En las esquinas, sobre los bancos de los parques, en cualquier recoveco de la ciudad donde se puedan guarecer del sol o de la lluvia, están los mendigos en Cuba.
Han vuelto. Regresaron como zombis, sin expresión y sin brillo en los ojos.
Son el resultado del fracaso económico y social, la muestra palpable de la vocación de vitrina que ha obsesionado a los líderes de eso que llaman revolución cubana, que inventaron una realidad que no se iba a sostener porque era falsa y alquilada.
El gobierno reconoce ahora que no sabe qué hacer con ellos. Viejos y jóvenes, alcohólicos y mutilados por las guerras ajenas a las que fueron enviados, y ahora, en las ciudades, con hambre y sueño, no saben luchar su propia guerra.
Una guerra para la que no estaban preparados porque alguien dijo, al inicio de estos tiempos que parecían la inauguración del paraíso, que a ningún cubano le faltaría nunca un techo sobre sus cabezas y un plato de comida en su mesa.
Hoy van lentos, paso a paso, con la pobreza como único signo de distinción, y la amargura de haber sido abandonados por hijos y hermanos, pero sobre todo por el estado en el que creyeron. En la revolución que trastocó sus vidas.
Extienden las manos para pedir, tímidamente, un cigarro, dinero, comida. Ya el sol no les castiga porque nada puede castigarlos más de lo que ha hecho la vida con ellos. Sonríen con dolor hondo porque, por suerte, aún recuerdan cómo es sonreír.
Ahora son solamente estadísticas, pero su presencia asusta. “La cifra oficial de indigentes en la Isla, según la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), era en el año 2016 de 1.261 personas, con marcada incidencia de integrantes de la tercera edad, así como cubanos con discapacidad sin amparo filial, y personas con adicción al alcohol y las drogas”.
No saben cómo decirles, cómo llamarlos, cómo clasificarlos. No son mendigos, ni vagabundos, ni pordioseros, porque según los culpables del desastre que los ha convertido en parias hambrientos, esos son nombres de los malos gobiernos anteriores a este, que es el que es, el que vino a instalar la felicidad en la Isla. El que borró el pasado de un plumazo sin saber qué hacer con el presente.
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Les dicen “deambulantes”. No pueden ser llamados de otra forma porque otros nombres traerían de golpe la Isla anterior, esa que se empeñan en negar. Sólo falta que los consideren víctimas del embargo.
“El doctor Alejandro García, psiquiatra que dirige el departamento de Salud Mental de Centro Habanadijo que muchos están en edad laboral y dentro de las causas más frecuentes para caer en tal conducta está el alcoholismo. La mayoría son personas que perdieron sus casas, sus familias, sus trabajos, terminan viviendo en la calle sin compromiso ni sentido de pertenencia a ningún lugar”. Y añadió: “Cuando se evalúan los casos de ‘deambulantes’ no se encuentran graves trastornos psiquiátricos; ellos, simplemente, han adoptado ese modo de vida”.
O sea, al final son solamente aventureros que prefieren la vida sana, en contacto con la naturaleza, sin ataduras sociales ni familiares. Gente que decidió ser feliz al aire libre.
La solución que han encontrado es apartarlos de la vista pública, desaparecerlos. A los perros callejeros los están envenenando, a estos no se le puede eliminar de esa manera.
“En los últimos meses, varias denuncias en la prensa independiente y las redes sociales han hecho referencia a las ‘recogidas’ que ejecutan las autoridades en municipios y provincias cubanas durante las visitas ministeriales o los recorridos que hace el gobernante Miguel Díaz-Canel”.
Los esconden porque la miseria afea y la derrota duele. Porque es un aviso de nuestra culpa y también nos dice que esos pudimos ser nosotros con su dolor a cuestas, arrastrando los sueños que ahogaron tantas mentiras.
Pero no regresan del pasado, sino de ese futuro que nunca llegó.
*Este es un artículo de opinión. Los criterios que contiene son responsabilidad exclusiva de su autor, y no representan necesariamente la opinión editorial de ADN CUBA.