Donald Trump asegura que Estados Unidos jamás será socialista. No define a qué llama socialista. La mayor parte de los jóvenes entre 18 y 29 años prefieren el socialismo al capitalismo. Estas preferencias se invierten en la medida en que se hacen mayores. Tampoco los jóvenes definen ambos términos. Parece que piensan en las naciones del norte de Europa: Dinamarca, Suecia, Noruega, Holanda y Alemania. No se refieren a Venezuela o Cuba. Saben que son países desastrosos y en los que no existe la menor esperanza de progreso.
La palabra “socialismo” sirve para esconder o demostrar lo que le da la gana a quien la utiliza. En general tiene una carga positiva de “buenismo”. Los regímenes de Cuba o Venezuela la usan para designar sus incompetentes satrapías. El “capitalismo”, en cambio, padece una tara semántica negativa. Se asocia con actitudes codiciosas y crueles.
En realidad, los países europeos son tan capitalistas como Estados Unidos. Por eso les va razonablemente bien. Forman parte de las “democracias liberales” (otra palabra equívoca). En ellos prevalece la propiedad privada de los medios de producción, la economía se guía por el mercado y no por la planificación centralizada, hay elecciones periódicas multipartidistas y transparentes por las que se renuevan las élites dirigentes, existe y es efectiva la separación de poderes, y se respetan los derechos humanos y “the rule of law”. Incluso, a los países excomunistas que pidieron integrarse en la Unión Europea les exigieron adoptar “los criterios de Copenhague” que encapsulan los rasgos descritos en este párrafo.
¿En qué se diferencian “derechas e izquierdas” dentro de las “democracias liberales”, en Estados Unidos y Europa? Sencillo: en el monto y destino de los impuestos. Pero ni siquiera hay grandes diferencias. En Estados Unidos, más o menos, los ciudadanos abonan un 40% del PIB a la caja general, mientras en Europa llegan o sobrepasan el 50%. Las facturas de impuestos de estas naciones tienen una estructura parecida. La mayor parte se dedica a pensiones, cuidados de salud y educación. (USA gasta en “Defensa” el 4% de su PIB: 650,000 millones).
En Estados Unidos parece inevitable la adopción de un sistema de salud universal como el que existe en Francia o España. La clara mayoría lo prefiere según las últimas mediciones. Los estadounidenses pagan 19 centavos de cada dólar que generan en cuidados de salud (el doble del promedio de los países desarrollados) y tienen que abonar hasta tres veces el valor de las medicinas. Eso es intolerable.
Con la mala experiencia de los “Hospitales de Veteranos”, la solución menos mala acaso sea el modelo suizo. En ese país el Estado obliga a todos los ciudadanos a tener una póliza de seguro de salud desde que nacen hasta que mueren. De alguna manera esa obligatoriedad contradice los principios liberales, pero hay otras instancias en las que el Estado “obliga” a los ciudadanos. Lo hace cuando demanda impuestos, cuando inscribe a los jóvenes en el servicio militar obligatorio o cuando exige una licencia para conducir.
Para el pequeño mercado suizo hay docenas de compañías que compiten en precio y calidad y les corresponde a las personas elegir la empresa que les ofrece más garantías. La ley suiza define los cuidados que debe cubrir esa póliza. Como en toda sociedad, hay personas que carecen de recursos para pagar el seguro médico, pero en ese punto interviene la Comuna y paga la cuenta. No es la Confederación Helvética la que se hace cargo. Son los vecinos, los verdaderos prójimos, los que afrontan esos gastos. Eso reduce los abusos considerablemente.
El costo de la educación universitaria es más dudoso. Mientras que lo pagado por la salud va a fondo perdido, la factura de la educación universitaria es una inversión en el propio destino de la persona y acaso sea inmoral obligar a otros a mejorar el desempeño económico de unos adultos que disfrutarán ventajas comparativas.
Mi nieta Gabriela, por ejemplo, saldrá de la facultad de Derecho de una gran universidad con una deuda de $250,000 dólares, pero probablemente tendrá la oferta de un buen bufete dispuesto a pagarle $150,000 el primer año. Sería injusto que el conjunto de la sociedad corriera con sus gastos de estudio. Simultáneamente, me consta que no pierde un minuto y estudia intensamente, como todos sus compañeros. Si no acabara la carrera la deuda seguiría gravitando sobre ella. Donde y cuando la educación cuesta, los estudiantes son más juiciosos y exigentes. Elemental, doctor Watson.
*Este es un artículo de opinión. Los criterios que contiene son responsabilidad exclusiva de su autor, y no representan necesariamente la opinión editorial de ADN CUBA.