La cola para comprar lo que la gente ha bautizado como: “Las cebollas robadas”, fue larga y lenta como todas las colas en Cuba. La diferencia fue que era vendida a través de un ticket, entregado previamente por la delegada del Poder Popular.
Normada a 5 libras por núcleo familiar según la libreta de racionamiento, su precio era de 4 pesos, un alivio para la gente de bajo recursos, pues los particulares las oferta la libra a 25 pesos.
La cola se demoraba. Casi todos se conocían, hicieron grupos afines. Los comentarios mostraban un abanico de opiniones en torno a este evento nuevo en el pueblo: la venta de un producto decomisado por la policía, muy difundida en la televisión.
Juan es un teniente coronel retirado de las Fuerzas Armadas. A pesar de sus 85 años aún conserva el temple del paracaidista. Dice que encuentra bien esta acción coordinada de la policía con el pueblo, para darle una estocada al negocio ilícito.
“Ahora en pandemia, el gobierno tiene que poner mano dura con los acaparadores, que son los que recrudecen la crisis. Este decomiso de cebollas no afectó al campesino, que cultivó la tierra y cuidó la cosecha. El campesino la vendió y sacó su dinero. Es contra la gente que se está haciendo rica con la miseria del pueblo”.
Por la cercanía con Punto Cero, la residencia donde vivió sus largos años en el poder Fidel Castro, Jaimanitas es un pueblo con muchas personas que trabajaron en torno al Máximo Líder. Todos militantes del partido con una actitud vigilante y permanente, arreciada en estos tiempos difíciles de doble crisis.
Emérida es hija y madre de oficiales del Ministerio del Interior, dice estar muy de acuerdo con la incautación de las rastras de cebollas y de la venta a bajo precio al pueblo.
“Sobre todo por la organización que se observa en la cola. Todos con sus tickets, la delegada supervisando. No hace falta la policía. Así deben ser todas las ventas de productos: en los barrios, por ticket, ordenadamente. Esa fue la idea original cuando se declaró a Cuba en epidemia, pero después se hizo otra cosa, que es el actual desorden y el caos, donde priman las colas infinitas, el acaparamiento y las ventas de turnos”.
Nadie imagina que tras la imagen desvalida de esta anciana, con una jaba de yute casi de su tamaño, una vez hubo una revolucionaria “comecandela”. Emerida Prosigue:
“Estas 5 libras de cebolla que aquí nos cuesta 20 pesos, con los particulares serian 125. Necesitamos muchas acciones conjuntas del pueblo con la policía, y veremos cómo se mejora a paso de gigante. El acaparamiento, repito, es el mal que no deja a Cuba avanzar”.
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Pero no todos en Jaimanitas comparten la opinión de Emérida y de Juan, en un grupo aparte varios pescadores y gente pobre del barrio reflexionaron sobre este hecho, que es una verdadera nota de color: la venta de las cebollas robadas.
Sixto es pescador, pero con la cuarentena atraco el bote y no sale al mar. Expresa que con tanta falta de sazón para cocinar lo poco que aparece, estas cebollas les vienen como anillo al dedo. Pero, lamenta que la felicidad de unos, sea la desgracia de otros.
“A esos intermediarios los hicieron talco. Además de perder el dinero y la cebolla ahora están sujetos a juicios ejemplarizantes, donde en lo menos que los van a convertir es en chatarra. Ellos estaban luchando, invirtieron su dinero para multiplicarlo. Llevarle un producto de primera necesidad a la gente, que el estado no tiene capacidad de producir. Veo como un facilismo decomisar una mercancía que a fin de cuentas no invirtieron ni un quilo en su producción, para venderla”.
Carlos Brito fue peloteros del equipo Metropolitanos y hoy es un desempleado con muchas enfermedades. Perdió su turno porque tuvo que hacer otra cola, para comprar el gas, pero la gente del pueblo que todavía lo admira, lo dejaron comprar.
“Hay que meterle a lo que saquen. Ojalá todo fuera por la libreta y por un ticket. Sé que son las famosas cebollas robadas pero no voy a pensar en eso. Con esas cinco libras mi mamá y yo haremos muchas cosas, sobre todo cebolla con pan”.
Otro Carlos, de la vía blanca, indica que en estos tiempos convulsos cualquiera se va del aire, “como esta gente de las cebollas”. Cuando se le pregunta su opinión de por qué ocurren estos hechos, Carlos responde:
“Es el hambre. Cualquiera que ve algo raro coge el teléfono y llama al 106 para que venga la policía y enseguida corre a marcar en la cola, a ver si lo que decomisa el estado lo venden luego más barato. Es una reacción extraña de este pueblo, donde el hambre le da a la gente por chivatear”.