En teoría, la pasada XXVIII Feria Internacional del Libro estuvo dedicada al narrador, editor y promotor cultural Eduardo Heras León (La Habana, 1940). Este presentó Dulce Vita (Ediciones Unión, 2013), una compilación de relatos. La primera novela del fiel cuentista o “balletómano artillero” todavía es una cuenta pendiente que esperan sus compañeros de generación, admiradores y discípulos. Al “Chino” Heras habrá que seguirlo recordando por su narrativa de la violencia.
Aunque en la práctica el homenajeado fue Pedro Juan Gutiérrez, de quien se publicó La línea oscura. Poesía escogida.1994-2016 por Ediciones Loynaz en Pinar del Río; junto a El Rey de La Habana y Trilogía sucia de La Habana, un fresco de la Cuba sombría, degradada, hambrienta de los noventa. Basta agregar que la Feria en Vuelta Abajo se le consagró a Pedro Juan. Parece que el provincianismo se cansó del habanocentrismo y tomó las riendas del coche.
Muchos afectados por un clima político-cultural hostil, les atrae el cliché de que veinte años no son nada cuando las pesadillas pasan. Pero ni el arte ni la vida es un tango para nadie en ningún lugar del panorama artístico competitivo. Trilogía sucia de La Habana salió publicada en 1998 en Barcelona por la editorial Anagrama, que colocó a P.J.G en el mapa literario de lengua hispana.
Fichado por Anagrama, Pedro Juan nada tenía que envidiarles a sus colegas Reina María Rodríguez (Para un cordero blanco, 1982 y La foto del invernadero, 1998) o Reinaldo Montero (Donjuanes, 1986), ganadores del Premio Casa de las Américas. Allí donde Trilogía…fue ignorada y almacenada para cebar al moho.
Con una tirada inicial que gozó de repercusión crítica y comercial, el impacto le reportó a P.J.G la etiqueta de “Bukowski tropical”; un fabulador hecho para suplir a la abstracta prensa oficial, mediante una prosa cocida y cruda fraguada en la Isla. Trilogía…necesitó 21 años para enorgullecerse de una edición cubana.
Contra el silencio y las postergaciones, Pedro Juan Gutiérrez no es una mofeta en su tierra, al igual que Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas. Ello lo corrobora la publicación entre nosotros de Melancolía de los leones, Animal tropical, El insaciable hombre araña, Carne de perro, El nido de la serpiente, Fabián y el caos; o Diálogo con mi sombra, sumo de la autocomplacencia o pajas mentales computarizadas.
En su pseudoensayo La biopausia, Gilberto Padilla Cárdenas asoció la horrible foto de portada en Diálogo… a las confesiones eróticas de un abuelito, dotado con una memoria envidiable para reconstruir hazañas de alcoba.
Esa escritura “al límite” de P.J.G es la postal turística que no le conviene exportar al gobierno. Por eso aspiran a revertirlo en una imprenta nacional. Algo reservado a la gula literaria interna. Para que no vuelva a ser noticia internacional con la ayuda desinteresada del ostracismo local.
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Por eso es preferible que el trasiego descrito por “nuestro hombre en La Habana”, se fría en su salsa con menos ingredientes. Por eso el falso voyeur de las azoteas, agradeció a Ediciones UNIÓN facturar libros tan bonitos y limpios de erratas.
En Trilogía sucia de La Habana, predomina el dilema entre la abyección humana y los espacios muertos arquitectónicos. Como en la saga posterior del cronista, los atascados sociales protagonizan una antropofagia de la denuncia simbólica. Solo ellos poseen nombres o alias para devorarse unos a otros. Ruedo de peripecias que descartan al máximo responsable de una infelicidad compartida e inalterable.
Otra reincidencia en Pedro Juan es la ausencia de conflicto entre masa y poder. Las blasfemias anclan en terreno de nadie o charco de todos. Una zona cero donde el medio justifica los fines de corrupción y abusos de primacía. Al obviar la pirámide hegemónica, el productor rechaza afiliarse a bandos políticos. Nada de compromisos, campañitas ni solidaridad con no-personas. Lo ideal es habitar en un limbo pasional, porque la irresponsabilidad es una variante del placer.
Simular un “arte político” tras los bastidores del “apoliticismo”, transforma al artista incómodo en un hereje agazapado en el closet de la doble moral. Un Sí en la boca y un No en la cabeza como en el dibujo del humorista visual Santiago “Chago” Armada. O el belicoso “Sí pero No” que estampó Eduardo Ponjuán en una intervención pública concebida por la joven artista Lianet Martínez en la 13 Bienal de La Habana, incluida en el proyecto Detrás del muro en el malecón habanero.
“La sobrevida no es un suicidio a traición, fiscales del arte y la vida”, exigiría un romántico de las artes visuales con los pies en la tierra, fumándose un habano mientras festejaba haberle vendido el alma a un diablo del coleccionismo.
Por algo Ediciones UNIÓN escogió a P.J.G como un perverso dócil a quien proteger. Vaya osadía que un funcionario de la Institución Arte “saque la cara” por un paladín de la vacilante “izquierda lúcida” a destiempo. Si el literato sin un pelo de tonto dejó de ser un maldito, es porque nunca lo fue. “Si la montaña se acerca a Mahoma, prepárate que es un derrumbe”, reza un dicho del argot popular.
Bueno fuera que UNIÓN publicara Termina el desfile, de Reinaldo Arenas (Playor, Puerto Rico, 1981). Génesis y apocalipsis del campo y la ciudad, el arte y la suciedad: tías solteronas que no paran de chismear, marchas del pueblo combatiente, seres locos por renacer como planta o vegetal, falsas promesas.
Termina el desfile quizás sea el volumen de cuentos más lúdico y agónico de nuestras letras. Promoverlo en Cuba sería un milagro, libre de poses cautelosas o temerarias. Reinaldo Arenas volvería de la inmortalidad dando gritos de asombro.
“Dentro de cien años, tal vez más, aún se leerá Trilogía sucia de la Habana”, ha dicho P.J.G petulante. Una vanidad risible, absurda. Le faltó agregar: “Modestia, apártate”. P.J.G obvió suavizar el autoengaño con una boutade, trocar la soberbia en parodia. ¿Tiene sentido un ritual cursi para un heredero de la beat generation?
La olla podrida añejada por “El malhechor” Pedro Juan Gutiérrez ya es historia. El archipiélago apuntalado, hipócrita y escéptico convirtió a su onanismo antiestético en un espejo roto. Ya dejó de ser un peligro en una Isla hundida en la churre.
De los escritores que aspiran a ser leídos en Cuba, se encargarán una llamada perdida o la Zona Wifi donde ociosos navegan en tierra delirando con el cielo. No es casual que Con hambre y sin dinero, volumen de artículos, crónicas y ensayos de Ena Lucía Portela (Ediciones UNIÓN, 2017), se cubra de polvo en los estantes de la librería de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.