Me hablaron de un “besamanos” como preámbulo de la reunión. Ni a mi esposa acostumbro a besarle las manos. Comprensible entonces que un anuncio como ese, antes de un encuentro con los reyes españoles, no me provocara mucha gracia.
Por suerte y por fuerza, las monarquías, al menos las occidentales, han cambiado. Ya no hace falta genuflexión, ni besos. Simplemente, un estrechamiento cortés de manos.
Muchas críticas acompañaron la primera visita de un rey español a su otrora colonia y ninguna tenía que ver con las solemnidades descritas. Las motivaciones, básicamente redundaban en lo que la visita significaba en las condiciones cubanas actuales: un espaldarazo y una bocanada de aire fresco para el gobierno.
Los Reyes no venían a Cuba a hacer política. De acuerdo a las palabras del Embajador Español: “porque tampoco la hacen en España”. Sin embargo, Felipe VI pronunció ante Miguel Mario un discurso muy político e incompatible con lo que representa la monarquía. La síntesis: “la necesidad de la democracia”.
Los reyes en este viaje también se reunieron con algunos actores de la sociedad civil, no reconocidos por el gobierno. En el grupo de cerca de 20 personas no estaban representados todos los sectores de la sociedad civil cubana; es más rica y diversa que lo que representábamos quienes nos reunimos, apenas 30 minutos, con los monarcas.
El grupo estuvo conformado mayoritariamente por emprendedores. Los mismos que consideraron la pertinencia de los apoyos y la cooperación de la Unión Europea para el desarrollo de sus negocios y mencionaron algunas situaciones que les afectan. Lo hicieron desde una perspectiva matizada por su éxito económico, cuyo mantenimiento depende, aunque muchos no lo expresen, de mantenerse alejados de temas socio-políticos sensibles.
También participaron escritores y artistas a quienes quizá por su talla y el hecho de haber encontrado, fuera de Cuba, mecanismos para saltar la censura y las dificultades económicas no hicieron alusión a otros temas denunciados públicamente por otros artistas. Especialmente el relacionado con la promulgación del Decreto 349. Un Decreto vigente, pero que solo permanece inerte por la fuerza y el empuje demostrado por un grupo de ciudadanos, no presentes en la reunión.
Por último, estábamos quienes conversamos con los Reyes porque “representamos” un creciente y pujante sector no reconocido e ilegalizado por el gobierno, denominado “prensa alternativa, privada o independiente”.
Un movimiento que también se extiende más allá de quienes compartimos con los reyes, pero que, aunque en diferentes gradaciones, enfrentamos los mismos conflictos y dificultades. Esas gradaciones indiscutibles y que han sido también utilizadas para evaluar la valía de los representantes del sector, no impidieron que los reyes conocieran de las dificultades que viven todos y cada uno de los ciudadanos cubanos vinculados a iniciativas comunicativas ajenas a las estructuras estatales.
Dentro de esas dificultades se destacaron entre otras: la criminalización de la labor periodística, la confiscación de elementos de trabajo, las regulaciones y las diversas limitaciones a la libertad de movimiento.
Después de ese encuentro las críticas se dirigieron ya no a los reyes, a quienes el discurso ante Díaz-Canel les granjeó no pocos titulares favorables, sino a los participantes en el encuentro.
La sempiterna división entre puros, confiables, castristas, neocastristas y actores del gobierno, volvió a ganar espacio entre aquellos que consideran que los presentes no eran actores de la sociedad civil. Al menos no de aquella sociedad civil a la que muchos, casualmente al igual que el gobierno, califican como “verdadera”.
Quienes participaron en ese encuentro no son toda la sociedad civil cubana; faltaron aquellas iniciativas abiertamente opuestas al gobierno y que rehúsan cualquier vía dialógica. Pero es innegable que quienes compartieron con los reyes, son actores sociales con una influencia nada despreciable.
Las personas no pueden ser evaluadas por su pertenencia a un grupo social o por su forma de pensar. Las personas tienen que ser evaluadas por su decencia. La reunión de la sociedad civil con los reyes pretendía “reivindicar” u ofrecer argumentos que matizaran la interpretación de que su visita a Cuba solo cumplía con el fin de respaldar al gobierno y los negocios españoles en la Isla.
Sin ánimos de justificar, puedo decir que, en ese encuentro la decencia no estuvo ausente. También se requiere decencia para no juzgar a quienes participaron de ese encuentro. Demeritar a quienes no aparecen en la publicitada “foto de familia” y desconocerlos como sociedad civil, implica utilizar, al igual que el gobierno, el ostracismo político como herramienta para depurar. Una herramienta que solo deja espacios a quienes demuestran lealtad y compartan los métodos de quienes la usan.
El cultivo de la decencia en Cuba es imprescindible para que nada cubano nos sea ajeno; para entender que hay miles de compatriotas convencidos, enajenados o autómatas a los que les hubiese encantado interactuar con los reyes. Miles a los que no les importa el significado de la visita, sino solamente el glamour del compartir con un monarca, del que muy probablemente también sean súbditos.
Miles a los que no les importaría hacer genuflexiones, besar las manos de verdad y decirles que la República monárquica cubana es la mejor solución para la España que dirige y para el control de sus sediciosos súbditos.