Con más paciencia que vida: así sobrevive esta anciana en Holguín

A sus 74 años, Elia enfrenta la realidad con más paciencia que vida, halando agua del pozo en casa de un vecino, lavando en el patio o cuidado a su hermano Eloy, de 72 años, que padece retraso mental severo
 

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En la localidad de Matamoros, salida de San Andrés, provincia Holguín, Cuba, sobrevive Elia Sánchez Aguilera, una mujer a la que habría que ponerle una medalla en el pecho.

A sus 74 años, Elia enfrenta su realidad con más paciencia que vida, ya sea halando agua del pozo en la casa de un vecino, lavando en el patio o luchando incansablemente en el cuidado de su hermano postrado.

Aquí nadie ha venido a ver la situación mía, ellos (los del gobierno) no van a ver la situación de nadie”, dice a ADN CUBA.

Elia no es de las que anda quejándose de sus problemas; ella, como tantas otras cubanas, le planta cara a la vida y a lo que sea para subsistir.

Yo siembro mis maticas de yuca, plátano burro, calabaza, y arranco la hierba. El problema es que cada día tengo menos fuerzas, y aunque los vecinos y mis hijas me ayudan, cada uno tiene sus propios problemas, tienen que trabajar y luchar porque la vida está dura. Y mi hermano todos los días está peor ya él no me deja casi atender nada, no tengo tiempo”, cuenta la señora.

Su hermano, Eloy Sánchez Aguilera, padece de retraso mental severo. Según los doctores de la época, sus expectativas de vida eran de unos 15 años, pero gracias a los cuidados familiares Eloy tiene ahora 72 años.

Primero lo cuidó su madre, ayudada por Elia, pero desde que la madre murió hace 14 años, solo su hermana está para hacerlo todo por él.

No me deja casi ni dormir, no puedo salir a buscarle los medicamentos cuando entran porque no puedo dejarlo solo, y mucho menos ir al médico para mí misma, no tengo a nadie que me ayude a moverlo para asearlo, que me ayude a lavar los paños, o que me lo pueda mirar para yo hacer las cosas”.

Elia y su hermano viven en un cuartico que una iglesia les construyó, pues su casa fue destruida por el huracán Ike hace ya 11 años.

El estado me vendió las planchas de zinc y las vigas de metal, pero más nada, fueron las monjitas las que me hicieron esto aquí”, relata Elia.

Se trata de un cuarto de unos 3 metros de largo  por 2 de ancho, con paredes de mampostería y techo de zinc, donde Elia ha improvisado su cocina y ha acomodado las camas.

En una esquina la ropa, un ventilador y un televisor: estas son las riquezas de alguien que no espera mucho por parte del gobierno.

Cuando lo del ciclón Ike pasó aquí una comisión, pero como tumbó la mitad del rancho y dejó un pedacito vira’o, no me lo declararon como derrumbe total, pero no estaba en condiciones de nadie vivir, ni yo estaba en situación pa’ arreglarla ni pa’ hacer nada. Entonces mandé una carta para la Habana, bueno, me la llevaron directamente por que si tú la echas de aquí, no llega, se pierde, ellos todo lo desvían pa’ que no haya declaración de lo que hacen.

 

Enseguida vino el delegado y me preguntó que qué yo había hecho; le dije que había mandado una carta pa’ la Habana y fue cuando me dieron las 10 planchas de zinc…, me dieron no, porque tuve que comprarlas, valga a los vecinos, un puerquito y una chiva que vendí pa’ poder comprarlo, pero no me acuerdo ahora a cómo son las planchas en el estado. Pero cuando viene ciclón yo no lo paso aquí, yo no puedo estar con mi hermano en un lugar de donde tenga que salir corriendo, yo necesito un lugar más seguro

Este material se vende en los puntos de ventas de materiales  a un precio “subsidiado” de 500 CUP (unos 20 CUC) por cada plancha. La transportación y el manejo de los materiales corren a cuenta del comprador, lo que aumenta el costo de las operaciones de construcción y reparaciones.

En la casa se escuchan constantemente los quejidos de Eloy, llamando a su hermana o a su madre: él reclama toda la atención impidiendo que Elia consiga un rato de sosiego.

Ahora es cuando más falta le hago, si ya no puede ni agarrar el jarro. Para poder lavar y hacer las cosas tengo que amarrarlo porque tengo miedo que se caiga, no me puedo alejar, tengo que embutirle la comida, y ya yo sé cuándo él se llena,…otra gente no lo sabe, yo nada más; yo le doy la comida igual que a un niño: todo bien blandito, como un purecito, lo aplasto todo con un tenedor porque no tengo batidora ni nada.”

Gracias a Elia, Eloy siempre desayuna al menos un poco de café con leche.

Pero un paquete de leche me cuesta 50 pesos, por ‘la dieta’ a él le dan dos al mes, pero no alcanza. La dieta es un pedacito de carne, dos veces al mes y los dos paquetes de leche, y lo de la cuota normal y ya, eso no me alcanza a mí para nada”.

Elia considera que ha recibido atenciones insuficientes desde el sistema de seguridad social cubano.

Me dieron unas sábanas, toallas, alguna ropa y unos zapatos, me dieron dos colchones. Pero yo necesito una ayuda más de algo de alimentos para él (Eloy). Pa’ mí no, pa’ él. Por ‘caso social’ no le dan medicinas, el médico y la enfermera vienen a veces y le recetan sus medicamentos, que casi siempre los tengo que comprar ‘por fuera’, porque no hay en la farmacia. Él toma Diazepam o Nitrazepam”, relata la anciana.

 

Cuando el papá de los hermanos murió, su madre quedó con una pensión, y al morir ella, se la dieron a Eloy, quien ahora recibe 200 CUP mensuales (8 CUC). Además de la pensión de Eloy, al hogar entra la pensión de Elia, que es de 228 CUP al mes (9.12 CUC).

No alcanza ni para una semana, todo está muy caro, es que la vida está dura, muy dura, y nadie hace nada por ablandársela a uno ni un poquito”.

Elia no pide mucho. Sueña con hacer su cuartico un poco más amplio, un baño dentro de la casa para no tener que salir de noche, y tener un tanque elevado para que sus vecinos se lo llenen con sus turbinas. Pero sus sueños no se logran por la indolencia y la burocracia de un sistema social donde la corrupción supera al humanismo, y el dinero puede más que la solidaridad.

La gente de la vivienda como que abusan de mí, me pelotean de un lado a otro y al final de la jornada me dicen que nada sirve, y yo no puedo andar así, yo no puedo dejar a mi hermano para que ellos anden jugando conmigo como si yo fuera un muchacho, pero a ellos no les importa nada;… y así estoy viviendo, pasando trabajo”.

Pero Elia Sánchez Aguilera, con 72 años y una enorme carga a cuestas, no pierde la fe: “Dios es mi consuelo, por eso confío en el gran poder de Dios, solo le pido que no permita que me muera yo primero que Eloy, porque si yo me muero ¿qué va a ser de él?”.

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