Debía tener 86, casi 87 años pero parecía ser más joven que yo. La sonrisa jamás lo abandonaba, y derramaba un aura de buena persona que me dio confianza para preguntarle muchas cosas sobre la música cubana. Sobre su hermano Orestes López, sobre Arcaño y su Orquesta Radiofónica, sobre aquellas sesiones en vivo en la radio y, sobre todo, cómo era y cómo veía él por dentro siendo niño, la casa donde había nacido José Martí.
Porque allí, en aquella casa histórica, vivió la familia de Israel López, que heredó el Cachao de su abuelo andaluz, porque Cachao viene de cachondeo, que significa broma en España, y Cachao encajó con orgullo el apodo que se hizo luego, casi de inmediato, nombre artístico. Y también el cachondeo. Una liga imbatible, música y jodedera.
Estar junto a un hombre de la estatura artística de Cachao impresionaba. Era difícil no estar solemne ante alguien que desde los 13 años había sido actor y protagonista de muchos episodios de nuestra música. Pero él rompía la solemnidad soldando chistes a diestra y siniestra, y era un manantial infatigable de cuentos de doble sentido y de anécdotas.
Yo tenía entonces serias dudas sobre la causa de la muerte de un extraordinario y poco conocido músico cubano: Fernando Collazo, de quien Alejo Carpentier, que lo había visto cantar en Paris había escrito extraordinarios augurios, y de cuyo fin violento corrieron en La Habana de aquel día 16 de octubre de 1939, múltiples y encontradas versiones.
No me supo decir cuál era la verdadera. Me miró con aquellos ojos donde brillaba la vida a cualquier hora y me dijo: Cualquiera sirve, la cosa es que ya no está Collazo. Aunque yo creo que se mató él. Y a continuación me hizo un chiste, porque la muerte para Cachao era una mala sombra, un aire frío que había que evitar, él, que tanta vida dio y que tanta música repartió por este mundo, llegando a tocar en más de 250 orquestas.
Le pregunté entonces por orquestas de danzones y la sinfónica, donde había leído que había empezado. Pero me sorprendió negando con la cabeza y antes de hacerme otro chiste me contó que había comenzado a ser música tocando son. Luego hallé el dato en una larga entrevista que le hiciera hace años César Pagano, donde Cachao confiesa este dato sorprendente: “Era percusionista, bongosero, de una agrupación infantil en la que nos divertíamos mucho. El director, un muchacho de 14 años, del que seguramente tienes que haber oído hablar: Roberto Faz”.
Trabajó con Ernesto Lecuona en tres temporadas, con Gonzalo Roig y con Rodrigo Prats. Y yo no concebía que ese hombre menudo tuviera tanta buena música en el cuerpo. Entonces recordé aquellas sesiones de jazz latino con otros grandes, allá en los tempranos sesentas. Hasta que un día de 1962 Cachao se fue de Cuba. Y era extraño, porque él era Cuba y Cuba era él, y llevaba en los dedos y en la sonrisa el ritmo y el sol
Todo eso le dije apresurado la noche que lo conocí en un camerino del canal 41, Americatevé, cuando vino invitado al show “Seguro que yes” que conducía Alexis Valdés. Y en los sucesivos encuentros, en restaurantes y teatros donde tropezamos inesperadamente, le dije, entre chiste y chiste suyo, algunas otras cosas que pensaba sobre nuestra música. Pero ya casi no nos quedaba tiempo en este mundo.
Ahora se cumplen once años de aquel fatal 22 de marzo de 2008, cuando murió en un hospital de Coral Gables. Tenía ochenta y nueve años de juventud. Ese día el cielo comenzó a llenarse de música y carcajadas, y era Cachao enseñando a bailar a los ángeles, derramando su ADN cubano sobre ellos para que supieran mover los pies mientras en el aire triste de la noche se escuchaba un coro que decía: “Arró con picadillo, yucá..arró con picadillo, yucá..yucá, yucá, yucá."
Y al final del ritmo, una risa que se te metía en los huesos para espantar para siempre la tristeza, porque era una suerte que los cubanos, los latinos y los hombres de este mundo hubiéramos tenido a alguien como Israel López, Cachao, convirtiendo lo triste en música, iluminando con sus manos el universo. Y con esa luz, la carcajada estridente y ahogada de Dios, porque Cachao no paraba de hacer chistes.