Ese hombre no se puede morir

José Raúl Gallego comparte una cómica anécdota que puso en una encrucijada a un médico cubano: ser fiel a los principios de su profesión o conservar su vida
Experto en enfermería, servicio de urgencias hospitalarias
 

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Sucedió hace 20 años. Fue de los mejores médicos de su graduación y como premio lo enviaron a cumplir el servicio social a un recóndito pueblo de un recóndito municipio del país. Uno de esos lugares donde la famosa frase cubana de “la cosa está mala” se queda corta, por mucho.

Durante un año su rutina fue madrugar, tomar dos transportes para llegar a aquel solitario consultorio, trabajar durante todo el día haciendo pesquisas, consultas, papeles y a las seis de la tarde emprender el recorrido de vuelta para llegar a su casa pasadas las nueve de la noche.

En ese tiempo le tocó ver todo. Gente de una bondad solo superada por su pobreza, familias que resolvían sus problemas a piñazos y personas que preferían sacarse una muela antes que empastarla. 

Una tarde aburrida de fin de semana sintió un alboroto inusual. Miró por la ventana y vio que se acercaba un camión, cargado de personas, que paró en seco frente al consultorio. Varios hombres se tiraron por las barandas, quizás 15 o 20. Mojados, en shorts de mezclilla, descalzos, sin camisas, algunos con machetes. Cuatro de ellos cargaban a un joven totalmente desplomado.

- “Sálvelo doctor, sálvelo que ese hombre no se puede morir”, gritaban con los ojos inyectados y un aliento etílico que se olía a la legua

-“Estábamos en la presa tomando y se empezó a ahogar, pero lo sacamos y vinimos enseguida. No lo deje morir doctor, usted tiene que hacer algo”.

-“Médico yo no puedo decirle a la madre de ese muchacho que su hijo se murió. ¡Está en sus manos! ¡Está en sus manos!”.

Por un segundo quedó catatónico, pero los gritos y el zarandeo lo hicieron volver en sí. Tomó el pulso inexistente, miró las pupilas inertes, sintió el rigor mortis y movido por el instinto de supervivencia gritó:

-“Vamos, despejen el área, ayúdenme. Enfermero, cójale la vena mientras yo intubo. Díganle al chofer de la ambulancia que se prepare para trasladar a este hombre al hospital del municipio que allí hay mejores condiciones”. 

-“Pero doctor este hombre está muer..” —atinó a decir el enfermero cuando un codazo disimulado y un “cállate que nos matan” entre dientes le cortaron la expresión. 

- ¡Vamos enfermero, reaccione! Cójale la vena, urgente, que a este hombre hay que salvarlo. 

Ya semimorado, intubado y cateterizado montaron el cadáver en la ambulancia que salió a toda velocidad por el camino de tierra lleno de baches. 

- “¿Se salva, doctor?”, preguntó uno de los hombres antes de subir al camión.

- “Es un hombre fuerte, esperemos.”

Y arrancó aquel KAMAZ con todo su personal alcoholizado a bordo, decididos a insuflar una buena dosis de motivación a los próximos médicos que los atendieran.

Al día siguiente, el doctor y el enfermero se enteraron de que el cadáver recibió cambio de suero y oxígeno en el centro médico del municipio y fue remitido hacia el hospital de la cabecera provincial, pues allí había mejores condiciones para atender el caso.

Si la velocidad y el petróleo del camión permitieron que la ambulancia no se alejara demasiado en el trayecto, quizá el ahogado haya sido trasladado a otra provincia cercana con más recursos. Porque, si algo dejaron claro sus acompañantes, es que ese hombre no se podía morir. Y los médicos captaron el mensaje… porque ellos tampoco estaban para morir ese día.

 

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