¿Por qué se hizo la revolución en Cuba?

La razón inicial fue acabar de una vez con una dictadura violenta. Así que, al lograrlo, Fidel Castro implantó una dictadura más violenta que la anterior
Fidel Castro da discurso al pueblo con ideas de Hitler. Ilustración: Armando Tejuca
 

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Un día de 1947 o 1948, incluso pudo ser de 1946, estaba el joven Fidel Castro cerca de la universidad pensando si iba a clases o no, porque llevaba días sin bañarse y al parecer había algunos condiscípulos que no compartían su afición, ni su olor corporal.

Había adquirido la manía de pensar hacer una revolución en Cuba, solamente para molestar a un montón de gente que le caía mal, e incluso a gente que no conocía, pero que ansiaba conocer para que le cayeran mal. Ya cuando hubiera tomado el poder podía fusilarlos si le caían mal, o hacer un esfuerzo para que le cayeran mal y hacer lo mismo.

También comenzó en esa misma época a anotar en una libretica algunas ideas para después que hiciera la revolución, y, sobre todo, frases que sabía que un día podían impactar, porque el pueblo cubano era muy ingenuo y bastante tonto, y entre el ron, las mujeres y la música tenía bastante reblandecido el cerebro; así que cualquier frase dicha por él, encaramado en algo, con cierta vehemencia, con la gracia que el gallego Ángel y la mulata Lina le habían dado, calaría hondo en las personas. Y si no lo asimilaban como él quería, siempre tenía a mano la posibilidad de fusilarlos, haciendo primero que le cayeran mal.

Anotaba frases que se le ocurrían o que recordaba, y tenía una gran habilidad para que frases ajenas parecieran suyas, cosa que luego le llevaría a hacer que los demás hicieran lo que él no hacía. Por ejemplo, en la libreta había diseñado el asalto armado a un cuartel militar. Él lo organizaría y dirigiría, pero no participaría, para evitar que lo acusaran de ejercer la violencia. Aunque siempre cabría la posibilidad de que un enemigo o un envidioso lo acusara de todos modos. Con anotar su nombre y empezar a desear que le cayera mal, ya saben lo que les iba a suceder en el futuro.

Entre esas frases había algunas que le gustaban mucho y ansiaba soltar sin ton ni son. Frases como “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, que había dicho un hombre bajito y con un bigote ridículo, pero dicha en un momento clave de la historia cubana iba a significar mucho más.

Así anotó también una más poética que decía algo así como “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”, que estuvo a punto de transformar cuando su hermano Raúl Castro comenzó a acompañarlo con más frecuencia. El comportamiento del adolescente Raúl le hizo dudar sobre el calificativo “viril”, pero al final lo dejó porque en realidad hablaba del pueblo, y no de un caso específico. Cuando le dijo a Raúl que posiblemente se lanzara a hacer una revolución porque el relajo era general, su hermano entendió que le daría esos grados en el futuro.

Como en la Universidad de La Habana no podía seguir matando rivales en los grupos armados, se fue a La Demajagua a traer la campana de Carlos Manuel de Céspedes. También porque necesitaba algo más fuerte que el reloj para despertarse y que nadie lo madrugara. Y de ahí salió a dar una vuelta a Colombia, donde hubo una revuelta que llamaron “el Bogotazo”. Y en ese sitio fue feliz porque vio cómo la gente se lanzaba a la calle sin pensar en las reglas del tránsito, y se dijo que un día no muy lejano iba a hacer eso mismo en Cuba. El pueblo se iba a lanzar a las calles sin ser época de carnavales. Y entonces Fulgencio Batista lo complació dando el golpe del 10 de marzo de 1952 y se la puso en la mano.

Ahora sí voy a hacer la revolución, se dijo y apuntó en la libretica otra frase: “una revolución tan verde como las palmas”. Pero, recordando que en época de sequía las palmas se ponían de otro color, anotó también esta otra “una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Y empezó a conspirar calladito, con todo preparado para, si salía mal, echarle la culpa a José Martí, que ya estaba en los billetes y en las monedas, lo habían enterrado cinco veces y el mismo pueblo le había dado fama de borrachito y de poeta. Algunas veces una más que otra.

El ambiente estaba cada vez peor. El pueblo estaba casi contento porque había pedido un hombre fuerte, y en lugar de Charles Atlas había ido Batista, que era indio y decía constantemente “Salud, salud”, lo que le recordó a Fidel anotar en su libreta que cuando agarrara el mazo iba a hacer de Cuba una potencia médica hasta que la gente se lo creyera. Ya después que todo el mundo hubiera tragado aquello, iba a mandar a los médicos para otros países a ver quién tenía el valor de irse a atender a Mozambique o a Remanga la Tuerca.

Entonces dudó entre atacar un cuartel del ejército o darle un acto de repudio. Se lo dijo a Raúl, pero el hermano no le hizo mucho caso, porque estaba ilusionado con ser general y tener una tropa debajo. Lo consultó con otros miembros de su movimiento clandestino, pero, como no pudieron salir de la clandestinidad, tampoco tuvo una segunda opinión. Ahí fue cuando comprendió que él mismo podía tener una, dos o tres y todas las opiniones que le diera la gana, y así lo controlaba mejor. Y si alguien no estaba de acuerdo, era que estaba en contra, y era un firme candidato a ser odiado.

Entonces se decidió por el ataque y dejó el acto de repudio para más adelante, aunque en el fondo no quería tomar una instalación militar, sino echarle a perder los carnavales a los santiagueros y llamar la atención del presidente golpista con un golpe bajo.

Como casi todo el mundo sabe cómo terminó la cosa, seré breve en mi resumen. Fue apresado, pero no estuvo preso, sino algo así como de vacaciones sin salir ni viajar, y sin gastar un kilo. Y ese tiempo le sirvió para estudiar cómo convertirse en máximo líder y Comandante en Jefe, aprender a cocinar recetas extrañas para hablar años más tarde con Frei Betto, y engrosar el número de gente que le caía mal. Pudo, además, aumentar su colección de frases en su libretica.

Cosas tan profundas como “Los diez millones van y de que van, van”, que luego sirvió para hacer música; o la otra más amenazante: “Si salgo, llego. Si llego, entro. Si entro, triunfo”, que le dio la idea de ponerlo todo malo a su llegada para que nadie pudiera salir, y si salía no pudiera entrar, y si entraba, que no conociera el triunfo. Y cuando descubrió que El Triunfo era una cafetería, la expropió diciendo que la nacionalizaba, cosa extraña, porque no era de ningún extranjero, sino de un cubano que trabajaba como un mulo.

Así que miró en derredor y vio las diferencias de clases, por un lado, riqueza y por el otro, mucha pobreza, y se decidió a emparejarlo. Y a partir de entonces la pobreza fue general como su hermano Raúl. Y como había estudiado derecho, se decidió a ejercer, y así fue como nadie tuvo ningún derecho en la isla.

La razón inicial fue acabar de una vez con una dictadura violenta. Así que, al lograrlo, se implantó una dictadura más violenta que la anterior, pero con un rasgo esquizoide: a mucha gente le gustaba y hasta pudieron participar en actos de repudio. Se repudiaban ellos mismos para no perder la costumbre. Así que, martiana y esencialmente, fue una revolución de los humildes y para los humildes. Es decir, para que la gente fuera más humilde a perpetuidad y con carácter retroactivo. Y viceversa.

 

Ilustración de portada: Armando Tejuca/ ADN Cuba


 

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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