El periodista que cubrió el "caso Ochoa" para Granma cuenta detalles de la censura en la prensa cubana

El periodista Pablo Socorro, militante del PCC y hoy exiliado en Miami, fue el encargado de redactar las informaciones oficiales sobre el caso.
El periodista que cubrió el "caso Ochoa" para Granma cuenta detalles de la censura en la prensa cubana
 

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Un reportaje en el diario español EL PAÍS arroja detalles sobre la censura en los medios de prensa oficialistas durante el llamado "Caso Ochoa", o Causa Nº 1, que acabó con el fusilamiento de un héroe de la república de Cuba, el general de división Arnaldo Ochoa, y tres mandos del Ministerio del Interior y el Ejército con destacada hoja de servicios: el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez. Un tribunal militar especial les sentenció a muerte por alta traición y narcotráfico con el cartel de Medellín. 

Interrogado por el diario español sobre las circunstancias del caso, el periodista Pablo Socorro, exmilitante del Partido Comunista de Cuba, redactor de la Agencia de Información Nacional (AIN) y designado por el Gobierno para escribir las versiones oficiales del proceso, televisado a lo largo de un mes, dice no tener certezas pero sí conjeturas. “Estoy convencido de que las verdaderas razones del juicio solo se conocerán cuando se derrumbe el régimen, como ocurrió al caer el campo socialista y salir a la luz los archivos y horrores de la KGB y la Stasi”, declara a este diario. Abandonó Cuba en 1996, recibió asilo político en Estados Unidos, fue cronista deportivo de la agencia AFP durante 20 años y reside en Florida desde su retiro, en 2017.

Socorro describe para EL PAÍS la mecánica utilizada por el vértice revolucionario para informar sobre el juicio. “Mis conocimientos del caso no iban más allá de lo que decía el régimen, o me decían que escribiera”. Sus libretas de notas eran revisadas cada día, y Carlos Aldana, jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central, arrancaba las páginas con apuntes que creía comprometedores. Una de las suprimidas citaba a “Pablo”. Las libretas nunca le fueron devueltas, ni él las reclamó. “Tengo madera de cualquier cosa menos de héroe” --reconoce.

El periodista, encargado de redactar la versión oficial publicada en Granma, órgano del partido, en Trabajadores, Juventud Rebelde, Bohemia, radio y televisión confiesa haber "caminado sobre el filo de la navaja" en su condición de amanuense. Formaba parte del equipo que seguía las actividades del mandatario en la isla cuando se le encomendó la peliaguda misión, controlada personalmente por Fidel Castro. Escribía en una máquina del despacho de Aldana, pero solo el director de la AIN podía leer sus cuartillas, que el secretario personal de Castro, José Manuel Miyar Chomi recogía cada 10 o 15 minutos. “En cierta forma, Castro actuó como mi editor y censor”, recuerda. “Yo también me autocensuraba. Era como una doble censura. Cuando escribía no lo hacía pensando en los usuarios de la agencia, sino en él”.

El secretario regresaba al rato “con las cuartillas y las muchas coletillas agregadas por Fidel, a veces párrafos enteros. Afortunadamente, no tachó ninguno de los escritos por mí” --cuenta Socorro. Cada cuartilla devuelta tenía en el margen inferior las iniciales FCR, iniciales de Fidel Castro Ruz, y su visto bueno. Recibido el nihil obstat, eran entregadas a un capitán para su traslado a la sede de AIN, donde eran copiadas en cintas de teletipo.

Cuando la crónica estaba lista, se transmitía primero a Granma y una hora después, a Radio Reloj. A continuación, se preparaban resúmenes para el resto de medios. Escribir el texto no debía llevar más de una hora, pues el cierre del periódico apremiaba. El edecán recogía las cuartillas y se las llevaba. “Debíamos esperar en la oficina la aprobación definitiva de Castro o alguna orientación suya para el día siguiente”. Socorro cuenta que volvía a casa hacia las dos de la madrugada con los nervios de punta.

El periodista oficialista cuenta a EL PAÍS que ahora escribe, sin prisas, un libro "sobre una experiencia que marcó su vida y no pudo compartir con nadie, pues se le prohibió". Sospechando que su comportamiento era vigilado, solo su esposa supo parte de la verdad. Se la contó cuando tuvo la seguridad de que nadie les escuchaba, sentados en unos arrecifes del barrio de Miramar. La reflexión sobre el futuro de sus dos hijas, que no lo quería en Cuba, y el desengaño político aceleraron su huida aprovechando un viaje de trabajo a Colorado Springs.

 

 

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