Obama en Cuba: la historia de amor que nunca se concretó

El 20 de marzo de 2016 Barack Obama aterrizó en La Habana. Eran las 16:29 hora local, y en la tarde lluviosa el mandatario norteamericano bajó las escalerillas del Air Force One, con paso deportivo y una gran sonrisa, bajo un paraguas negro. Llevaba en una mano una rosa blanca para Raúl Castro.
 

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El 20 de marzo de 2016 Barack Obama, 44 presidente de los Estados Unidos de América, la poderosa nación con la que el estado cubano había estado en guerra desde finales de1959, aterrizó en La Habana. Eran las 16:29 hora local, y en la tarde lluviosa el mandatario norteamericano bajó las escalerillas del Air Force One con paso deportivo y una gran sonrisa, bajo un paraguas negro. Llevaba en una mano una rosa blanca para Raúl Castro.

La rosa no era una flor física, sino la intención de acercamiento de dos pueblos y dos países cuyo enfrentamiento ha dividido a las familias de la isla. Así lo expresó el visitante, en el primer discurso que un presidente norteamericano ha podido dar en Cuba después de la llegada al poder de Fidel Castro. Obama dijo en español “Cultivo una rosa blanca”, y provocó un aplauso cerrado. Y continuó diciendo “En su más célebre poema José Martí hizo esta oferta de amistad y paz tanto a amigos como enemigos. Hoy, como Presidente de Estados Unidos de América yo le ofrezco al pueblo cubano el saludo de paz

Barack Obama sonrió, caminó por las calles sin miedo a que le cayera encima un balcón de Centro Habana, de lo que no le salvaría ni el servicio secreto. Estrechó manos, jugó dominó en uno de los programas de la televisión cubana más gustados. Y no viajó solo, en plan presidencial, ni como emperador del imperio. Iba acompañado de su esposa Michelle, sus hijas Malia y Sasha y su suegra Marian Robinson. Y cuando un hombre hace una visita acompañado de su esposa y sus hijos, va en son de paz aunque le acompañe también la suegra.

El presidente Obama llevaba en el corazón y en la mente esa rosa blanca que el pueblo intuyó y olió, cansado de tanto ruido de sable, de tanto tableteo de ametralladoras, de tanto dejar lejos a los hijos para satisfacer no sé qué mala manía de tanta trinchera, si lo que el pueblo quiere es levantar paredes y techos en paz para acercarse un día, si fuera posible, a algún destello de la felicidad.

Pero alguien no quería rosas blancas sino coronas de flores marchitas para seguir acumulando muertos y culpar al imperio. Alguien echó por tierra aquellas palabras serenas, el ánimo de acabar por una vez con tanto secretismo y tanto complejo que aún mantienen los absurdos viejos guerreros que parecen tener terror a que el pueblo los llame un día a contar por haber destruido una nación y haber caminado en sentido contrario a la alegría.

La Habana fue en esos días una ciudad distinta. El enemigo era de carne y hueso y sin embargo dejó el arsenal en casa y voló a ofrecer la serenidad, la posibilidad de dilucidar cualquier desacuerdo sentados alrededor de una mesa como la gente decente y civilizada. Llegó a ofrecerle a esa isla en ruinas, la paz, que es el bien más preciado en este mundo horrible al que nos han llevado las ideologías de izquierdas y de derechas. Y un poco de aire para no seguir construyendo trincheras ni reparando cañones, sino para respirar, y que un día no muy lejano puedan regresar todos los hijos que esos viejos recalcitrantes han alejado de su cielo y se han visto obligados a buscar en otros cielos lo que la patria no les dio.

Pero alguien quería que siguiera la guerra, que nadie descansara con el escándalo de la caballería y el olor a pólvora, que las bombas de la imaginación delirante siguieran estallando sobre el país desolado. Alguien necesitaba que el enemigo siguiera siendo enemigo, que le permitiera continuar pasando la vieja y raída película de David y Goliath, para que el mundo nos siguiera viendo con lástima y pena, y justificar así la incapacidad de los dirigentes cubanos de hacer algo por el bien de las personas.

Fue como la historia del enamorado que llega bajo la lluvia, y entrega un regalo, y espera que lo inviten a entrar y que haya sonrisas, y que le brinden un vaso de agua y un poco de café. Hoy hace tres años de ese día en el que Cuba pudo entrar por fin en el siglo XXI. Y si no era una posible hermosa historia de amor, al menos pudo ser el inicio de una serena amistad.

Pero al enamorado de buen corazón le tiraron la puerta en la cara con el pretexto de todo lo que se habían odiado los abuelos.

De la serie "UnHate". Cortesía de Erik Ravelo
De la serie "UnHate". Cortesía de Erik Ravelo

 

 

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