Entró cabizbaja, encorvada y con caminar lento. Miré mi reloj y dije para mis adentros: "otra más a buscar receta de clordiacepóxido". Los días que entra el pedido de psicofármacos a la farmacia, la consulta se convierte en una verdadera locura.
Esperé a que se sentara, acerqué las recetas hacia mí y bolígrafo en mano (preparada a no dar un minuto de charla) esperé a que hiciera su pedido. Pero solo oí par de ahogados sollozos y cuando levanté la vista, me miraron dos profundas cuencas hundidas en un mar de lágrimas.
Musitaba entrecortadamente, después de minutos de aquel llanto, pedía disculpa por llorar y le explique que aquel era justo el lugar para llorar. Puse mi bolígrafo en la mesa, separé de mi lado las recetas y me dispuse a oír a la mujer que tenía delante.
Mercedes tenía 68 años, sus ropas me decían que tenía una posición holgada y su edad impresionaba mayor a la que comentaba. Estuvo casada más de 30 años y a su esposo se le diagnosticó un cáncer de próstata hace 8 años.
Lo atendió hasta su muerte hace más de un año, ella sola, “porque su familia es pequeña”, me dice. Tiene dos hijos fuera de Cuba desde hace más de 20 años y una hermana de 73, viuda, también con un hijo fuera de Cuba.
Sus dos hijos la ayudan económicamente y me dice que no entienden lo que le está pasando a ella. Es que ni ella misma entiende. Aunque hace dos años que no los veía ellos les enviaban su mensualidad.
“Usted sabe que afuera hay que trabajar, si no te quedas sin empleo”, me explica y luego menciona que no le faltaba nada. Tenía comida, ropa, zapatos, un buen apartamento y todos los electrodomésticos a los que un cubano puede aspirar. Podía hasta darse el lujo de ir a comer a un paladar cuando quisiera.
Pero hace más de cuatro meses apenas sale de casa, la comida se la compra una vecina (la misma que le habló de venir a consulta). Nada la anima, no se concentra cuando trata de ver una novela, olvida las cosas y lo peor es que ni la alegran las llamadas de sus hijos. Se siente sola y no logra entender que la retiene en el mundo.
Sigue sin entender por qué esta así, si ella lo tiene todo. Todo, menos la compañia de su familia. ¿Cómo explicarle que está deprimida? ¿Que esa depresión responde a múltiples variables? ¿Que esa historia la veo continuamente en consulta? ¿Que los hijos, padres…emigran y piensan que atenuar la escasez económica de los que quedan resolverá todos sus problemas?
Los que emigran no entienden porque se deprimen sus padres, hijos, o hermanos. Si no tienen los problemas de “los otros cubanos”.
¿Alguien ha pensado el desarraigo que se produce en una familia cuando parte de ella emigra? Mercedes está sola, con dinero…pero sola. No habrá quien la acompañe al médico cuando esté enferma, no habrá quien la recoja del piso cuando sus ojos fallen por la edad y tropiece con cualquier mueble del hogar.
Sus hijos solo podrán pagar a alguien, un extraño, para que cuide de su madre. No se pueden dar el lujo de llevársela a vivir con ellos. Es un peso muerto.
"Mercedes no puedo hacer mucho por usted", pienso "el país no está preparado para la avalancha de personas de la tercera edad viviendo solas".
"Solo puedo brindarle mi pequeño espacio en consulta y algún que otro recurso del Sistema Nacional de Salud para que usted mejore".
En Cuba hay muchas Mercedes que pertenecen a la generación de los padres huérfanos.
La idea del título de este trabajo proviene del relato “Huellas”, perteneciente al libro “De piedras, reparaciones y desencuentros” de Nancy Alonso.