En las discusiones actuales relacionadas con la crisis ambiental, surgen diferentes posiciones con respecto a los sistemas políticos, económicos y sociales, que permitan establecer planteamientos sobre la relación hombre-ambiente y la responsabilidad ante este problema.
Sin embargo, muchos sectores no creen en la severidad de la situación y los efectos que podrían recaer en la existencia del ser humano al no encontrar el equilibrio de un desarrollo sostenible (economía, ambiente y sociedad) dentro del consumismo habitual. Al mismo tiempo, es preciso lograr satisfacer las necesidades, sin poner en riesgo las futuras generaciones.
La teoría clásica de la economía, expuesta por Adam Smith, sostiene que la conducta humana es integrada y movida por seis aspectos: egoísmo, conmiseración, deseo de ser libre, sentido de propiedad, hábito del trabajo y tendencia a permutar y cambiar una cosa por otra, factores que representan a su vez los intereses del hombre. En este marco, la libertad humana es fundamental para que cada persona satisfaga sus intereses, es decir, cada sujeto al buscar su propio beneficio es conducido por una mano invisible que busca promover un fin, el bien común, aunque este no haga parte de su propósito. Bajo esta premisa, Smith asegura que en el libre mercado, cuanta menos intervención política o gubernamental exista en la economía, más fácil será encontrar el máximo bienestar social. Pero, ¿qué pasa con el medio ambiente?
La mayor parte de la población afirma que el capitalismo es incompatible con la conservación de la naturaleza, y solo en los lugares donde el Estado es fuerte y la libertad económica se restringe consiguen altos índices de calidad ambiental. Sin embargo, para Daniel Fernández, Doctorado en Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, esta afirmación carece del más mínimo sentido crítico.
Asegura el investigador que existen al menos dos grupos de teorías que se contraponen entre sí: la primera, se basa en que a mayor desarrollo y nivel de consumo se refleja una presión sobre variables medioambientales; por lo que no se puede crecer infinitamente en un mundo de recursos finitos. Asimismo, la libertad económica conlleva a que las empresas no tengan en cuenta los ecosistemas que destruyen, con tal de hacer crecer su cuota de mercado y cuenta de resultados.
Por otro lado, la segunda teoría plantea que a mayor libertad económica mayor desarrollo, lo que conduce a mayor calidad ambiental porque así lo demandan los consumidores. De igual importancia es la protección de los derechos de propiedad, que aseguran minimizar las externalidades medioambientales.
Según un artículo de la fundación Heritage, donde resalta los índices de libertad económica en 2015, destaca que “desde su creación en 1995, el Índice de Libertad Económica ha registrado cientos de ejemplos de cambios en política pública que han mejorado la libertad económica, fomentando así el progreso humano y una mayor prosperidad”. Este informe asegura que mediante reformas normativas que mejoren los incentivos que impulsan la actividad empresarial, se crean más oportunidades que dinamizan la economía y afectan directamente en el ingreso per-capital de una nación. A pesar de que este indicador no atestigua que cada ciudadano tenga esa cantidad de ingresos, los estudios han demostrado que a medida que la economía global se ha movido hacia una mayor libertad económica, el PIB real mundial ha aumentado cerca de un 70 %, mientras que el índice de pobreza se ha reducido en la mitad; esto último medido con el Índice Multidimensional de Pobreza del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que evalúa la naturaleza e intensidad de la privación a nivel individual en educación, atención médica y nivel de vida.
Pero este no es el punto en el que me quiero centrar, la libertad económica no es solamente los beneficios sociales que llevan hacia unos ingresos más altos o una reducción de la pobreza. Alcanzar mayor prosperidad a nivel general, que va más allá de los aspectos materiales y monetarios del bienestar, es igualmente importante: “en los lugares donde los gobiernos han confiado en la fuerza del mercado y la competitividad para promover la eficiencia, se ha generado un círculo virtuoso de inversión, innovación (entre ellas tecnologías más limpias) y dinámico crecimiento económico”. Por tal razón, la libertad económica y la innovación producen un entorno saludable y limpio, es decir, un sistema económico amigable con el medio ambiente y que suscita la libertad humana.
El sistema capitalista “neoclásico”, al igual que el socialismo o comunismo, han optado por normativas y medidas públicas relativas al medio ambiente que se han vuelto más invasivas y económicamente distorsionadas. Estos gobiernos impulsan programas que agravan las emisiones del CO2 e incrementen los impuestos sobre la gasolina; incluso, organizan sistemas de canjes poco transparentes y/o corruptos para comprar y vender permisos de emisiones CO2 a las grandes corporaciones políticamente bien conectadas. Estas normativas que, inciertamente representa beneficios al medio ambiente, son un enorme costo directo a la ciudadanía y ralentizan el crecimiento económico.
En cambio, en los últimos tiempos, los avances más importantes que destacan el uso de energía limpias y eficiencia energética, han sido el resultado de desarrollo tecnológico y de comercio, aunque no precisamente de regulaciones públicas. En todo el mundo, la libertad económica o capitalismo “clásico”, ha demostrado que incrementa la capacidad de los países para innovar y mejorar su desempeño ambiental sobre quienes no aplican este modelo. Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Australia, Irlanda, Reino Unido, Canadá, Emiratos Árabes y Taiwán, son los 10 países con mayor índice de Libertad Económica; por su parte, Colombia ocupa el puesto número 49 de 180.
Durante más de dos décadas este índice ha ofrecido pruebas contundentes de que las sociedades con economías más libres son más ricas, más limpias y saludables, menos propensas a la violencia y más estables políticamente. Lo que también representa estar alineados con los objetivos de desarrollo sostenible