Los actos de repudio no representan la eticidad cubana

Las autoridades civiles y militares, que tienen el primordial deber de cuidar a la ciudadanía, no pueden tolerar, permitir, disimular o, en el peor de los casos, incitar a la llamada “violencia revolucionaria”
Los actos de repudio no representan la eticidad cubana
 

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José de la Luz y Caballero, en uno de sus aforismos más conocidos expresa: “Antes quisiera yo ver desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral.”[1]

Desde Varela hasta Martí podemos encontrar los fundamentos de la eticidad cubana: la Verdad, la Virtud, la Justicia, el Amor y la Paz. Nada que vaya contra estos cimientos pertenece a nuestra cubanidad responsable, es decir, a nuestra cubanía.

Los llamados “actos de repudio” no pueden, de ninguna manera, ni bajo ninguna justificación representar a nuestra eticidad cubana. No son expresión del humanismo martiano que postula que:

“De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno ni el malo… Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla…Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula de amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.[2]

Las Cartas a Elpidio del Padre Félix Varela y el Manifiesto de Montecristi de José Martí, amplían y confirman ese humanismo cubano de inspiración cristiana que edifica una convivencia ordenada, virtuosa, pacífica y fraterna que se concreta en el cultivo de una “amistad cívica” y es absolutamente contraria a toda manifestación de odio, contraria a todo tipo de violencia, sea psicológica, mediática, verbal, moral o física.

Los “actos de repudio” no son solo expresión de odio, de violencia, de exclusión, sino que intentan legitimar que unos ciudadanos pueden enarbolar la violencia como método aceptable para resolver las diferencias que, por otro lado, son connaturales de la naturaleza humana y propias de toda sociedad porque la diversidad es esencia de la humanidad, el pluralismo de ideas, creencias, opciones y actitudes manifiestan esa diversidad primigenia y la inclusión, el respeto, el diálogo y los consensos, son las dinámicas que construyen esa convivencia fraterna.

Es impensable y sin fundamento alguno identificar la exclusión de cualquier movimiento social, opción política, preferencia ideológica o creencia religiosa, siempre que sean pacíficos y respetuosos de las demás opciones, con la cubanía, la defensa de nuestra Patria, o la salvaguarda de nuestra soberanía.

Al contrario, la acumulación del odio, de la violencia, de la crispación, como métodos aceptados o tolerados por las autoridades y los agentes del orden, no digamos promoverlos y organizarlos, pueden ser la fuente de espirales indetenibles de violencias mayores que nadie quiere para Cuba. Estos actos de repudio pueden también servir a la comunidad internacional para percibir una imagen de Cuba que no se corresponde con nuestra verdadera identidad y, lo que es peor, los actos de repudio y el uso de otros métodos violentos, que son condenables en cualquier país del mundo, pudieran servir de justificación o pretexto para tomar decisiones contrarias a la soberanía ciudadana y nacional.

Pueden darse varias interpretaciones:

Que son los ciudadanos airados que espontáneamente deciden tomar la justicia y el repudio por su mano. Si así fuera, eso no reflejaría la educación que las familias y el Estado cubano dicen ofrecer. Eso es reflejo de un daño antropológico que debemos identificar y comenzar a sanar ya. Esas mismas actitudes violentas y métodos de odio, pueden revertirse, con un efecto boomerang, y volverse en otras circunstancias contra aquellos que los promueven, permiten o toleran. Ya hemos visto imágenes de estas reacciones contra la autoridad. Si deseamos romper la espiral de la violencia en Cuba los actos de repudio deben cesar ya. Si son ciudadanos enardecidos espontáneamente esto no disminuye para nada la responsabilidad de las autoridades de proteger a todos los cubanos sin excluir a nadie por sus ideas, o por sus creencias, o por sus actitudes pacíficas.

Que los ciudadanos que protagonizan los actos de repudio son convocados por organizaciones de masas o reclutados y organizados desde los centros de trabajo y estudiantiles. Sabemos de las listas que pasan por esos lugares. Entonces la responsabilidad de las autoridades es aún mayor dada la general circunstancia de que tanto la mayoría de los centros de trabajo y estudio, así como todas las organizaciones de masas son dirigidas y supervisadas por el Partido Comunista y el Estado cubano. Si deseamos que cese la espiral de la violencia en Cuba, en todas sus formas, es responsabilidad de las autoridades laborales, estudiantiles, partidistas y estatales desmantelar y prohibir por Ley este espurio método de violencia, que puede convertirse en una cadena sin freno.

Todos somos responsables de evitarlo y parar el círculo vicioso de la violencia:

Los padres y educadores, deslegitimando todos los métodos violentos y educando para la paz, la inclusión, la concordia, la fraternidad y el Amor.

Las Iglesias y asociaciones fraternales, cultivando la espiritualidad de comunión fraterna, las esencias de la cubanía como la Virtud y el Amor, sembrando valores de respeto mutuo, amistad cívica, y dando ejemplo de convivencia y vida en comunidad.

Las organizaciones de la sociedad civil, sean oficiales, independientes o alternativas, educando para el respeto y la tolerancia, desterrando de su lenguaje, de sus métodos y actitudes, todo tipo de descalificación, exclusión, condenación social de personas diferentes, dando ejemplo del espíritu del Manifiesto de Montecristi en el que Martí identificaba, incluso a una guerra, como sin odio, perdonando el enemigo e invitándolo a permanecer en la Isla, convivir con los cubanos y edificar juntos una Patria libre y próspera.

 

.. Ni soliviantar los actos de repudio, ni permanecer inertes ante cualquier muestra de violencia. Permitirlo es, por un lado, contribuir a la división de nuestro pueblo en momentos de crisis, y por otro negar la esencia de “ese sol del mundo moral” que es la justicia, que debe brillar junto a las otras luminarias de nuestra cubanía: la inclusión, el respeto, la paz y el Amor.

Que hayan existido este tipo de violencia y de brigadas de repudio de un lado y del otro del espectro político, religioso, ideológico, no puede servir de justificación. Nada puede justificar, en el mundo de hoy, ni el odio ni la violencia. Cuba debe dar ejemplo de civismo y convivencia pacífica entre sus hijos.

Todos somos responsables. Que cesen ya.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

[1] Luz y Caballero, J. Obras III. Linkgua. Barcelona 213. p. 491-492. Y “Aforismos”. Volumen 1. Aforismo 256. Diciembre de 1861. Compilación Alicia Conde. Ediciones Imagen Contemporánea, 2001; Colección Biblioteca de Clásicos Cubanos, No. 17. 

[2] Martí, J. (1891) “Discurso del 10 de octubre de 1891”. O.C. Tomo 4. Centro de Estudios Martianos. Karisma Digital. La Habana, 7 de noviembre del 2001. p. 279. 

*Publicado originalmente en Convivencia.

Escrito por Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo.Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.

 

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