José Jiménez Gonzáles fue uno de los más de 300 000 soldados enviados por el castrismo a combatir en África. Luego de arriesgar su vida en la guerra a favor de la República Popular de Angola, contra el ejército de Sudáfrica, asegura que hoy es uno de los cubanos que peor la está pasando en este 2020, cuando en la isla el régimen celebra los 45 años de iniciada aquella contienda bélica.
Alcohólico, sin trabajo, Jiménez tampoco cobra una pensión de veterano de guerra. Su vida se desliza en la nada. Depende de las pocas veces que acierta un numerito en la lotería de la bolita y entonces administra el dinero entre comprar la cajita de comida y el pomo de alcohol, por unos días. Guarda en un saco su diploma, sus medallas y sus fotos de la “misión en Angola”, una carga que llama “la impedimenta”.
“Yo sí que la pasé mal en la guerra”, confiesa Jiménez, el veterano.
“Estuve el primer mes en Luanda y luego me enviaron al sur, a la parte más terrible de la guerra. Pasé un hambre que siempre evito recodarla, por lo dura que fue. Pertenecía a un batallón que ocupaba un sitio llamado La finca del miedo y juro que estoy vivo de milagro”,
Jiménez Gonzáles muestra una foto donde se ve acompañado de otros jóvenes, de 1981. Vestía uniforme de combate.
“Todos ellos murieron el mismo día. Luego dijeron que enviaron las cenizas a Cuba y es mentira, sus huesos descansan todavía donde los enterramos: cerca de la línea del tren en La finca del miedo”.
Del saco extrae el diploma, enmarcado en madera y con un cristal que mantiene limpio. Es la certificación del cumplimiento de su “misión internacionalista en la República Popular de Angola, firmado por el Comandante en Jefe”, el fallecido dictador Fidel Castro. Saca cuatro medallas del saco, entre ellas dos al valor y la de Servicio Distinguido de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
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“Es chatarra”, dice. “Las intenté vender, pensando que eran de oro, y ni siquiera plata, puro latón. A una le hice un piquetico en un borde, a ver si era de oro, y se puso negra. Son todos mis recuerdos, las medallas, junto a las fotos y el diploma. Mi impedimenta”.
“Cuando regresé a Cuba estuve en diferentes oficios, de todos me sacaban porque llegaban gente más preparada que yo, o amigos del jefe. Ahora estoy sin trabajo y sin pensión. El otro día gané en la bolita el 12, que es mujer mala, porque me encontré con mi primera novia, la que me dejó mientras estaba en Angola. Siempre que me la encuentro sale el 12, le he cogido la vuelta”.
José Jiménez Gonzáles cuenta cómo vive actualmente y describe su cuartucho del callejón de Jaimanitas, en La Habana, como un cubículo más de aquella “finca de la muerte” angoleña.
“Cuando llueve se moja. Cuando hay huracán el río entra y sube una cuarta, o más desde el suelo. No tengo colchón, estoy durmiendo sobre el bastidor, le pongo cartones y periódicos y una sábana. Soy internacionalista, duermo donde quiera. De la comida me preocupo poco, en definitivas he pasado un hambre que no la brinca un chivo y aquí estoy, sonando las laticas”, tamborilea sobre la caja de plástico que resguarda una de las medallas.
“Somos muchos internacionalistas los que estamos así, y hasta peores, como Joaquín, que vive en Santa Fe en un cuartucho de mala muerte con su madre enferma. Joaquín era de mi batallón, en la Finca del miedo. Estaba conmigo el día de aquel bombardeo donde pocos salimos vivos. Joaquín vino loco de Angola. Ha sobrevivido en esta otra guerra como yo, de milagro”.
Jiménez cree que no es justo el trato que le ha dado el régimen a los combatientes internacionalistas: “el olvido”, dice.
“En otras partes nos considerarían veteranos, héroes de guerra, pero aquí somos los borrachos y los locos de los pueblos”, concluye Jiménez Gonzáles.