Artesano del tiempo es un documental que se inscribe en la línea temática de la imaginería, lo increíble, lo insólito. Y es que pareciera que en el Oriente cubano, historias como la que narra son lo cotidiano, con lo que conviven día a día los habitantes de esa región.
A manera de tesis o de prólogo escuchamos una voz en off (¿la voz del tiempo?) que nos convida a la reflexión cuando dice: ¿cómo poder construir el tiempo?; la misma voz se responde: tejiéndolo, fabricándolo, manufacturándolo, ¿cómo poder atraparlo, verlo, sentirlo? Y es esa subjetividad la que signa la historia del documental de Kenia Rodríguez, esa voz nos dice que esta historia podría ser la de todos, pero no es así; esta es la historia de Nicolás, quien ha podido “tocar su tiempo”.
Un hombre fascinado por los relojes— que confiesa haberse sentido atraído por ellos desde niño—, no nos parece al inicio material de suficiente interés, pero avanzado unos minutos del metraje sentimos que estamos ante una historia que roza lo surreal; el protagonista es un apasionado que colecciona relojes de todo tipo, en las paredes de su casa cuelga una cantidad increíble de ellos.
La confesión del personaje, al que le fascina el sonido del tiempo, son ingredientes lo suficientemente atractivos que hacen de Artesano del tiempo un documental donde lo real se funde con la imaginación y ya no sabemos dónde comienza la historia que nos narra Nicolás y dónde terminan sus sueños.
La realizadora se vale de la entrevista para connotar los verdaderos sentimientos y motivaciones de su protagonista, que parece un personaje salido de una novela de García Márquez. En un sentido parlamento nos dice, como desnudando sus sentimientos: “a mí me gustan los relojes, los quiero a todos por igual, ninguno es menos”.
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Cuando escuchamos hablar a Nicolás de sus relojes pareciera que hablara de sus hijos, y es que para él los relojes son su verdadera familia, los escucha sonar, los contempla con admiración como su tesoro más preciado. Las imágenes del documental son una proyección del sentir del protagonista, la cámara lo sigue en su vida diaria, que combina entre sus clases (es maestro de una escuela primaria), el culto y la fe a Dios, y su búsqueda constante de materiales que le sirvan para realizar su sueño, que es construir un reloj.
Estructurado como un documental de observación y algunas entrevistas, Artesano del tiempo nos enfrenta a la vida de un hombre sencillo, que solo habla de sus relojes y del tiempo, convive con un enorme reloj que él mismo construyó. Una de las imágenes más impresionantes del documental es la de Nicolás contemplando su invento, maravillado por su hazaña, el tamaño del reloj que ocupa casi toda la sala de la casa, y parece el verdadero habitante del hogar.
La fotografía recrea los claroscuros, dejando poco espacio a la iluminación, haciéndonos sentir la atmósfera un tanto claustrofóbica en la que vive el protagonista, que insiste en su alegría y satisfacción por haber construido cuatro relojes. Dice también haber construido, por unos días, el reloj más grande del mundo.
La historia que narra el documental no se ubica en la Sierra Maestra, sino en la comunidad de Niquero, en la provincia de Granma, pero la soledad y alienación que padece el personaje nos recuerda la de los habitantes de las montañas serranas. “Los relojes hacen que me olvide de todo y de todos”, dice Nicolás, y confiesa que podría incluso andar desnudo, pero nunca sin reloj.
Una historia como la narrada por Kenia Rodríguez nos hace partícipes del universo mágico del protagonista: sentimos una cercanía y hasta una empatía con él, porque también, a todas luces, la siente su realizadora, quien no ha dejado de maravillarse con lo increíble de esta historia, con la imaginería de Nicolás, quien vive aferrado a sus relojes, tratando de comprender el tiempo, tratando de tocarlo, sentirlo, y por qué no, amándolo.