La desescalada en Cuba se inicia con una escalada. Una escalada de la represión, donde la fuerza bruta de la policía -valga la redundancia- es la respuesta inmediata a cualquier opinión diferente, a todo cuestionamiento y a la más mínima inquietud ciudadana.
Las primeras víctimas han sido “el artista Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maikel Castillo”, detenidos y golpeados dentro de un carro patrulla que los llevaba a la unidad de Cuba y Chacón, en La Habana Vieja y que luego de una noche de abusivo calabozo fueran advertidos -más bien “instruidos”- por la Seguridad del Estado al día siguiente.
Quise saber por qué y cómo sucedió esta golpiza en la que participaron al menos 10 uniformados con roña y energía, y le he pedido a un policía, exvecino y amigo mío, que me contara todo, que me comentara los lamentables sucesos y me diera su punto de vista sobre ellos. Celso Horal, que así se llama el agente, es carpetero de dicha unidad. Él mismo dice, sonriendo, que su madre está muy orgullosa porque su hijo ha llegado a ese puesto. Así que Celso Horal ha accedido a informarme bajo estricto anonimato, por eso ya no diré el nombre de Celso Horal, y a partir de ahora me referiré a él como El Carpetero.
Comienzo refrescándole la memoria y le recuerdo que desde hace mucho tiempo la policía cubana estaba tan loca por dar golpes que se comentaba que, en ocasiones, en la estación de Zanja, cerraban las puertas, apagaban las luces y se fajaban entre ellos. Le pregunto entonces en primer lugar por qué detuvieron a Maikel Castillo, que estaba tranquilo comiéndose un pan.
El Carpetero me mira y me dice, muy convencido, que el sujeto se estaba comiendo el pan en la calle, sin nasobuco.
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¿Y cómo se iba a comer el pan con el nasobuco puesto? le pregunto. Y me mira como si yo hubiera desembarcado de la estación orbital o de una Soyuz y me replica, muy convencido, que “la orientación es que en la calle no se puede estar sin nasobuco. Y punto”.
Cuando le pregunto si esa es razón suficiente para detener a los dos jóvenes artistas, Celso El Carpetero, condescendiente, me aclara que, si alguien incumple la ley, va pa´ la unidad, porque la ley es la ley, y sin la ley no hay ley. Le pregunto entonces si no es una exageración, y él, con paciencia que le agradezco -ha palpado dos veces su tonfa y su pistola- dice que “esos muchachos son saboteadores. Que provocan a la policía y que estaban loquitos porque la revolución les diera una respuesta contundente. Y eso hicieron los compañeros patrulleros. Una respuesta de la revolución, una respuesta contundente”. Luego me mira como si yo estuviera en un frasco de formol y recalca haciendo gesto de pegar: “¿Y dígame usted, compay, si hay algo más contundente que una tonfa?”
Luego, cuando le digo que le pegaron entre 10 agentes, dentro y fuera del carro de patrulla, El Carpetero hace con la mano un gesto de desgano y me dice que “le dieron piña de hombre a hombre, no como la policía imperialista yanqui, que son unos abusadores criminales. Ni siquiera les pusieron la rodilla en el pescuezo”. Y para que yo acabe de entender de una vez y por todas que, si la policía no se hubiera defendido, Luis Manuel Otero y Maikel Castillo hubieran masacrado a los uniformados. Y que la PNR no es como la Seguridad del Estado, porque ellos se fajan cara a cara, tonfa a tonfa, y no usan cocodrilos sin dientes ni gorilas aberrados sexuales”.
Le doy las gracias por su amabilidad y por haber respondido mis inquietudes sin haberme pegado. Pero él, para ver si yo he entendido la postura de la policía cubana, de la que él es un glorioso carpetero, insiste y me pregunta: “¿Usted está claro que lo que hicimos fue una respuesta de nuestra revolución? A los enemigos hay que cortarles la cabeza. Nosotros defendemos al partido y a Fidel, y volveríamos a pegarles sin vuelven a comer pan sin nasobuco”.
Y para que no lo olvide, saca su tonfa, la enarbola para demostrar que la cubana es la quinta policía del mundo y me despide diciendo: “Póngalo ahí, periodista, que la revolución tiene que responder muy duro, porque pegando se entiende la gente”.
Cuando me voy, siento un ruido. Vuelvo la cabeza y Celso ha partido en dos la tonfa con sus manos. Se nota la fuerza de la revolución.