Para un joven realizador al que solo le interesa conservar el misterio y la ambigüedad, es altamente notorio el resultado estético del corto de ficción El Secadero. Se trata de la primera obra independiente que realiza José Luis Aparicio Ferrera, gracias a un crowdfunding y varias empresas no estatales.
El guión, escrito por Daniel Delgado Saucedo y José Luis Aparicio está inspirado en algunos personajes y situaciones del cuento La máquina, del escritor cubano Jorge Enrique Lage. Esta es una versión en extremo libre que tiene como telón de fondo a La Habana de la década de los noventa. El corto de ficción obtuvo dos premios en la 18 Muestra Joven ICAIC: el de Producción y el del Público.
Un argumento donde un asesino en serie decapita policías es el punto de partida para narrarnos la historia de Mario y Camacho, dos policías que encuentran la cabeza de la séptima víctima, pero en un descuido la cabeza desaparece y ese extravío los lleva a adentrarse en el underground habanero para recuperarla.
La construcción de una Habana artificiosa, repleta de personajes estrafalarios y simpáticos, perdidos en la geografía de un pueblo llamado El Secadero, es desde el comienzo un golpe de efecto que hará que disfrutemos de la historia y hasta nos sintamos identificados con los conflictos y vicisitudes de los personajes.
El tono irónico, paródico y lúdico son elementos de un discurso que bebe de muchos referentes. El continuo intertexto y la utilización de códigos del cine negro le sirven al realizador para desmitificar y hasta pulverizar poses, situaciones, clichés con los que hemos venido mitificando a la policía y a los personajes que han salido de seriales televisivos como lo fue Su propia guerra, dirigido por Abel Ponce en 1994, donde el personaje de El Tavo lograba salir ileso de cuantas trabas le ponía la vida, y los delincuentes a los que se enfrentaba como agente encubierto de la Seguridad cubana.
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Ese acercamiento desde lo humano, desde aspectos más íntimos, nos hace creíbles a los policías de la historia, seres de carne y hueso, con sus miserias. Uno de ellos trata desesperadamente de conquistar a una bella oficial, el otro desencantado de sus días, trata de sobrevivir en un contexto de corrupción y violencia, su compañero de rondas intenta conquistar el corazón de una prostituta brindándole protección.
La complicidad, el engaño, la doble moral, la corrupción, la violencia de género, las relaciones de poder, entre otros tópicos, son abordados de manera desenfadada por el realizador, quien bebe continuamente de estéticas cercanas al cine de Quentin Tarantino, Martin Scorsese, o los mismísimos hermanos Coen, para devolvernos una historia fresca, desenfadada, un divertimento al estilo postmoderno que tiene en la ambigüedad su signo y su mayor virtud.
La banda sonora funciona como un personaje más, el tema Échale limón de José Luis Cortés, interpretada por NG la Banda, sirve para connotar la situación dramática y el tono épico, paródico, de escenas que nos remiten al cine de Tarantino o los hermanos Coen. Ejemplo de ello es cuando ambos policías llegan a El Casino para buscar al gánster llamado “El sueco”, presunto autor del robo de la cabeza y las bicicletas.
La dirección de arte construye desde el artificio un universo donde la ambigüedad predomina, para devolvernos una atmósfera surreal, que dota de una atemporalidad a lo narrado, haciendo universal su discurso y hasta su posible tesis.
“Hay que ver películas, allí está todo”, nos dice Fondón, uno de los personajes de El Secadero, pero en realidad sentimos que el propio realizador a manera de tesis nos dijera que el cine se parece a la vida, que en muchas ocasiones lo narrado son las historias que nos acompañan, y es allí, desde ese prisma del celuloide donde podemos comprenderla y abarcarla en su complejidad.