La noticia de una nueva transformación en el paisaje capitalino ha despertado la justa preocupación de muchas personas que sienten amor por nuestra Habana, aun estando sucia, descolorida, polvorienta, casi en ruinas.
Se trata nada más y nada menos que del muro del malecón, el hermoso paseo frente al mar convertido por décadas en la más democrática fuente de ocio, diversión y placer en una Cuba donde la monetización de la vida avanza de manera rapaz.
Pero el cambio climático es una realidad demasiado evidente, y está claro que algo hay que hacer. En apenas 30 años el nivel del mar subirá más de 29 centímetros como promedio, lo cual es una cifra muy alarmante, e implica que amplias zonas costeras quedarán sumergidas. En la actualidad, las mediciones realizadas para Cuba rebelan un retroceso de la línea de costa de entre 1,5 a 2 metros cada año.
En mi criterio, lo que molesta a las personas sensibilizadas no es tanto reconocer los retos que tenemos, como asumir dócilmente las medidas de transformación urbanística que se imponen desde supuestos centros de saber y poder en la isla.
Han sido demasiadas décadas de malos diseños y pésimas ejecuciones, no determinadas únicamente por la escasez de recursos materiales, sino por una cultura de la apatía, la desidia, el burocratismo, el desvío de recursos y la corrupción a todos los niveles (empezando por los más altos).
Proyectos que a fuerza de ser “de todos” acaban por no ser de nadie y valen por lo que cada quien pueda quitarle y llevarse para su casa y los suyos.
Quienes hemos visto los salideros en edificios acabados de construir, las grietas en calles recién asfaltadas, los servicios congestionados de Internet después de que ETECSA pone en marcha equipamientos nuevos, los hoteles vacíos después de colocar millones de dólares en su construcción, no podemos confiar en los proyectos de un gobierno probadamente ineficiente e ineficaz.
Por eso, al mirar a nuestro muro del malecón, sentimos esa certeza de que lo van a dejar peor de lo que está. Que será más feo, menos resistente a los embates de los ciclones y, para colmo, nos arrebatarán la única cosa bella y gratis que podemos disfrutar entre todos en nuestra Habana.
Es por ello que, en mi criterio, se hace imprescindible intervenir esta obra arquitectónica, la ciudadanía debería asegurarse de una serie de puntos básicos:
- Iniciar un proceso de deliberación. La deliberación no es lo mismo que el debate. En este último las partes se aseguran solo de presentar sus visiones y argumentos sobre un tema. En la deliberación, sin embargo, estas argumentaciones informadas están enfocadas en la construcción de algo en común, se involucran a expertos, pero ellos no toman decisiones por su cuenta.
- Todas las personas interesadas deberán tener acceso a la información que se maneje. Ello incluye no solo las diferentes alternativas de diseño, sino los pros y contras de cada una, la información de los autores y entidades participantes, todo lo referido a las finanzas y presupuesto, y cuanto aspecto esté vinculado al tema.
- Habaneros y habaneras, a través de estructuras participativas, deberían poder incidir de manera real en la toma de decisiones. Ello implica no solo decidir si se debe o no levantar el muro, sino en qué partes es recomendable hacerlo, y en qué partes no; así como las alturas recomendadas en cada caso.
- La solución debe ser integral, pues si los sistemas de desagüe de la ciudad están obsoletos y obstruidos, si los edificios cercanos siguen en peligro de derrumbe, si no hay cestos de basura disponibles, si los policías siguen orientando a las personas que lancen las botellas al mar, si la deforestación avanza sin coto, o si la Seguridad del Estado vuelve a criminalizar a los grupos ambientalistas que limpian las costas, entonces podemos evitarnos tanto esfuerzo y dejar que se hunda todo en el Mar Caribe.
- Permitir una participación activa de la prensa, a fin de socializar el proceso.
- Incluir a activistas, vecinos y vecinas, organizaciones ambientalistas, asociaciones de arquitectura, estudiantes, en la evaluación antes, durante y después de finalizadas las obras.
- Conocer de manera pública los informes que las entidades responsables emiten a sus donantes o financistas internacionales, a fin de asegurarnos que no se mienta o se inventen excusas.
- Asegurarnos que la justicia laboral proteja verdaderamente a quienes laboren en ese empeño, sin espacio para discriminaciones de ningún tipo, ni de corrupción estatal que prive a obreros y obreras de sus salarios y beneficios sociales. (Espero que en esta ocasión el gobierno cubano no traiga a trabajadores de la India)
Esta no es una lista exhaustiva; pero creo que, si los ciudadanos insisten en que estos elementos se cumplan, quizás se pueda intentar salvar nuestro malecón y a la vez protegernos de los duros embates ambientales que nos esperan.