El 10 de diciembre habrá un pacífico cambio de mando en Argentina. Eso es estupendo. Una de las familias peronistas tomará el poder. Eso ya no es tan bueno. (Estuve tentado a titular este artículo "El peronismo atraca de nuevo, pero me contuve). Mauricio Macri le entregará el poder a Alberto Fernández y a Cristina Fernández de Kirchner, una señora reincidente con once causas abiertas por corrupción. Eso es peor. Es la primera vez en setenta años que un presidente no peronista logra terminar su mandato.
Pero lo más significativo, es lo que dice el economista argentino Roberto Cachanosky: “asume el primer gobierno peronista sin caja inicial para financiar el populismo”. Si no ocurre un milagro, el nuevo gobierno carecerá de recursos para estimular a sus millones de argentinos devengan sus salarios y canonjías de lo que pagan ocho millones de atribulados compatriotas cocinados al fuego no-tan-lento de los impuestos.
Argentina abandonó oficialmente el camino de la sensatez política en 1930, cuando le dieron un golpe militar a Hipólito Yrigoyen. A partir de ese punto, sin que nadie lo percibiera, finalizó el fin del desarrollo fabuloso de un país que se había situado entre las primeras naciones del planeta, como no se cansa de decir Armando Ribas, un abogado de origen cubano que llegó a la Cámara de Representantes en su nación de exilio. Pero el fracaso económico llegó después, de la mano de Juan Domingo Perón, en los años cuarenta, un coronel encandilado con el fascismo que había conocido en Italia en sus años mozos cuando era attaché militar en la Italia de Mussolini.
Perón y Eva, su mujer de entonces, se iniciaron en la vida pública regalando cosas. La orgía populista se refleja en un dato monstruoso de imposible comprensión racional: 256.710.707.160.756.000 %. Esa es la cifra (18 dígitos) de la inflación acumulada reflejada en los precios y en el valor de la moneda. Pero, sobre todo, es la muestra de cómo la ignorancia o la mala fe pueden destruir la economía de una nación. Algo verdaderamente ridículo en un ambiente académico y político en el que abundan los mejores economistas: Alberto Benegas Lynch, Luis Secco, Ricardo López Murphy, Agustín Etchebarne, Gerardo Bongiovanni o el mencionado Cachanosky, por sólo mencionar unos pocos.
¿Se puede corregir el rumbo de los argentinos? Es muy difícil. El peronismo, que lleva más de setenta años asentado en el país, mientras predicaba la solidaridad, ha sembrado el más feroz individualismo. Esto no quiere decir que es un partido de fanáticos. El peronismo es una manera de obtener o conservar el poder. Hay peronistas fascistas, de derecha, de centro, socialdemócratas, comunistas y anticomunistas. Es una franquicia abierta a todas las ideologías, como le dijo, orgulloso, el mismo Perón, a Plinio Apuleyo Mendoza en una memorable entrevista: “todos son peronistas”. Hay, incluso, peronistas decentes (aunque usted no lo crea) que critican a Cristina Fernández de Kirchner por (presuntamente) haberse robado millones de dólares, y a Alberto Fernández, el nuevo presidente, por reafirmar los vínculos fraternos con Nicolás Maduro y Daniel Ortega, dos matarifes que dirigen naciones dedicadas al delito.
A casi nadie dentro del peronismo le importa lo que le suceda al conjunto de la sociedad, y mucho menos en el ámbito exterior, mientras se reciba una porción del pastel. Por eso votan por el peronismo. No se trata de elegir a los mejores o a los más capacitados y honorables, sino a los que nos van a dar algo a cambio, sin importar la catadura moral de los políticos o las consecuencias a largo plazo de esa vil transacción.
Según Transparencia Internacional, la entidad que examina el índice de percepción de corrupción pública, Argentina es la nación número 80 del globo terráqueo, con 40 puntos posibles de 100. Las escandinavas, Nueva Zelanda, Singapur, están a la cabeza de esa medición con más de 90 puntos. Todas las naciones por debajo de 50 están podridas y difícilmente podrán tomar el rumbo del desarrollo. La inevitable pregunta es de cajón: ¿cuándo vendrá la próxima crisis financiera argentina? No creo que tarde.
*El último libro de CAM es Sin ir más lejos (memorias), publicado por Debate, un sello editorial de Penguin-Ramdon House.