Las dos veces que vi a Silvio cantar

La primera vez ocurrió en Guantánamo, en 1979. Era muy joven. Subía la calle del boulevard rumbo a casa de mi novia, cuando en una esquina lo encontré sentado en una silla con su guitarra, cantando
Las dos veces que vi a Silvio cantar
 

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Figura icónica de la música cubana y la revolución, Silvio Rodríguez ha cantado en dos escenarios donde estuve presente.

La primera vez ocurrió en Guantánamo, en 1979. Era muy joven. Subía la calle del boulevard rumbo a casa de mi novia, cuando en una esquina lo encontré sentado en una silla con su guitarra, cantando.

Era la semana de la cultura guantanamera y había muchos artistas de la capital invitados. Orquestas, grupos musicales, dúos y solistas. Y personal de la Nueva Trova, entre ellos Silvio, que al parecer lo habían designado para cantar esa tarde en esa esquina.

El público del boulevard era inconstante, gente que pasaba apresurada sumidos en sus problemas, sin mucho tiempo para detenerse a escuchar a Silvio. Y tres representantes del mundo de la cultura, anclados tal vez por cortesía o por mandato. Me uní a ellos, a ver cantar a Silvio.

No recuerdo que canción específica cantó esa tarde, pero seguro que fue de amor. Nada ganaba enardeciendo a aquellos cuatro gatos con La era está pariendo un corazón o Fusil contra fusil. Hubiera querido quedarme más, pero mi novia me  esperaba y sentí lástima de Silvio al privarle de público.

Me miró y creo que percibió que yo lo sabía: era un castigo impuesto por el gobierno sabe Dios por qué: enviarlo a cantar al boulevard más lejano de la isla. La escena estaba agigantada por la escultura que en esa esquina Guantánamo le dedicó a Topete, su trovador insigne, tallado en piedra por el escultor guantanamero Ángel Iñigo, el creador del Zoológico de piedra. Silvio parecía un pigmeo ante la enorme figura de piedra de tres metros de Topete.

Treinta años después volví a ver a Silvio, en Jaimanitas. En una tarima de madera construida un día antes frente al antiguo cine, que obstaculizaba el tráfico. Había bastante público para ser martes por la tarde y antes de cantar, Silvio habló de los recuerdos de su niñez en Jaimanitas, y preguntó por el club Playa y el club Miami, si se mantenían con aquellas aguas limpias y aquella arena tan blanca, y el público coreó: ¡Siiiiiii…! Se mantenían tal y cómo él las recordaba de su niñez y entonces descubrí que más de la mitad del público que lo aplaudía bajo la tarima, no era gente de Jaimanitas. Era un público itinerante que seguía a Silvio en su gira por los barrios. Vi sus autos en una hilera por la calle 234 y también una guagua.  

Lo triste era, que acababan de corear ante los jaimanitenses, que aquellas aguas limpias, la arena blanca  y los clubes de su niñez seguían allí, cuando de todo aquello no quedaba ni el recuerdo. Fueron cerrados, modificados para viviendas, y el resto ido a la ruina y convertido en basurero. 

Pero Silvio era el niño regresado al lugar de sus recuerdos y estaba feliz. Y aunque de seguro que no se acordaba de mí, hubiera querido confesarle que supe aquella tarde en el boulevard de Guantánamo que era un castigo, y que siempre me asaltó la duda: ¿Por qué? Pero esta vez también estaba apurado, eran las seis y ya iban a cerrar la bodega y en mi casa no había una gota de sal.  
 

Escrito por Francisco Correa

Francisco Correa Romero. Guantánamo 1963. Escritor y periodista. Ganó los concursos nacionales de cuento Regino E. Boti, Tomás Savigñón y Ernest Hemingway, además de varios premios internacionales por sus crónicas y reportajes. En 2010 obtiene premio de ensayo sobre Liberalismo en Cuba y en 2011 la editorial Latin Heritage Foundation publica su novela Pagar para Ver. En 2012 obtiene el premio Novelas de Gavetas Franz Kafka con "Larga es la noche".

 

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