Mal radio me parta

Hoy la radio cubana cumple cien años. Tuve que leer dos veces para repasar la noticia y darme cuenta que no me he pasado cien años escuchando la radio.
La radio cubana cumple cien años
 

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Hoy la radio cubana cumple cien años. Tuve que leer dos veces para repasar la noticia y darme cuenta que no me he pasado cien años escuchando la radio. Y también porque hay radios y radios. La de antes y la de ahora, la amena y la a menos. Entonces vinieron a mi memoria muchos momentos de mi descubrimiento, mi deslumbramiento y mis alumbramientos.

Recordé los amaneceres en mi casa en Bayamo y los desayunos al ritmo de aquel programa, "Tía Tata cuenta cuentos", y el día en que quise penetrar en el radio, decidido y sin miedo. Realmente quien penetro el radio de bujías fue mi hermano, a quien invite a abrir el aparato introduciendo una larga llave de hierro por un agujerito en la parte de atrás. Todavía está dando gracias a que no se electrocuto porque se subió a una butaca. Fue, bien mirado, mi debut en los medios. Mi primer programa. Aunque mi madre tenía otro programa y no era muy infantil que digamos.

Siempre tuve curiosidad por la misión social de la radio. Al menos en Bayamo, frente al parque, con un micrófono y unos grandes altavoces le comunicaban a la gente noticias de quien había parido o el estado de algún pariente enfermo. Así aprendí como sacarle una sonrisa a la gente, o como asustarlas. Eran los breves espacios de la radio genuina entre discursos del elegido, a quien no bastaba la molotera en la plaza, y que los dos canales de televisión y todas las emisoras de radio a lo ancho y largo de la isla estuvieran encadenadas. Y así siguieron, aunque hubo talentos que, entre propaganda y discursos, pudieron hacer cosas normales, espacios dignos que la gente agradecía.

En realidad, más tarde, solamente conocí dos emisoras de radio por fuera: Radio Reloj y la C.O.C.O. De la primera nadie podría escapar, pues a través del éter aquel diabólico tictac me perseguía. Incluso hubo un tiempo en el que pensé que José Antonio Echeverria había asaltado la emisora porque alguien se había equivocado en la hora o uno de sus locutores lo tenía harto diciéndole el apodo de "Manzanita". La otra, donde trabajaría y me enamoraría definitivamente de la radio, estaba cerca de la casa de mi abuela en El Vedado, a donde fuimos a vivir mi hermano y yo, el ya sin llaves de hierro, en nuestra aventura habanera.

La C.O.C.O tenía otro encanto: sonaba vieja. Y era vieja. Y su atractivo mayor, al menos para mi, un muchacho de 13 o 14años, era que ponían tangos. En las tardes, de vuelta de la escuela, me paraba junto al aparato lleno de bombillas y bujías a hacerle la segunda a Carlitos Gardel o a Roberto Goyeneche, y sonaba caminar por Buenos Aires. Creo que esa afición me hizo, un día, buscar mejores aires que los de La Habana, aunque no llegara a Buenos Aires.

No olvidare nunca la tarde en la que "tronaron" a varios ministros, tan inútiles como los de ahora, pero que así, de golpe, en plenos setentas, eran una inesperada novedad. Llevo en el cerebro la voz rajada de Guido García Inclán, lastimero, diciendo que "Al pobre Fidel lo están dejando solo".

Fue ya en la C.O.C.O, el periódico del aire, donde la mañana del 20 de mayo de 1985, ya en los nuevos estudios de J y 15 en El Vedado, que el pasado de Cuba entro definitivamente a mi sangre cuando, con la puerta trancada y el volumen bajo, escuche con algunos amigos la primera emisión de "La Tremenda Corte", que me hizo militar desde entonces en la tropa de Castor Vispo, Animal de Mar, Mimi Cal y Leopoldo Fernández, esos héroes de mi sangre que volaron a la eternidad junto a otros grandes como Félix B. Caignet, Enrique Núñez Rodríguez, y más adelante a magos como Alberto Luberta, el colectivo del programa "Frecuencia 650", Chucho Herrera con el refrescante "Oiga", Jaime Almirall con su inolvidable "Esto no tiene nombre" y creadores más jóvenes como Albis Torres, Sigfredo Ariel y el ímpetu cósmico de alguien como Lázaro Sarmiento, siempre creando una radio del futuro.

Pero, antes de llegar a conocer la radio por dentro, en vivo, con intensidad y pasión, tuve que mentir, o, al menos, permitir una mentira y seguirle la rima. Fue en aquella Brigada de Instructores de Arte, la XX Aniversario, entre los naranjales de Torriente, en Jaguey Grande, cuando el jefe de asesores del municipio, Sánchez, llego una tarde preguntando quien de nosotros sabía hacer programas radiales.

Enfebrecidos, sin pensarlo dos veces, el escritor José Ramón Fajardo, Pepe, que luego ganaría el premio David de cuento con su libro "Nosotros vivimos en el submarino amarillo" y yo levantamos la mano, y el afirmo, con aplomo y sin que le temblara un musculo de la cara, que yo había nacido en un estudio de grabación y el en una cabina de transmisión, lo que nos permitió ir al día siguiente a la emisora juvenil del territorio y conocer por dentro aquella fábrica de sueños y tras un breve y alegre mínimo técnico, enfrascarnos en el primer guion de programa musical de nuestras vidas.

Yo no lo sabía, pero aquellos momentos me fueron preparando para, más adelante, poder inventar no los programas que deseara la gente, sino los que yo mismo quería escuchar y nadie hacía. Fue también en la C.O.C.O donde experimente con el humor, tras dirigir espacios como el de Vicentico Valdés, único huésped, invitado y protagonista, donde el locutor hacia malabares diciendo disparates inevitables para presentar las canciones como "vuelve Vicentico" o "regresa Vicentico" y quedarse perplejo cuando yo le preguntaba, divertido a donde se había ido Vicentico para regresar si aquel era su programa.

Y un día llego aquel programa de domingo que duraba hora y media y que alguien bautizo como "Todo en 90" y que me entrenaría para unos años después hacer "El Programa de Ramon", y donde fui cargando la mano con el humor hasta mi casi despedida de aquella emisora tan querida, cuando al final de una emisión convoque a un casting a primera hora del lunes siguiente a todos los charros de La Habana, con sus trajes típicos y sus anchos sombreros,

Vi el desfile de émulos de Pedros Infantes y Jorges Negretes sentado en un muro a media cuadra, y sospeché que el director de la emisora me iba a poner en búsqueda y captura. Luego comenzó mi andadura en Radio Ciudad de La Habana, pero ya esa es otra historia.

Ojalá que un día se pueda hacer en Cuba una radio diferente, sin que meta su hocico la ignorancia y el miedo del Buró Político del infame PCC. Hasta entonces, felicidades, radio de mi país.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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