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No a la muerte

Quienes ejecutan y ordenan ataques a embarcaciones que trasladan hombres, mujeres y niños, incluso cuando sean salidas ilegales, se hacen responsables de estos actos deleznables

Actualizado: Mon, 10/31/2022 - 17:33

Cuba se desliza peligrosamente hacia la violencia y la muerte. Lo hemos reflexionado desde hace años y los acontecimientos que suceden en nuestro país parecieran que no tienen control.

Es verdad que todas las naciones sufren la violencia y la muerte, pero eso no puede ser una justificación para que ocurra, sin más, en nuestro país. Sobre todo, porque hemos perdido más de 60 años de nuestra existencia con la promesa de que todas esas lacras desaparecerían en el nuevo sistema.

Llevamos muchos años sufriendo diversas formas de violencia y de muerte. Incluso el lema principal del proceso revolucionario ha tenido durante décadas la alternativa de la muerte: “Patria o muerte, socialismo o muerte”. El hundimiento del remolcador “13 de marzo” ha sido uno de los hitos más dolorosos de esta deriva de muerte. Ahora ha ocurrido otro hecho que según el testimonio de testigos presenciales sigue llenando de muerte los mares que rodean a nuestra Isla.

Quienes ejecutan y quienes ordenan estos ataques a embarcaciones que trasladan hombres, mujeres y niños, incluso cuando sean salidas ilegales y poco seguras, que siempre debían evitarse para preservar las pérdidas de vidas humanas, se hacen responsables de estos actos deleznables que hablan muy mal del carácter supuestamente “humanista” que debería caracterizar a toda autoridad responsable.

Por otro lado, el hecho de que ocurran pérdidas de vidas humanas sin que se castigue proporcionalmente a los responsables es complicidad con el mal y con la muerte. Esto tiene que parar. Esto no debe volver a ocurrir nunca más en nuestro país y en cualquier lugar del mundo.

Lo primero es reconocer la causa profunda de que los cubanos huyan desesperadamente de nuestro país. Esa causa no está fuera. La raíz del problema está en el fracaso del modelo que ha provocado una crisis acumulativa sin fin. La crisis no son números en una estadística más o menos creíble. La crisis es el desastre existencial de todos los que hace más de medio siglo acumulamos sacrificios, sufrimientos, exilio, violencia y muerte, prometiendo un sistema económico, político y social que nunca ha funcionado. Esto debe cambiar ya.

En segundo lugar, debemos preguntarnos por qué algunos padres desesperados de la vida miserable que sufren en Cuba, se deciden a lanzarse al mar, aun llevando irresponsablemente a sus hijos menores a riesgo de su vida. Algo muy malo e insoportable deben estar viviendo y esta es la respuesta a esa interrogante.

Aun cuando deseamos una migración segura, ordenada y legal, no se han podido parar los repetidos éxodos masivos que no cumplen en ninguno de los casos con esas tres características. La causa es la desesperación de una vida sin horizonte, sin alimentos, sin medicamentos, sin electricidad, y sin una razón que justifique décadas de sacrificios crecientes que han convertido la existencia cotidiana en un sinsentido inacabable.

La muerte, en todas sus formas evitables y provocadas, es un crimen contra la dignidad de la persona humana. Es un acto abominable. El respeto a la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural es obligación de toda persona, de toda institución y de toda autoridad o gobierno.

Por tanto, Cuba debe abolir para siempre la pena de muerte y debe parar la espiral de la violencia que conduce a la muerte. La privación de una sola vida humana no solo criminaliza al que la ejecuta, sino que degrada la eticidad de una nación y de toda institución que promueve la violencia o acepte que la muerte es un accidente justificable como medio para alcanzar una finalidad cualquiera. El fin de una causa no justifica la muerte de una sola persona.

No debemos permitir la banalización del mal. La muerte provocada es un mal inaceptable siempre y en todo lugar. Cada persona que muere de forma violenta e inducida es una degradación irreparable para la nación y para toda autoridad que lo ejecuta, lo permite o no lo previene y castiga.

Parar la espiral de la violencia y de la muerte en Cuba es un deber ético y cívico. Es un deber sagrado y supremo.

 

Tomado del Centro de Estudios Convivencia