El canario Alberto José Navarro González, interventor de la Unión Europea en Cuba, ha firmado la carta de La Joven Cuba en la que se atropella nuestra soberanía, sin que ni uno solo de los catedráticos dedicados a estudios poscoloniales condenara el hecho.
¿Qué pedagogo quiere meterse en semejante atolladero? ¿Qué politólogo no evitaría el gentilicio presillado al nombre del embajador Navarro? El problema cubano-español es como un cabo de tabaco aplastado por una alpargata. Apesta y quema, y nunca se apaga.
¿Qué otra nación hispanoamericana continúa postrada ante una vieja metrópolis disfuncional? España como metrópolis en pleno siglo XXI, ¡vaya noción absurda! Los españoles deben estar flipando de que los cubiches aún los tomen en serio. Si las regiones autónomas exigen salirse de la olla de grillos a como dé lugar, Cuba todavía insiste en ser crisol de lo peninsular, allí donde los Puig, los Teixeira y los Echemendía conviven y procrean en tropical armonía.
Les unen diversos objetivos económicos, todos reprobables. Los españoles mantienen el archipiélago en situación de dependencia de la política turística europea, y los cubanos proveen la mano de obra barata. Ahora las carabelas son cruceros que trasiegan vacacionistas yanquis. Los españoles echan pestes de los gringos, pero solo por la espalda, porque en Cayo Coco y Pasacaballos los apapuchan en sus hoteles y les ponen un palo de golf en la mano.
Si en el Congreso de Diputados madrileño los políticos jóvenes mimetizan lacayunamente las políticas norteamericanas de raza, género y oportunidades, en Cuba se oponen terminantemente a cualquier amago de sindicalismo. Van a cuarenta-sesenta con las empresas mixtas de los carabineros de Gaesa, y consideran una afrenta que la Ley Helms-Burton demande la devolución de las propiedades robadas a sus legítimos dueños.
Escapan de Castilla la Vieja para venir a La Habana encastillada y militarizada, con su dictadura vitalicia, su cañonazo de las nueve y su Valle de los Caídos en pintorescos derrumbes. Para el empresario español que sufraga un nuevo bar o una tienda de ropa en el barrio San Isidro, el grupo 27N tiene que ser el enemigo.
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Cuba podrá hacer todas las revoluciones que le dé la gana, pero de los españoles no se librará jamás. Dimos una vuelta completa para recaer en España, e imagino que eso es lo que nuestros descubridores llaman “revolución”. Da lo mismo Martínez Campos que el embajador Alberto Navarro, Pablo Iglesias que Emilio Castelar, las relaciones de Cuba y la vieja metrópolis son un diálogo de sordos que dura cinco siglos.
Ya en el año 1881, José Martí, el neoyorquino, se divertía con la paradoja de que una revista se llamara La España Moderna y llevara el título en letras góticas: “Alrededor no hay mozos robustos, con la cara al cielo y un libro y un arado, sino más como dragones, de pico y voluta; con la cola de mucho recoveco, y los remates flor de lis”.
Esa incongruencia describe perfectamente la política española hacia Cuba. Nada de mozos robustos con un libro y un arado: mulatas con delantal y servilleta al brazo. En la Península, los españoles marchan alegremente hacia el socialismo, y en su factoría ultramarina hacia el gótico castrense.
El embajador Navarro no pudo haber escogido una publicación más representativa para estampar su firma. Los signatarios de La Joven Cuba respaldan una variedad de plattismo que deja en manos norteamericanas la responsabilidad de solucionar los problemas que creó el castrismo. Se llaman “jóvenes” y son Celestinas que remiendan el ideario agujereado de unos viejos generales con cuentas en bancos suizos.
Siguiendo la nueva moda de esos Estados Unidos que tanto odian, piden de hinojos lo que debería exigirse levantando el puño. La carta es un modelo de los “recovecos, picos y volutas” de la retórica fidelista. Se llamará “Joven Cuba”, pero varios de sus firmantes son los mismos viejos camajanes del exilio con residencia en Miami, New York y Oakland. Y claro que no les avergüenza irse a la cama con un viejo interventor venido de Europa.
Esta batalla española está tan perdida como la de la Loma de San Juan. Porque, ¿quién no sabe hoy que la joven Cuba está en San Isidro, que puede ser negra, robusta y repartera, y que lleva los nombres de Maykel Osorbo, Luis Manuel Otero Alcántara y Anamely Ramos?