Las autoridades chinas aprovechan la propagación del coronavirus covid-19 a Hong Kong, que acapara los titulares, para encubrir la represión de los líderes opositores en la ciudad, tan populares como detestados son allí los mandarines comunistas de Beijing.
El viernes, la policía arrestó a Jimmy Lai, el fundador del periódico opositor Apple Daily, junto con dos políticos conocidos, Lee Cheuk-yan y Yeung Sum. Fueron acusados de participar en una marcha no autorizada hace más de seis meses, el 31 de agosto, un día en que cientos de miles salieron a las calles.
Es comprensible que el gobierno chino tema y desprecie a Lai, un millonario excéntrico. En un artículo de opinión publicado del 19 de febrero en el Wall Street Journal, declaró que “la propagación del coronavirus ha revelado una verdad que representa un riesgo mucho mayor para el Sr. Xi (Jinping): no hay cura para el comunismo chino, excepto el colapso del partido”.
Su punto fue que la falta de información ayudó a la propagación del virus y reforzó la desconfianza con la que el régimen es considerado tanto por el mundo como por su propia gente.
Beijing ve una oportunidad estupenda para deshacerse de oponentes clave en Hong Kong mientras el país y el mundo están preocupados por la epidemia.
Recientemente instalaron un “línea dura” como jefe de la oficina que supervisa la región. Días antes de los arrestos, las autoridades anunciaron que el jefe de una editorial de Hong Kong que produjo libros sin censura sobre líderes chinos, Gui Minhai, había sido sentenciado a 10 años de prisión.
Lai, que tiene poco más de 70 años, fue puesto en libertad bajo fianza, pero podría ser juzgado en los próximos meses. El sistema legal de Hong Kong, que se suponía que permanecería independiente a través de la fórmula de “un país, dos sistemas” bajo el cual la antigua colonia británica fue devuelta a China, ya no se puede contar para defender el estado de derecho.
Un enjuiciamiento de alto perfil del editor del periódico más abierto de la ciudad subrayaría ese cambio para los inversores extranjeros de quienes depende la prosperidad de Hong Kong. Pero como demuestra la historia reciente de tumultos en la ciudad, Beijing se puede dar el lujo de ningunear las críticas de todos, incluidos los inversionistas.