Confiesa que se llama como la capital del país, Habana, porque vivió en ella antes de irse para Ciego de Ávila.
El director de un espectáculo de transformistas le dijo que debía llamarse Rosa, porque su personaje se parecía a la gran vedette Rosita Fornés. Pero ella se negó, porque mucha gente la conocía con el nombre de la ciudad, y se quedó así, Habana.
Su rostro lo dice todo, y aunque no lo dice directamente, sabe bien lo difícil que ha sido y es, ser homosexual en Cuba y no tener derechos.
Es peluquera y agradece tener un trabajo fijo, y ser muy solicitada, a pesar de su manera de vivir. Decidió hacerlo como mujer y afirma que antes, eso, ni soñarlo.
Dice ser una persona realizada, aunque reconoce con amargura que “no todo el mundo puede”.Y en sus ojos hay cierta chispa de tristeza, un poco amarga, como del que lo ha sufrido en carne propia.
Tuvo otra suerte: el apoyo de su madre, que lo acompañaba a todos los shows de transformismo que hizo por toda la Isla.
Le cautivó la religión yoruba. La fue llamando hasta que se entregó. Probó en la católica pero no sentía lo mismo.
Solo pide salud, y un gran amor. Un amor verdadero.
Posiblemente quiso decir “una relación estable” o poder casarse, pero el artículo 68, que iba a cumplir su sueño, fue eliminado de la nueva Constitución.
Habana seguirá esperando, pero a pesar de todo, sonríe.