Jóvenes consumen más porno en Cuba aunque el gobierno castigue distribución

Los cubanos defienden su derecho a consumir pornografía y exponen los recursos que inventan para compartir películas porno en Cuba. Aquí te contamos todo sobre el porno cubano y el consumo casero en Cuba.
 

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El 2017 fue un estupendo año para los amantes del porno en Cuba: el consumo de material pornográfico en la isla creció hasta cerca del 80% nada más que en PornHub, una plataforma web con fama de figurar entre los sitios de pornografía más grandes del mundo.

La estadística publicada por PornHub, fundada en Canadá hace una década, solo revela el tráfico procedente de teléfonos móviles cubanos. No tiene en cuenta la gestión realizada desde computadoras portátiles e incluso en las salas de navegación operadas por la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, Etecsa.

“Casi todos se pasan las películas porno por Zapya”, dice Malú Duardo, una chica transgénero que accede a hablar de porno en su casa de Placetas, la ciudad más próxima al centro geográfico de Cuba. Zapya es una aplicación de factura rusa para teléfonos móviles. Su popularidad es tan alta como las dificultades de conectividad que aún tienen los cubanos.

 

Cualquier noche en el parque de Placetas decenas de jóvenes se interrogan en el chat de Zapya. Pasa lo mismo en la plaza principal de Santa Clara, la ciudad más populosa de la provincia. En Sagua la Grande, al norte, un usuario que se hace llamar El Bombero pregunta a Yoandy, un electricista de treinta y dos años, si tiene porno. “¿De qué tipo?”, responde el interpelado.

Poseer películas o fotos pornográficas no es estrictamente un delito en Cuba. Compartirlas por Zapya, grabarlas en casa o copiarlas a los amigos en un dispositivo USB, sí. El Código Penal sanciona con prisión de hasta un año a quien “produzca o ponga en circulación publicaciones, cintas cinematográficas”, etc., que resulten obscenos o tendentes a pervertir y degradar las costumbres”.

Consumo de porno casero y porno cubano

Sin embargo, no solo la distribución clandestina está generalizada entre los adolescentes, como asegura Osvaldo Bouza, un estudiante de preuniversitario. Circulan por toda la isla cientos de videos domésticos, a veces grabados o compartidos sin el consentimiento de algunos participantes.

“Tengo la misma curiosidad de todos, pero a la vez me da tristeza ver muchachas con uniforme [escolar]”, comenta Zammys Jiménez a la sombra de su cuarto en Santa Clara.

“No saben que las graban muchas veces”, aclara Alejandro, un coleccionista de porno. “Otras veces lo permiten bajo presión, porque los productores y actores masculinos, a menudo la misma persona, les aseguran que no se difundirá.” Como ejemplo muestra La Pinareña y La Temba de Marianao, dos cortos de su colección. Estas películas, si tienen nombre propio o gentilicio, son de mujer.

 

Alejandro muestra más porno de su colección. “Porque hay que entender también”, sigue, “cómo se hace el porno cuando nadie te dice que no”. Se refiere a los filmes estadounidenses que involucran a cubanas. Habla además de películas clandestinas, rodadas en Cuba, en sitios seguros, con elencos cubanos y producción extranjera.

En este capítulo del repertorio pornográfico nacional se usan los mismos tópicos del cine convencional: se oye el son en vez del reguetón; la precariedad arquitectónica, a la manera de Centro Habana, es cálculo.

La criminalización de la pornografía en Cuba tiene una de sus expresiones más conocidas en la prohibición aduanera que equipara a las llamadas “películas para adultos” con las armas de fuego y la droga.

“Es exagerado”, concluye Zammys. “No creo que sea tan dañino, ¡para nada!” 

 

 

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