Ahora resulta que en Cuba no hay luz porque no se pudo recoger marabú para ello. Primero, fue imposible sembrarlo. Y ahora no hay liquidez para recogerlo en caso de que brote alegre en la verde sabana. China no mandó el prototipo de la máquina que recoge marabú, aunque no se haya cultivado, y eso que la planta es como el romerillo, y nace lo mismo con odio que con amor, en julio como en enero.
Ya en la isla no se siembra café, ni viandas, ni árboles frutales. Se siembra marabú, que tampoco se da. O no sale, y por eso no se recoge para quemarlo y que haya luz. Y, por supuesto, que si no fuera por el criminal bloqueo hubiera algo, luz o marabú.
La prensa dice: “El marabú, un arbusto espinoso de origen africano que ha supuesto un desafío para el 'pensamiento económico' y la planificación estatal de la 'revolucionaria' agricultura cubana se viene utilizando en la producción y exportación de carbón vegetal”. Antes se experimentó con bagazo, pero el bagazo es un atraso. Y tampoco hay caña, y el bagazo sale de la caña. Que si uno quiere fabricar un armario de bagazo tiene que conseguir cañas, no marabú. Con marabú no sale, y si sale, pincha.
Antes el marabú era malo, malísimo. Lo peor. La gente no se le arrimaba. Las parejas ardientes se alejaban de cualquier campo donde hubiera crecido, amenazante, aunque fuera un esmirriado retoño. Su presencia se confundía, muchas veces, con tierra árida. El marabú era más inútil que un ideólogo del Partido Comunista.
Ya algunos maestros rurales han tenido que eliminar de sus programas de historia la humillante comparación que mostraba a los niños la crueldad de los gobiernos de la “seudorrepública”. Les ha sido vedado enfatizar: “Fíjense si Batista era malo que en su gobierno crecía el marabú”. El ejemplo no sólo es malo, sino que ridiculiza a los heroicos muchachos que derrotaron a aquella tiranía para construir otra, más reluciente e inútil.
Ahí está la historia de aquella columna, que fue juvenil y del centenario, y que, imitando la marcha sobre Italia, llevó a nuestro Aníbal sobre el lomo de cientos de buldóceres como si fueran elefantes. El desquicie de Alejandro el Mango, alias caribeño del Delirante en Jefe, mandó a arrasar cientos de hectáreas de tierra cubana para acabar con la plaga del marabú, y allí sembrar caña, cítricos, frijoles con arroz, clarias, camarones para la exportación, milicianos, sopa de pollo, leche hervida, médicos internacionalistas, vacas cebúes, toros Holstein y búfalas vietnamitas, mameyes y zapotes, maní tostado a medio, y cuanta cosa le pasaba por el cerebelo enfebrecido y antimperialista.
Desaparecieron bosques, valles y montañas. Esbeltas ceibas centenarias, altas caobas, jiquíes nobles de acero inoxidable, caguairanes, almendros amargos y cedros elegantes, pero el marabú no. El marabú volvió a brotar en cuanto se alejó el ruido del último tractor de lo que ya era el Ejército Juvenil del Trabajo, una mezcla de la UMAP con el contingente Blas Roca.
Fue inútil. Mientras más el gobierno intentaba exterminarlo, más rebencudo se ponía el marabú. Mutaba, vestía camuflaje, se escabullía, se aliaba con el café caturra y con las cortinas rompevientos, se hacía militante de la Unión de Jóvenes Comunistas para pasar desapercibido y continuar con sus espinas al sol. Era invencible.
El Desquiciado en Jefe falló en su sueño de cómo quería que fuera el hombre nuevo. No era pedir que fuera como el Che, argentino, asmático y ligeramente psicópata. Tenía que haber deseado, desde aquel andamio para locos donde se trepaba a hablar horas y horas, que nuestros hijos fueran como el marabú.
Pero no, que es peor que romperse el peroné. Al marabú de ahora le falta el abono soviético, que venía, junto a aquellas compotas invencibles, por turbina en forma de dinero, para que el delirante jugara a mantener encendido el faro de América toda. En cuanto se desmerengó el sistema que habían creado el camarada Vladímir Ilich y su sucesor Pepito Stalin para hacer que el hombre lamentara haber nacido, se acabó la ayuda, se trancó la cañería, y los tabarichis se convirtieron en hijos de Putin. Ni un rublo más. Y eso que entonces, o “entodavía”, como se dice campo adentro, el marabú no estaba entre los rublos de exportación.
Quién iba a pensar entonces que la patria entera estaría a oscuras porque el marabú no quiere brotar. No hay luz, no hay liquidez, no hay marabú. Solamente brota el bloqueo, y el bloqueo es un brote, o un brete, que no deja importar el abono necesario para que los gordezuelos que mal dirigen la isla se alumbren, para ver el mapa que señala la ruta más directa a la desaparición física del verde caimán. No me gusta denominar así a mi isla porque, como está la situación, cualquier mal día el general García Frías dice que el caimán es comestible y se van a merendar a Cuba con marabú o sin marabú.
Sé que ustedes, pueblo que me escucha y lee, se me está alterando porque no encuentran la relación entre China, el marabú, la falta de liquidez y los apagones. Yo tampoco la sabía, pero cavé y cavé y no encontré petróleo ni marabú, sino la noticia de que en Cuba ya hay una cosa llamada bioeléctrica, que se sincronizó “al Sistema Eléctrico Nacional (SEN)”, pero su sostenibilidad peligra por la falta de liquidez que impide la compra de piezas para las 'cosechadoras' del marabú utilizado como combustible para generar electricidad. Y ahora puede uno respirar más tranquilo. Había Marabú. O al menos la idea de marabú.
Alguien que no fue el enemigo, o al menos no el enemigo usual, tuvo la marabullosa idea de usar esa planta, la bioeléctrica, y la otra también, como combustible y, según Cubadebate, “cuenta con máquinas modernas y eficientes” para la cosecha de este arbusto espinoso.
Como metáfora del desastre es algo totalmente brillante, aunque no haya liquidez para que brille: Cuba, del azúcar a las espinas. La isla, que antes era dulce por los cuatro costados, ya no produce siquiera bagazo, porque el poco que queda se utiliza para el cerebro de dirigentes partidistas a todo nivel, y, sobre todo, de militares, policías y miembros del Ministerio del Interior, que precisan energías para repartir trompadas por toda la geografía insular.
Esa geografía donde la tierra era antes tan fértil y maravillosa que hasta el marabú crecía a su libre albedrío.
Es que, en cuanto los cerebros de ese gobierno se fijan en algo, ese algo desaparece. Como la prosperidad, la libertad y el marabú.
Ilustración de portada: Armando Tejuca/ ADN Cuba