La escena es la siguiente: un río, un homenaje probablemente a Oshún a orillas del río, una quinceañera posando para sus fotos, un grupo de jóvenes con guantes rojos y verdes recogiendo a mano cuanta basura encontrasen, y un grupo de turistas mirando y tirándole fotos a todo. Lo real maravilloso.
¿Ustedes son de comunales? No. ¿Son militares? No. ¿De dónde son? De ninguna parte en específico. Para recoger basura no hace falta militancia. Solo las ganas y pasar por encima del asco.
Los resultados: 680 kilogramos de desechos sólidos dentro y cerca del Río Almendares, en la zona conocida como Isla Josefina. Un lugar ubicado en el centro del Bosque de La Habana, a donde van a parar cientos de visitantes en autos clásicos descapotables o en bicicletas. La cara verde de la ciudad.
Entre la basura había muchísimos platos y vasijas rotas, retazos de telas y muñecos de trapo, esculturas de hierro… generados principalmente por los rituales yoruba comunes en la zona. Pomos plásticos, botellas de vidrio. Y lo que resultó preocupante: montones de placas de rayos X provenientes, se supone, del hospital más cercano: el Joaquín Albarrán, que todo el mundo conoce como el Clínico de 26.
De entre lo que pudo clasificarse, resultaron los siguientes datos:
Si tenemos en cuenta la cantidad de personas que asistieron a la convocatoria (se calcula entre 50 y 70), el tiempo de estancia (unas cinco horas) y el método rudimentario de recogida (completamente manual), podemos decir que 680 kilogramos es un número que sí genera un impacto, al menos visual y a corto plazo.
Alejandro Palmarola, uno de los organizadores del evento (inspirado en el reto que últimamente marca tendencia en las redes sociales, el #trashchallenge) me responde cuando le pregunto a dónde va a parar toda esa basura que “ese es aún el punto flaco de esta historia. Va al vertedero porque no hay manera de reciclar todavía”.
En materia de regulaciones Cuba dispone de los Decretos 183/84 y 201/95, donde se explicita que “el que arroje desechos sólidos en la vía pública, solares yermos, patios, jardines interiores y exteriores, terrazas y azoteas, parques y registros del alcantarillado público, o en cualquier otro lugar no autorizado” recibe una multa que oscila entre los 5 y 60 pesos (Moneda Nacional). La sanción, además de poco significativa, tiene una aplicación prácticamente nula, entre otras razones, por la falta de inspectores ambientales.
Palmarola no cree que una solución viable en estos momentos se encuentre en la regulación o su aplicación. “No es la clave en este momento. Hay que empezar primero por un gran centro de clasificación y reciclaje de la basura, porque todo lo que se echa de basura lo mismo en la calle que en el tanque va a parar al mismo lugar, al vertedero”.
En 2015, último año que tiene registrado hasta el momento la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), de los 4 millones 668 mil toneladas de desechos sólidos recogidos en todo el país, se utilizaron para reciclaje, o abono, tan solo 443 mil, el 9.49%.
“Y lo otro es que, aunque se apliquen las multas medioambientales, ¿cuánto de esas multas irán a gestión a ambiental? Porque quizá ese dinero va a las arcas del Estado y de ahí a otra actividad que está contaminando por otro lado. Ese mecanismo no está engrasado aún. Por eso no creo que debamos empezar por la regulación. No es la clave en este momento”.
Junto con los jóvenes voluntarios estuvieron en la recogida de basura los trabajadores habituales del Parque Metropolitano de La Habana (PMH). Precisamente los que se encargan de la limpieza del lugar. Es una forma de valorar su trabajo, pienso mientras uno de ellos me dice que la clave está en escarbar suave, porque nunca se sabe que puedes encontrarte debajo de tanto desperdicio.
La iniciativa y espontaneidad ciudadana, según Palmarola, tiene que tener siempre una coordinación con las autoridades del lugar. Él, sin ningún contacto previo con las autoridades del Parque, logró que le dieran el permiso para el evento porque, según dice, “lo que más influye es que quieras sumarte a que las cosas funcionen. Ellos tenían un problema de saneamiento y todos los jefes les llamaban la atención por el desastre que tenían aquí. Que venga toda esta gente les ayuda y les alivia su trabajo. Es cuestión de comunicación”.
Junto con las autoridades del Parque se sumaron el proyecto Fábrica de Arte Cubano y el emprendimiento por cuenta propia Juankys Pan.
El impacto del evento fue sin dudas más mediático que medioambiental. Es el ejemplo, como dice Palmarola.
El Río Almendares nace en Tapaste, municipio de Mayabeque. Los desperdicios que desde allá se generan llegan hasta la desembocadura del río, arrastrando además la basura de todas las poblaciones cercanas.
La idea es que quizás, después, cada cual se anime y limpie su pedacito.