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Dile a Catalina que se compre un guayo

Fernández Larrea ironiza sobre la realidad cubana y la retórica victimista de los dirigentes del régimen, que piden cooperación externa.

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Díaz-Canel y Lis Cuesta en Emiratos Árabes
Armando Tejuca | Díaz-Canel y Lis Cuesta en Emiratos Árabes

Actualizado: Wed, 12/06/2023 - 08:06

Hans Christian Andersen tenía menos imaginación que un viceministro cubano. Al menos para inventar cuentos que justifiquen el hambre que se pasa allí no hay mente tan frondosa para crear historias, pretextos y justificaciones que las que tienen los cuadros que hunden nuestra isla.

Aunque hay uno que sobresale. Un pretexto sólido y contundente, antiguo y recurrente, viejo como un expedicionario del yate Granma: el bloqueo. Es un cuento infantil, ya sé, pero las narraciones infantiles, insólitas y crueles, siguen funcionando con los niños. ¿Y qué es un pueblo que se dice revolucionario y que es heredero de la obra de Fidel Castro? Un cunero, una guardería, un almacén de infantes que miran amorosamente hacia la puerta por donde entrará, impuntual como siempre, la teta materna del estado a saciarlos. O más o menos. A quitarles la punzada del hambre más desesperada.

En Cuba los jueces prevarican, los jefes mortifican. Los del Minint vigilan y no pierden pie ni pisada, y si hay que cortar pies, te los cortan. Y borran las pisadas. En la isla nada funciona. Los bueyes no quieren arar sin gasolina y los tractores no han comido porque no quieren comer. Se pudiera poner la tranca en la puerta y colgar allí un cartel muy grande que diga: Cerrado por reformas. Pero todos saben que esa es una mala palabra. No habrá reformas porque para ellos no hay nada mal hecho. Todo lo que no se ha dado es por culpa del bloqueo. Dile a Catalina que devuelva el guayo, que no hay nada que rallar.

Los trabajadores no trabajan, los autos se desautan, los ministros se desministran y el presidente sale por el mundo con la manita extendida, diciendo “cooperen con el artista cubano”. Y miente. Porque no es artista, y mucho menos presidente. Es un mandaíto. El tipo de los recados. Un bateador designado para escuchar lo que le dicen a través de las paredes los verdaderos dueños del país. El blanco móvil que recoge todos los odios y los escupitajos, aunque se crea trepado en lo más alto de la pirámide.

Pero hay que ver con quiénes se reúne. Lo mismo adentro que afuera. Los que lo van a ver y los que él sale a saludar. Da vergüenza. Mi abuela se hubiera horrorizado y habría dicho aquello de “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Maduro, Putin, Lula el exconvicto, Lukashenko. Lo peor de cada casa. ¿Y para qué sale de la isla un hombre que no preside? A hacer el viejo cuento del bloqueo. A extender el muñón (aparentemente vacío) y mirar con los ojitos inclinados y los párpados parpadeantes, como un perrito que viene a la mesa a rogar una posta de pollo.

Y en esa obra que bien pudiera llamarse “La lástima”, habla de cuántos cubanos están a merced de enfermedades terribles, porque el criminal bloqueo no deja a Cuba adquirir medicinas. No le dice, porque se lo han advertido muy seriamente, que GAESA, sus jefes, metieron mano y extrajeron del presupuesto de la salud pública cubana unos 69,8 mil millones de dólares. ¿Para construir hoteles? ¿Para fabricarse uniformes militares? ¿Para imprimir adornitos y medallas que vuelven locos a los oficiales? Nadie sabe.

No dice tampoco que el bloqueo es, nada más y nada menos, que a Cuba nadie le quiere vender a plazos, ni extenderle créditos. Y muchísimo menos prestarle dinero. Si uno se pone a contar toda la plata que los soviéticos le dieron al Delirante en jefe, y el que otros países prestaron de manera inocente, se hubiera podido fabricar otro país. O un continente, moderno, nuevo, hermoso, donde viviríamos todos los cubanos sin esperar que cuatro supuestos héroes revolucionarios nos vinieran a regalar todo para que aplaudiéramos.

Así que Miguelito, “el encargao” o “el mensajero”, junto a Bruno, Marrero y tres o cuatro socotrocos más, tienen la misión (el generalito, que fue al Moncada a dispararle a una pared, el hermanito rojo y tierno, no sale de su mullido retiro) de rapiñar unos dólares, de convencer a los incautos o a otros interesados para que suelten la moña, la yira, los baritos “que reclama con sus húmedas manos el barbero”, porque si Cristóbal Colón volviera a Cuba, aunque fuera en una escala técnica, moriría de un infarto.

Ahora lo mandaron a recorrer países islámicos. No se sabe si llevó su propia alfombra, para arrodillarse, girar tres veces la cabeza hacia la Meca y alabar a Alá y a Mahoma, su profeta. Y en cada escala, ya se sabe: “Salaam malekum, malekum salaam” y que Hamás siga destrozando gente en ese afán de muerte y castigo que tienen grabado en el sitio donde Alá pudo poner un cerebro. Y el Migue, tan fraterno, diciendo que sí, que sí, en turco, en saudí, en iraní, en catarí y en hamasita, que es un lenguaje explosivo. Solo que se equivocó de gorda. Debió cargar con Aleida Guevara March, la doctora que sabe disparar, para dejársela a los palestinos en la franja de Gaza, y no a la irrespetuosa esposa que arrastra por todas partes.

Tal vez fue su propia cónyuge, la inefable Machi, quien le susurró alguna frase que lo alertaba porque todo se hunde: “Encontrar un boniato, una yuca o un plátano en Mayarí, Holguín, se ha vuelto una quimera”. Pero el karma existe. O este mundo tiene su manera de hacer justicia, o es verdad que Alá es un dios bueno y pacífico: Todos los jeques árabes a los que “el encargao” ha ido a ver para pedir limosnas lo han recibido como él merece: en bata de casa y chancletas.

Además, prefirió para esta urgente misión no ir remando, como han hecho miles de cubanos. Lo hizo en avión, uno de los aviones de carga más modernos del mundo cuyo precio de alquiler puede alcanzar los 11 000 euros por hora. No han dado a conocer qué regalos llevaba el Miki en su baúl, si una muestra de la “resistencia creativa” con paquetes de chicharrones de yuca, latas de spam de chicharro y una muestra de refrescos de marpacífico rojo, o el estelarísimo plato de “ropa vieja de cáscaras de plátanos”. Tal vez, sabiendo que en esos países hay desierto, llevaba la fórmula de la tortilla de arena. Y sin olvidar el viejísimo cuento del bloqueo, con lobo feroz incluido, donde el supuesto mandatario se disfraza de Caperucita roja, con una foto de Raúl Castro, que hace de abuelita del bosque.

¿Y qué consiguió Miguelito en esta gira por países árabes y arabescos? Tres batas de casa y un mosquitero. Ahora los jeques podrán tener en Cuba su ardiente harem personal. Y no sé qué harem Mariela Castro y la FMC con esa noticia.

Quien nunca podrá tener un harem similar en Cuba es Díaz-Canel. No caben tantas gordas en su casa.
 


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