EL VIERNES 15 A LAS 6:30 ZUMBAREMOS CON ZUMBADO

El viernes 15 de marzo, la Editorial La Pereza presentará en la librería Books and Books, en el 265 Aragon Avenue de Coral Gables, Miami,  la antología “El tipo que creía en el sol”, cuentos y textos del humorista cubano H. Zumbado,
H. Zumbado, humorista cubano, foto cortesía de Teriana Zumbado
 

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Ya está ahí mismo, en la próxima esquina, el viernes 15 de marzo en que la Editorial La Pereza presentará en la librería Books and Books, en el 265 Aragon Avenue de Coral Gables, Miami,  la antología “El tipo que creía en el sol”, con cuentos y textos del humorista cubano H. Zumbado, autor de legendarias crónicas que alegraron la vida de miles de personas en la Cuba de los años 70s y 80s del pasado siglo.

Y como prometimos hace poco en ADN.CUBA, aquí está el prólogo al libro que presentarán la actriz Zulema Cruz y el escritor Ramón Fernández-Larrea.

ZUMBADO CADA VEZ ZUMBA MEJOR

A principios de 1980 yo iba en camino de convertirme en una gloria de Cuba.

Pero entonces conocí a Zumbado, a Héctor, o mejor dicho a H. Zumbado, que ya era una verdadera gloria. De manera que aplacé lo mío y me convertí en su discípulo, que es una manera esdrújula de aprender, y de paso hacíamos un número redondo, que es el dos, como El gordo y el flaco, Holmes y Watson, Lennon y Mc Cartney, Tarzán y Cheeta o Arango y Parreño, que fue una de las primeras confusiones que me contagió Zumbado, que aseveraba medio en broma y medio en serio, que “eran dos señores que llevaron la caña los muy jodedores”. Por lo menos Arango y Parreño, como Ortega y Gasset, era, no dos, sino uno, pero muy compuesto como persona.

Y una persona compuesta, a esa altura del inicio de la debacle a principio de los ochenta en que yo iba camino a convertirme en gloria de Cuba, se descomponía con facilidad ante el humor vitriólico pero tierno, histórico y filosófico, esotérico y prístino  de ese maestro y amigo que ha sido y es Héctor Zumbado, Hache Zumbado para los amigos.

Nos identificamos de inmediato. No hay solidaridad y entendimiento más grande que el que pueden encontrar dos seres (¿aseres?) bajitos, es decir dos personas de baja estatura. Entre Zumbado y yo no hacíamos un Teófilo Stevenson. En el tamaño digo, pero no en las aspiraciones. Los dos pretendíamos llegar a mayores alturas.


H. Zumbado, humorista cubano, foto cortesía de Teriana Zumbado


Y al principio no solamente fue el verbo, sino que el verbo consistía en encontrarnos en aquella cripta de la sabiduría que era la barra del restaurante El Conejito, que conservaba el aire ajedrecístico de Tigrán Petrosián, el campeón del mundo, que lo había inaugurado en 1966 durante la XVII Olimpiada Mundial de Ajedrez celebrada en La Habana (Zumbado nunca me aclaró si habían racionado comerse las piezas en el tablero). Que uno se pregunta, nos preguntábamos, cuál era la secreta relación de los ajedrecistas con la cerveza y los conejos. Eran clases muy cortas, porque ya después de la quinta cerveza, cualquiera de los dos comenzaba a confundir a Alejandro Magno con su caballo

Aprendí entonces con H. Zumbado que no importaba que afuera todo estuviera oscuro y turbio si adentro estaba fresco e iluminado, o más bien espumoso. Y que era mejor saber qué decir, si no se sabía decir, porque el dilema era entonces ser ocultos para ser libres aunque nunca te ganaras el ventilador en la asamblea sindical. El calor era tuyo, y aliviaba pensar que éramos más lo que lo sentíamos que los que lo evadían. Creo que su sabiduría y su raíz venían de la antigüedad, y que todo estaba dicho o entredicho desde “los tiempos de Aristóteles y Platón en la vieja Grecia, los dos filósofos que tanto aportaron para confundir a la humanidad por unos cuantos siglos”.

Fue así que conocí a “Festivaldo”, ese semejante para quien cada día significaba jolgorio; a “Chapucio”, que se multiplicaba entre nosotros con una férrea voluntad de nunca hacer nada bien; y a los “Consultosos”, a los “Sinflictivos”, a “Audacio” y a “Ausencio”,  y a ese virtuoso prójimo que Zumbado clasificó para la ciencia como “el Majá dinámico”, que se esfuerza en hacer parecer que trabaja. Imagino que hoy, viendo a un reguetonero, lo habría clasificado, con absoluta certeza científica como “Gangarrio”.

Leyéndolo y escuchándole supe que la arcilla fundamental de nuestra obra no eran la juventud ni el barro, sino la resonancia y trascendencia del idioma; que no hay palabras malas ni buenas, siempre que muevan y conmuevan, o hagan reír y pensar; y que, si uno no encuentra el vocablo adecuado, lo inventa. Porque Zumbado hizo su gran aporte a la lengua con los “Zumbablos”, casi venablos, palabras y conceptos que no existirían sin él.

Hace unos años escribí que “él ha sido el último de los modernos. Quien encontró, allá en el fondo de un vaso de añejo esa sustancia indefinible que es nuestra esencia, llámese tíbiri tábara, envolvencia o sirigaña”. O cuando inventó el mejor test de cubanidad, el detector infalible de ADN cubano, que tiene solamente dos opciones: Se es bongó positivo, o se es bongó negativo.

Y ahí también radica su amplitud y su grandeza, porque partió de su mínima patria, que además del lenguaje era lo que consideraba su “hábitat natural”, el céntrico, elegante y bohemio barrio de El Vedado, que según él era una ciudad, su ciudad, que limitaba al norte con el malecón, al este con el Torreón de San Lázaro, al oeste con el puente Almendares y al Sur con la calle Zapata, donde está nuestro destino final y la Necrópolis de Cristóbal Colón.

“La obra de Zumbado es multigenérica”, escribió José Antonio Michelena escribió sobre el autor de este libro. “Él frecuentó el artículo, la crónica, el cuento, el ensayo, y acudió a los recursos que consideró útiles para cada texto”. Pero todo lo hizo con una incisiva y personalísima mirada que desempolvaba y volteaba los temas a tratar. Temas de rabiosísima actualidad, cotidianos y asfixiantes: los problemas humanos y nuestros propios problemas, que a veces parecían inhumanos.

Porque, como dejó dicho Jorge Fernández Era, alumno aventajado, que Zumbado fue capaz “de subirle la parada al humor costumbrista, que insistía en descuartizar el pasado cual único culpable de los males que corroían la sociedad cubana”. Y eso me trae a la mente la frase con la que el maestro intentaba calmar a un grupo de sus aprendices a punto de estallar o caer en la depresión, cuando les dijo que “Lo peor del socialismo son los primeros doscientos años”.

Es la razón por la que otro de sus discípulos, que luego escribiría la famosa “Oda a San Zumbado”, Enrisco, dijera: “Acompañante incesante de mi niñez desde que descubrí un librito suyo -“Limonada-” que recogía viñetas burlonas de la vida cotidiana. Y eso no era fácil en tiempos en que nadie se atrevía a burlarse de nada excepto quizás el imperialismo porque todo lo demás, desde el transporte público hasta las croquetas eran responsabilidad exclusiva del Estado. Y quien decía Estado, decía Revolución, Patria y Demás Cosas Que Se Escribían Siempre Con Mayúsculas”.

Me hace muy feliz que la Editorial La Pereza (a Zumbado le habría encantado saber que iba a ser publicado por una editorial con un nombre así) recoja y quiera que su obra se conozca más allá de la fina piel de nuestra isla, extenderla entre los hispanos, y que todos los que emigramos y dejamos atrás sus libros, podamos tener de nuevo su alegre y sabia compañía. Porque Zumbado sigue zumbando más allá de la vida física, con una química que se hace histórica rompiendo lo geográfico y su picada llega a ser biológica y ontológica, y no se olvida nunca.

 

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