El músico cubano Pedro Luis Ferrer ha publicado en su muro de Facebook un largo artículo en el que describe la crítica situación de la recogida de desechos en La Habana y la proliferación de basureros vecinales, tomando como ejemplo el ubicado en las calles 36 y 21, en el municipio Playa.
Haciendo notar que acaban de recoger, una vez más, el improvisado basurero que se ubicaba en la esquina de su casa, el músico hace la historia de sus tratos y quejas ante las autoridades para que intervinieran ante la crítica situación del basurero vecinal.
"No recuerdo las veces que en estos quince o veinte años hemos visto desfilar las flotas de camiones y palas mecanizadas, intentando un paliativo superficial para estos focos residuales de insalubridad pública y privada", escribe Ferrer. "Me pregunto si un país pobre como Cuba puede darse el lujo detestable de financiar durante décadas la ristra de recursos que demanda semejante desmadre, tan frecuente en una infinidad de esquinas de la Capital."
"Recuerdo la primera ocasión en que -bajo un arranque de optimismo- decidí quejarme formalmente ante una institución municipal (guardo las cartas). Así logré que una funcionaria del municipio de Playa visitara el basurero de 36 y 21. Cuando le pregunté por qué no ponían inspectores en estos focos neurálgicos, me dio una respuesta que me dejó atónito: -A los inspectores no les interesa controlar los basureros –expresó convencida- porque con ello no se echan nada en el bolsillo; prefieren supervisar los Paladares donde pueden luchar lo suyo (léase "extorsionar")." --prosigue la denuncia del músico.
El popular cantante tambié refiere el episodio de un concierto-protesta en el basural y detalla cómo fue abortado por las autoridades.
"Una vez el basurero alcanzó tal dimensión que me sentí impulsado a organizar un concierto sobre aquella montaña. Fue una reacción instintiva. Convidé a unos colegas pintores, escultores, diseñadores… a que vinieran a realizar una acción hermosa con aquel desmadre y lo convirtieran en un escenario para un concierto de protesta contra la indiferencia de las autoridades ante tanta inmundicia. Todos se dispusieron a colaborar. Hice muchas llamadas telefónicas y convidé a un centenar de vecinos. La verdad es que la gente se mostró muy entusiasmada con la idea de combatir artísticamente. El proyecto –como era de esperar- no demoró en llegar a oídos de las autoridades municipales y cundió el pánico. El mismo día del concierto, en horas de la tarde (el evento sería en la noche) recibí consecutivamente la visita de varias instancias políticas y administrativas del municipio. Sin dudas, algunos funcionarios que se presentaron en mi casa para atajar lo que parecía ser un acto de protesta, venían con un decidido aire negociador, aunque dejando bien claro que bajo ningún concepto me permitirían el evento; que la tentativa de hacerlo sin permiso era ilegal y me traería muy malas consecuencias. Una amenaza-amenaza, matizada contrastantemente con el convite a negociar."
Tras referir el diálogo con un funcionario que parece miembro de la Seguridad del Estado, Ferrer expresa opiniones políticas poco comunes entre artistas residentes en la isla:
"Dada la preocupación que había suscitado en la regencia municipal, supuse que el concierto-protesta me traería una nueva experiencia bastante complicada y forzosa; me visualicé bajo el desmedido estilo que en Cuba suelen aplicar a la disidencia. Por entonces, a dos cuadras de mi casa vivía un opositor a quien por su condición de rival frontal le dispensaban unos “mítines de repudio” que para qué contar. La escena colectiva más trasgresora y abusiva que jamás pude imaginar en nombre de la Revolución. Deduzco que así es como este tipo de evento-desprecio se propone operar en el plano abrumador, al mostrarnos crudamente el rigor degradante que nos espera si traspasamos los límites permitidos por el tutelaje monolítico. Sin dudas, sentí pesar al concebirme en un terreno de confrontación radical como ese, para el que no me consideraba preparado ni convencido. ¿Miedo? Bueno, he sentido miedo muchas veces, suelo convivir con el temor, pero soy capaz de actuar bajo el efecto del miedo cuando tengo una profunda convicción para hacer lo que debo. Y mi convicción en ese momento no iba más allá de crear una alarma, implementar un moderado grito de protesta que diera al traste con el desmonte del basurero atroz: sépase que en la sala de casa no podíamos ni respirar cuando el viento irrumpía con el hedor. Pero, francamente, en el país ocurrían muchas otras cosas peores que el basurero de la esquina, cosas que sí me entristecían profundamente, cosas que había decidido combatir sin acudir al duelo radical que seguramente me haría víctima de una respuesta desmedida y exaltada por parte de la autoridad oficial desbocada, lo cual también afectaría directamente a mi familia. Eso, sin descartar que nunca he sido propenso a la filosofía del martirologio."
Ferrer cierra su artículo contando que aquella "negociación" con las autoridades acabó en una limpieza oficial, hasta que días después, el endémico basurero volvió a renacer de sus cenizas. Algo que, augura el músico, volverá a suceder muy pronto.