El próximo 15 de marzo, a las 6:30 de la tarde, se presentará en la ciudad de Miami el libro “El tipo que creía en el sol”, publicado por la editorial “La Pereza”, con algunos de los mejores textos y cuentos de ese humorista que fue, ha sido y sigue siendo H. Zumbado.
Será en la librería Books & Books de Coral Gables, y todo apunta en que se convertirá en un encuentro de amigos y admiradores (deudores más bien) del humor múltiple, afilado, finísimo y filosófico de alguien llamado Héctor, pero que prefirió abreviarse en Hache, H. Zumbado.
Y para que todos los latinos comprobemos el ADN múltiple, variado, complejo y numeroso de este hombre de mirada fría y escritura ardiente, ADN Cuba publica, de primera mano, esta semblanza de sí mismo, este auto retrato, esta auto semblanza que él tituló “El ajiaco soy yo”, haciendo referencia a ese caldo nutritivo que se construye con diversas carnes y viandas.
Ahí está el origen de todos los orígenes. Señoras y señores (y señoritas, por si hay alguna con ese trauma), aquí está, de cuerpo presente, el árbol genealógico de H. Zumbado.
El AJIACO SOY YO
Cuando mi amigo Carlos el mexicano fue a llevarle a mi padre la invitación a su boda, el viejo Zumbado -después de darle las gracias-, le dijo con cierta picardía:
-Pero Carlos, estando la carne tan barata ¿para qué te vas a comprar la vaca completa?
El viejo teatralmente, él, era un tipo muy simpático, aunque no sé dónde le vendría tanta gracia porque de mi abuelo, José María Zumbado, a quien no conocí, sólo tengo tres datos: que era abogado, que era costarricense y que tenía cierta tendencia a chuparle el rabo a la jutía, según genial frase anónima, de corte surrealista, que ya va cayendo en desuso. (Me refiero a la frase y no a la costumbre de chupar el rabo a la jutía, hábito bastante arraigado en Centroamérica y no totalmente desconocido en Cuba).
Conozco a poca gente que tenga tan poca información acerca de su árbol genealógico como yo, y esto se debe a las peculiares circunstancias en que se formó mi familia, que es, hasta donde yo sepa, una especie de ajiaco internacional.
Ajiaco que comenzó con mi abuelo José María Zumbado de Costa Rica, casándose con mi abuela Ernestina Bourcy, New Orleans, USA, quien no era exactamente norteamericana, sino más bien francesa, de las viejas familias francesas de New Orleans, pues debemos recordar que la Luisiana fue posesión de Francia desde 1699 hasta 1803, año en que Napoleón en uno de los pocos negocios malos que hizo en su vida- el otro fue Waterloo-, la vendió a USA.
Cuándo y cómo y dónde ese matrimonio tuvo lugar, no tengo la menor idea, pues apenas sé que mi padre, Héctor Zumbado Bourcy, nació en Costa Rica, en Heredia, mientras que mi tía Thalía, hermana de mi padre y mayor que él, era norteamericana.
A este extraño ajiaco franco-costarricense-norteamericano debo agregar el curioso dato de que se educó en Jamaica, en el colegio donde, contaba él, daban de comer bacalao todos los días.
No es de extrañar que el viejo Zumbado le tuviera tanto cariño al bacalao como algunos compatriotas míos se lo tienen, al potaje de chícharos, actitud comprensible en los años 1960 y en estos noventa.
Por el lado de mi madre, la cosa todavía es más complicada. Ella nació en Granada, Nicaragua, en 1906, y formaba parte de una familia nómada, pues eran varios hermanos pequeños que, recorrían Centroamérica al amparo de mi tía Alicia, la mayor, quien estaba casada con un judío vende-y-compra-de-todo, de apellido Markov.
De dónde mi tío Markov, es un dato que se me escapa a mi información genealógica, pero con ese apellido es muy, pero muy probable que fuera ruso, cosa de ser cierta, sería un dato interesante para mi expediente y, sin duda, envidiado terriblemente para algunos...
En este marcov histórico, me contaba mi mamá que en el peregrinaje por América Central fueron a dar a México, en plena revolución y que mi tío Markov le vendió armas a Pancho Villa, dato que también me enaltece, a pesar de que dice mi mamá que el viejo Markov le vendió armas, igualmente, a los enemigos de Pancho Villa, cosa que ensombrece en parte el dato enaltecedor anterior, pero después de todo, como dice “Bocaza”, Joe E. Brown, al final de “Algunos prefieren quemarse”, “Nobody is perfect”.
Unos años después, en la década del 20, mi mamá fue enviada a Madrid, a casa de unos familiares- ¡Ahora apareció mi veta madrileña!- con el objetivo de estudiar danza española (esa información era para las amistades), pero en el fondo con la finalidad de aliviar la economía familiar de mi venerable tío Markov. Y ese Madrid de los años veinticinco fue cuando mi mamá y padre se conocieron.
¿Pero el viejo Zumbado no estaba en Jamaica comiendo bacalao?, se preguntarán algunos lectores. No exactamente. Ya era más grandecito y se había convertido en un joven cuadro de la International Telephone and Telegraph de New York, la cual lo había ubicado en la Telefónica de Madrid, subsidiaria de la ITT, y ahí, en la calle de la Montera- callecita cerca de la Gran Vía, que tuve la oportunidad de conocer en la década del 60 esos dos personajes se hicieron novios.
Sin embargo, el noviazgo fue abruptamente interrumpido cuando al viejo lo trasladaron a New York, y todo hubiera terminado ahí, a no ser porque mi tía Alicia y mi nunca bien ponderado mi tío Markov, coincidentemente, se habría mudado también para New York City. Y entonces, casualmente- aunque ya no creo que fuera tan así-, mi mamá saltó alegremente el Atlántico para de fly caer en brazos de mi papá, quien la esperaba en la puerta de una Iglesia newyorquina en febrero de 1928.
¿Y yo que hago en esta historia? ¿Yo, habanero del Vedaó, ajenos a New Orleans, San José, Costa Rica, a Granada, Nicaragua, Pancho Villa y a Kinston, Jamaica, a la Gran Vía, y a Times Square en Broadway?
Como que el surrealismo era una manifestación en boga a finales de la década del 20, me imagino que eso tuvo algo que ver con el hecho de mi padre una vez más, fuera trasladado por la ITT, en esta ocasión, nada y nada menos que a la Cuban Telephone Company en Dragones y Águila Street, Javana, Quiba.
Y entonces, en ese preciso momento histórico, a principios de la década del 30, El Vedado se iluminó con el alumbra miento de un modesto niño todo luz. Yo.