me parece que no fue un proceso justo, yo había
renunciado, ellos no me pueden expulsar por pensar diferente, no me pueden
silenciar. Por eso apelé”.
Pudiera ser que por intentar exponer sus criterios con libertad, la profe Vanessa
ahora es vista de forma distinta frente a sus colegas, vista con otros ojos quizás, por su Jefa de Departamento, quien se encargó además de revisar el
perfil personal de la profesora, de anotar minuciosamente el nombre de los
estudiantes que le habían dado Like, que habían comentado, compartido, o que
de alguna forma hubieran simpatizado con la publicación en la que nuestra
protagonista exponía públicamente sus desacuerdos con Addig Rodríguez.
A pesar de las adversidades que en los últimos meses ha vivido esta joven de
apenas 26 años, ella insiste en volver a las aulas, donde late más fuerte su
corazón.
“Cuba necesita que los profesores, amén de los sinsabores, amén de las
decepciones, sigamos creyendo en el mejoramiento humano, en el
mejoramiento del sistema educativo y las condiciones. Yo pienso regresar al magisterio
porque es lo que me gusta hacer y porque es lo que el país necesita”.