Si “los cubanoamericanos son los embajadores de la libertad”, como ha dicho la pelirroja Jen Psaki, vocera de la administración Biden-Harris, entonces, ¿por qué no enviar a Cuba un batallón de cajeros automáticos sobre ruedas?
Cúbranse los telebancos rodantes con disfraces de goma que representen a los principales personajes de la misión libertadora: la anciana reumática operaria de factoría, la empleada de Walmart que llega reventada al turno de medianoche, el enfermero de emergencias del hospital Jackson Memorial, el camarero del Versailles con problemas de ciática, el cartero, la manicurista, el pintor de brocha gorda, el chofer de montacargas que vive en un tráiler, la bailarina de puticlub, el recogedor de laticas de aluminio que pasó la pandemia solo, el barrendero del Palacio de los Jugos de la calle Flagler.
Nosotros somos libertadores, queridos compatriotas, solo porque llegamos al aeropuerto José Martí con los bolsillos forrados de armas ideológicas. Nosotros libramos al castrismo de la necesidad de cambio a corto, mediano o largo plazo. Nosotros somos el dispositivo de la diplomacia de la continuidad.
Nosotros le evitamos a Kamala Harris tener que ocuparse de un estallido social en Cuba, porque esos estallidos serán cosa de Minneapolis y Oakland. Nosotros ponemos pollo en la mesa y quitamos presión a las ollas. A los empleados del aeropuerto de La Habana que se nos acerquen con un fajo de pesos inservibles, nosotros, magnánimos y caritativos, se los convertiremos en dólares.
Heroico batallón de zarrapastrosos liberadores que envían recargas a los nietos de La Lisa: ¡la Policía Nacional Revolucionaria, protagonista del cine independiente en formato WhatsApp, os da la más calurosa bienvenida!
A los que limpian inodoros en el casino de los Miccosukees para que sus hermanos de La Víbora tengan leche condensada: ¡la Patria os contempla orgullosa! A quienes cuidan ancianos en los hospicios de New Jersey para que la prima tenga esparadrapo en Holguín, la administración Biden os envía a Cuba como brigada médica internacionalista. ¡Somos la punta de lanza de la politiquería sentimental!
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Así como Buzz Aldrin plantó en la Luna la enseña de las barras y las estrellas, nosotros pondremos venditas con la bandera americana en las llagas del castrismo. Nosotros le cambiaremos el pañal y lo conectaremos al balón de oxígeno. Nosotros somos la vacuna Soberana del comunismo contagioso. La administración demócrata nos llama Rambos y nos pone en las manos la ametralladora de los viajes sin obstáculos y los gusanos repletos.
Una noche de cócteles con Alpidio Alonso y Arturo López-Levy en el Condo de Robert De Niro: ¡así se liman las asperezas! Un certamen de bobitos en Victoria's Secret con Isabel Alfonso y Lyanis Torres Rivera, ¡así se consigue el vínculo afectivo de federada a federada! ¡Otro empujoncito, heroico pueblo cubanoamericano, que la recholata está a la vista!
Por si la Psaki no lo hubiera dejado suficientemente claro, como si no entendiéramos que “embajadores de la libertad” se traduce en “Me sale de mi santa toalla hacer negocios con los bribones de GAESA”.
Una gallega procastrista nos lo explica de pe a pa. Sin pelos en la lengua, de los que el ibérico traga en los baños de Varadero:
“La Ley Helms-Burton debe terminar para que los europeos gocen de vuestro adorable archipiélago patrullado por milicos y pastores alemanes. Es una cuestión de ostalgia que vosotros jamás comprenderéis. Estaremos en Cuba hasta que se seque el Malecón, y ni un minuto menos. Si quieren democracia, mulatos majaderos, tendrán que volverse mambises y volvernos a declarar la guerra”.
Eso, más o menos, es lo que ha dicho María Reyes Maroto, la ministra española de Industria, Comercio y Turismo, que viene a unirse al cronograma de la pelirroja Psaki. Y lo ha dicho sin dignarse a mirarnos, pasándonos por alto y hablándole directamente a los gringos.
Solo falta Alejandro Mayorkas y una tanda de mojitos en el Yarini, un bar de San Isidro atendido por las niñas obreras de La Colmenita. Solo falta el Papa Francisco, con Elián y Yusuam sentados en cada pierna. Para entonces, la normalización será vista como una vuelta a la más descarada componenda, y las medidas trumpistas empezarán a parecernos el colmo de la consecuencia y el realismo.
Ilustración de portada: Armando Tejuca, exclusiva para ADN Cuba