La diputada Camila Vallejo, joven comunista chilena, cree que los jóvenes de 16 años deben votar en su país. No sé por qué no los de 14 o a los de 13, como sucede con la bar mitzvá judía. La tendencia es ésa. Los comunistas de Podemos plantean lo mismo en España. Y no está sola Camila en esa disparatada petición. (Enseguida explico lo de “disparatada”). La acompañan, entre otros, los diputados Raúl Soto de la Democracia Cristiana y Juan Santana del Partido Socialista.
Me imagino que la conjetura posee cierto interés: si los jóvenes chilenos tienen edad para romper vidrieras y enfrentarse a los carabineros, si tienen edad para quemar las estaciones de trenes y autobuses, deben poder elegir y ser elegidos al congreso o a la presidencia del país. Al fin y al cabo, los vecinos argentinos pueden votar a los 16 años. También los austriacos, los nicaragüenses, los ecuatorianos, los alemanes de ciertas regiones, los escoceses y varias de las naciones que formaban parte de Yugoslavia y hoy son independientes: Serbia, Croacia, Bosnia y Eslovenia. Por ahí van los tiros.
Ha sido un crescendo. En el mundo moderno surgido de la revolución americana (1776-1781), primero solo votaban los propietarios capaces de leer y escribir. Luego sufragaron todos los varones blancos, independientemente de sus propiedades o de sus conocimientos. Más tarde, tras la Guerra Civil (1861-1865) se incorporaron los negros. En su momento (1920), lo hicieron las mujeres. En ese mismo año el Congreso aprobó la Ley Seca por pura demagogia. Era un obsequio a las sufragistas. En 1933, con el rabo entre las piernas, los legisladores americanos tuvieron que revocar la ley.
¿Cuál sería la edad ideal para que las personas elijan o sean electas? ¿16, 18 o 21? Ninguna de ellas. Por lo que sabemos hoy día como consecuencia de los estudios neurológicos, la edad adecuada es en torno a los 25 años. Es en ese momento, mes más o mes menos, cuando el cerebro madura debido al desarrollo de la corteza prefrontal, una zona del cerebro que regula las emociones, controla los impulsos, juzga los riesgos certeramente y permite hacer planes a largo plazo.
Nada de esto se conocía hace cierto tiempo. (Lo que sí se sabe es que los jóvenes suelen optar por las formaciones radicales). Los políticos y los jefes militares habían detectado correctamente que a los 18 años abunda la “carne de cañón” y se aprovecharon de ella. No sabían por qué la audacia suicida está más presente en la adolescencia, y no se les ocurrió que creerse invulnerables o eternos es una deficiencia biológica que se corrige cuando surgen las conexiones neuronales adecuadas.
No hay nada que me parezca más obsceno que las escenas filmadas de Adolfo Hitler pasando revista a unas tropas adolescentes mientras se escuchan los cañones de los Aliados muy cerca de su madriguera. Los muchachos miran arrobados al Führer por el que están a punto de perder la vida. A Hitler no le importa nada el sacrificio. Es la quintaesencia del narcisista incapaz de sentir la menor empatía.
Lo mismo me ocurre con las imágenes de los niñatos destruyendo impunemente las ciudades en Chile, en Ecuador o en Bolivia. Pero la forma de enfrentarse a ese fenómeno no es reduciendo la edad de asistir a las urnas, sino todo lo contrario: aumentándola. Sé que es nadar contra la corriente, pero siempre es preferible actuar de acuerdo con la ciencia y la conciencia. A la postre, a Camila Vallejo le importa un rábano que los chilenos voten en elecciones plurales y transparentes. Lo suyo es la revolución cubana o el chavismo venezolano, no la democracia o la libertad.
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