Como imitando el tema de Eliseo Grenet que popularizó Barbarito Diez, las carreteras de Cuba se tiñen de sangre con impresionante frecuencia, y todo indica que los accidentes van en aumento sin que el estado tome medidas efectivas para frenar la situación. Treinta hoy, cuatro mañana, cinco al siguiente día, en una carrera sin descanso contra la muerte.
Imprudencia temeraria, alcohol, pésimas condiciones de los medios de transporte y las carreteras, según cifras oficiales los accidentes de tránsito en Cuba causan la muerte de dos personas y dejan 21 heridos cada 24 horas. Casi se diría que quien pretenda viajar, aunque sea un tramo corto, debería despedirse de los suyos como si no fuera a regresar jamás.
Pero nadie habla del estado precario de carreteras y calles, no se menciona –salvo para culpar por ello al imperialismo— los asombrosos baches que proliferan por doquier: el jefe de la Dirección Nacional del TránsitoRoberto Rodríguez, dijo en el programa Mesa Redonda, que los accidentes en la vía durante 2018 e inicios de 2019 se debían fundamentalmente a “los altos niveles de indisciplina vial y una escasa percepción de riesgo, tanto por los conductores como los peatones”. La culpa es de los otros, siempre de los otros.
No pasa un día sin que ocurra un accidente de tránsito con muertos y heridos. Según datos de la Comisión Nacional de Seguridad Vial, los accidentes de tránsito continúan siendo la quinta causa de muerte en la Isla, donde en 2018 se reportaron 10 070 hechos, que ocasionaron 683 muertos y 7 730 heridos.
¿Es falta de control por parte de las autoridades? ¿La mayoría de los accidentes se deben a la audacia de los choferes y peatones? ¿O eso que llaman, con “el parque móvil” del país, está ya más que obsoleto, y son trastos muy viejos difíciles de controlar? ¿Será cierto que muchos de esos autos antediluvianos pasan las inspecciones gracias a los sobornos? Puede que no haya una sola respuesta. Lo cierto es que Cuba muere en la calle o en la carretera, y habría que evitarlo.
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Lo que más molesta es el silencio de los medios de comunicación o el triunfalismo con el que se habla de la muerte: cifras, solamente números fríos y porcentajes. En una de esas escasas declaraciones sobre el tema la prensa reconoció, tímidamente, esta verdad terrible: “El año pasado (2018) ocurrió un siniestro cada 52 minutos”. Y en cada uno de ellos hay, al menos, una víctima mortal. A ese ritmo, entre la baja natalidad, los que se marchan del país y los que mueren en estos accidentes, Cuba pudiera quedar despoblada para fines de siglo. Entonces se regresará a los caballos como medio de transporte, o a caminar, que es más saludable.
Lo ha dicho uno de los sitios de prensa independiente, los únicos que reportan esto que ya parece una epidemia: “Puesto que carreteras pertenecen al Estado cubano como único propietario, las cifras crecientes de pérdidas de vidas humanas hablan del poco respeto por la vida humana que muestra un Estado tan despreocupado de las infraestructuras del país”.
Debería haber un stop y un llamado a la reflexión, y que el gobierno priorice el arreglo de las vías y el control sobre el transporte. Horroriza pensar que un amigo o un ser querido irá a enrolarse en su último viaje, o que saldrá a la calle inocentemente para ser atropellado mortalmente.
Pero el gobierno parece tener otras prioridades. Y mientras tengan a mano el fantasma del bloqueo, y los ministros puedan culpar a los ciudadanos, el problema irá para largo. Así que habrá que cantar o tararear el tema de Eliseo Grenet: “Si muero en la carretera, no me pongan flores”.
Y será mucho mejor, porque ya ni flores hay en Cuba.