"El régimen cubano promociona sus misiones médicas internacionales, pero ocultan la oscura realidad de este programa. El testimonio del Dr. Rojas ilustra las violaciones a los derechos y la dignidad de médicos como él a través de estas misiones", escribió este jueves en su cuenta de Twitter el administrador interino de USAID.
La publicación ofrece un enlace al testimonio en Vimeo del doctor Rojas, a quien le han impedido ingresar a Cuba, su país.
10 737 millones ingresó Cuba solo en 2018, por la exportación de servicios profesionales.
Desde 2003 Fidel Castro había dicho que los médicos cubanos llegarían a los más recónditos lugares del mundo. No dijo a qué precio.
Todas las misiones médicas tienen un trasfondo político, valora el doctor Rojas, quien asegura se deben aprobar antes de las misiones dos cursos. Uno general y otro más específico sobre el país al que se va a viajar. A él le tocó el Ecuador de los tiempos de Rafael Correa, un gobierno de izquierda que debía saber defender.
“Te piden que seas más efectivo que los médicos locales”, indica y detalla, además, cómo se preparan para vender medicamentos al país de acogida, especialmente el Heberprot-P, que cuesta unos 350 dólares el bulbo y deja a Cuba cuantiosas ganancias.
En Cuba se usa poco, es restringido, dice, pero nos forzaron a venderle a Ecuador, a usarlo mucho en los tratamientos. Habla de unos 10.3 millones de dólares por ventas de este producto a ese país, después de una compra inicial de 3.6 millones.
Cuando regresó a Cuba de vacaciones, un oficial de la Seguridad del Estado lo citó para hacerle preguntas que se salían del espectro médico y se adentraban en política: cómo veía el gobierno de Correa y qué percepciones de este tenían sus pacientes.
El médico, que decidió abandonar la misión y emigrar a Estados Unidos mediante el programa de Parole Médico en 2016, también dedica atención a la parte más emotiva de las misiones médicas y sus secuelas, al impacto en la familia.
Compró un paquete turístico para llevar a su madre e hijos y, a unas escasas millas de La Habana, el gobierno suspendió la entrada del crucero.
“En la actualidad mi niña tiene 13 y el niño 9”, dice. Han sido seis largos años desde que no los ve, por estar forzado políticamente a esta separación familiar.
“He tenido que beberme las lágrimas para explicarles a mis hijos cuando dicen papá, no nos quieres, por qué no nos vienen a ver”, lamenta.
Por eso, cree él ahora, si hubiera tenido otra opción, “no me hubiera prestado para esto”, para “ser víctima de un gobierno que te utiliza”.