El circo cubano ya no sorprende a nadie, aunque renueva su repertorio. Los ministros parecen payasos de tercera o cuarta categoría, los llamados “históricos” están a dos afeitadas de pasar a la historia, y los defensores han comenzado a defenderse ellos mismos, como adivinando lo que les viene encima.
Para colmo, cualquiera sale a la pista e intenta animar al desanimado público que ya no cree en la magia porque está harto de trucos cada día más indecentes. Y para colmo, la amenaza extrema: la espada de Damocles que es daga sujeta del cielo a punto de caer sobre la isla en la forma del nuevo y abusivo “cólico penal”.
En medio de la burundanga, cuando escapan más peloteros, y las Oficodas ven disminuir los núcleos con ahorro de libretas de abastecimiento, llega un hombre de Dios, del que los cubanos tuvimos noticia porque enseñó al Delirante en Jefe Fidel a cocinar la langosta de varias maneras, ese alimento cotidiano del pueblo trabajador, que un día desapareció por culpa del bloqueo, o que la CIA transformó alevosamente en pollos.
Y el nombre del ángel era Carlos Alberto Libânio Christo, un iluminado teólogo, gastroenterólogo y gastrónomo, más tenebroso que Nostradamus, y que responde al simple nombre mortal de Frei Betto, que asistió recientemente a una obra de ciencia ficción montada por la dictadura bajo el simpático nombre de “Plan Nacional de Soberanía Alimentaria”, que no es pensar en qué van a comer tus hijos al día siguiente, sino experimentar con cuanta planta, animal u objeto volante no identificado pudiera caerle bien al estómago y evitar que termine pegado al espinazo.
De manera que Frei Betto levantó la mano y dijo, bajo un halo de luz divina que los cubanos no tenían hambre, sino un poco de debilidad, y remató: “Si abres en La Habana una panadería con pan de yuca, de boniato o de maíz va a haber colas porque ese pan tiene mucho más gusto, es mucho más sabroso que el pan de trigo”. Porque él parece haber sido testigo y cómplice de que Fidel Castro se merendara las dos últimas langostas que tuvieron la osadía o que cometieron el error de carenar en los arrecifes de tan desolada isla. Lo dijo con el lenguaje que usan los ministros y los dirigentes de cualquier nivel para que el enemigo no se entere: “Cuba no padece hambre, pero hay riesgo de inseguridad alimentaria”, que traducido al cubano simple quiere decir que si se siguen muriendo vacas y se sigue dejando pudrir lo poco que se siembra, los barrios podrán competir a ver cuál se come al otro. No le bastó y aportó además esto: “Los cubanos tienen vicios alimentarios que no quieren cambiar”.
Mas, entusiasmado, honrado de que alguien escuchara su palabra, aportó más de la cosecha cubana, como si hubiera estudiado mucho tiempo en la Ñico López, esa escuela donde forman socotrocos: El religioso habló de “la importancia de la integración de todos los sectores que intervienen en la implementación del plan, así como de la colaboración de los diplomáticos y sus países, en términos de tecnologías, técnicas agroecológicas y la agroindustria, etc.”
Así que, según el fraile de la Orden de los Dominicos, que habla en nombre de las Carmelitas Descalzas, lo que siente un habitante de la isla es como una cosquillita, una llenura de aire saludable, y nadie puede decir que está “partío” ni “esmorecido”. Tocarse el vientre y que alguien crea ver una mueca de dolor o disgusto en el rostro de un ciudadano de la Cuba socialista podría ser interpretado por las amorosas autoridades como sedición, y, en el mejor de los casos, desacato.
El religioso olvida lo que cuenta San Mateo de uno de los milagros más sorprendentes y memorables de los tantos realizados por Jesucristo. Si lo hiciera hoy lo más probable es que de inmediato lo designaran ministro de la industria alimenticia, presidente o director de la FAO. No sé en qué seminario por correspondencia este falso fraile, que se codea con dictadores, estudió la Sagrada Biblia. A menos que la traducción al portugués tenga muchos errores.
San Mateo lo cuenta de manera sencilla: “Cuando ya empezaba a atardecer, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron:
—Éste es un lugar solitario, y se está haciendo tarde. Dile a la gente que se vaya a los pueblos y compre su comida.
Jesús les contestó:
—No tienen que irse. Denles ustedes de comer.
Los discípulos respondieron:
—Pero no tenemos más que cinco panes y dos pescados.
Si uno se fija bien solamente había dos pescados, pero a nadie se le ocurrió dar pollo por pescado. Pescados eran y panes, que no alcanzaban ni siquiera para que comieran los truhanes de la Mesa Redonda. Ah, pero Jesús se esforzó, se encomendó al altísimo y resolvió. Y no porque fuera el hijo de Dios y tuviera luz verde para lo que se le ocurriera, que era Jesús y no Sandro Castro. Entonces partió los panes y los peces y alcanzó para todo el mundo.
Mateo termina así su narración: “Todos comieron hasta quedar satisfechos. Y cuando los discípulos recogieron los pedazos que sobraron, llenaron doce canastas”. Podían haber mandado esas canastas a cualquier país del tercer mundo y anotarse un punto en el renglón “solidaridad”, pero todos estaban conscientes de que ellos eran precisamente el tercer mundo y había que guardar para el día siguiente y no buscando primeras planas en los periódicos. Sin embargo, el cocinero de langostas no reconoce que su adorado Delirante en Jefe y los que le siguieron han sido peor que varios ciclones juntos, mezclados con tsunamis, terremotos, sequías y pestes. Sobre todo, pestes.
En Cuba no hay hambre, sino una debilidad que te da un nublaíto en los ojos, que también pudiera describirse como “pupila débil”, sin firmeza ideológica, aunque las niñas y las pupilas se quieran ir del país. El Frei de marras ha declarado, tan pancho como su Papa, una cosa tan criminal como esta: “Betto espera que, gracias a sus ideas, el Gobierno en los próximos años “reduzca drásticamente la importación de alimentos e insumos y garantice a toda la población una alimentación saludable, inocua”. Es decir, que manden más gente, que estamos ganando.
Quiero imaginar qué tipo de doctrina profesa que lo pone al lado del poder, y se enfrenta al no poder de la gente humilde. Intento ponerlo en la misma situación de Jesucristo cuando los discípulos vinieron a informarle que la gente tenía hambre. Frei Betto diría: No es hambre, compañeritos, es debilidad. Y alzando sus brazos al cielo “recomendó a los cubanos comer cáscaras de papa y melón”.
Sólo se salva de ser crucificado porque no hay madera para hacer una cruz, ni clavos para fijarlo a ella. Y porque algunos, a quienes tal vez se le haga la boca agua pensando en las cáscaras de papa, aunque no recuerde ya cómo son las papas, le diría a los demás: “Caballero, vamo a jamarnos mejol al yuma este”. Aunque posiblemente sepa a caca.