Lágrimas en los ojos. La voz rota. José Luis Rodríguez Rivero cuenta su historia en la guerra de Angola y en lo que ha devenido su vida en estos tiempos.
Vive en una casita de madera destartalada, ubicada en la calle 3era C, número 23403, entre 234 y 236 en Jaimanitas. Mejor dicho, sobrevive, gracias a una máquina de moler coco que inventó.
“Con eso que me busco mis pesitos, para el plato de comida y el pomo de alcohol con que me sostengo”, dice a ADN Cuba.
Jorge Luis es uno más de los miles de combatientes cubanos que participaron en las guerras africanas y que hoy viven en la miseria, en el olvido, alcohólicos o con trastornos psiquiátricos. O ambos males a la vez.
“Yo estuve en Angola por dos años y era jefe de una flotilla de helicópteros que tenía la misión de sacar a los heridos cubanos y de sus aliados en el frente. Todos los días hacíamos incursiones sobre el campo enemigo para rescatar a los heridos en los puntos de evacuación”, explica.
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“Estaba bajo el mando directo del general Ramón Pardo Guerra, que demoró mi regreso a Cuba hasta que no se evacuó la zona sur. Pardo Guerra me dijo, que me había ganado la medalla de ahora no recuerdo cuál mártir, por mi participación en acciones combativas, además de la medalla de Combatiente Internacionalista, que me entregarían en acto solemne, pero después no hubo nada…”
Rodríguez Rivero cuenta que a su regreso a la isla fue tres veces al Comité Militar de su municipio: “a presentarme y recibir la medalla, pero allí me dijeron que no sabían nada”.
Cubanos saltando desde helicóptero que aterriza en Angola (1982). Foto: Ernesto Fernández
“Me disgusté mucho con aquello y dejé de pilotear, me puse a pescar durante algunos años, hasta que la cosa empezó a ponerse fea en el mar, por el cuero que daban los Guardafronteras, que te quitaban el bote, los avíos, el pescado y ponían multas”.
Su casa estaba en muy mal estado y un par de ciclones casi la echan abajo. Ha tenido que remendarla “por todos lados”.
“Mi vida sufrió un declive en picada y mira en lo que he parado. Construí la máquina de coco que me da algo, pero no tengo ni siquiera una pensión. Nada”, se lamenta el veterano cubano.
“Sobrevivo como se dice en buen cubano: de milagro. El estado no me ha dado jamás nada. Necesito medicamentos para la próstata que no los hay en la farmacia, no tengo medios de subsistencia, no tengo nada. Nada”, repite como un mantra.
Termina con una amarga reflexión: “Yo rescaté a muchos heridos en Angola, gracias la rapidez con la que movíamos los helicópteros. Salvamos muchas vidas. ¿Y quién me rescata ahora a mí, en esta guerra donde mi única arma es el pomito de alcohol, y la máquina de coco, cuando no se va la luz?”