El retorno de los talibanes en Afganistán plantea varias disyuntivas a la comunidad internacional, especialmente a Cuba.
Comienza en el hecho de si reconocer o no al grupo fundamentalista como gobierno legítimo, la condena o el silencio ante los excesos y violaciones de derechos en los que el nuevo régimen incurra, la colaboración o el desentendimiento de la reconstrucción del Afganistán, si es que los talibanes consiguen apaciguarlo, y la aceptación o el rechazo de los refugiados afganos que huyen de un destino incierto, temerosos de que vuelva a imperar la interpretación radical de la ley de la sharía.
Desde la irrupción de los talibanes en Kabul el pasado fin de semana y la abrupta salida del país del presidente Ashraf Ghani, que dejó un vacío de poder rápidamente ocupado por los primeros sin necesidad de entablar combate con las fuerzas armadas constitucionales, las potencias mundiales han mostrado sus cartas sobre cómo actuarán frente al recién reestrenado Emirato Islámico de Afganistán y la manera en que responderán a esas disyuntivas.
De momento, la aceptación de los hechos y la indiferencia hacia la suerte de los afganos, sobre todo los más vulnerables frente al extremismo islámico, como es el caso de las mujeres, parecen ser las constantes en las respuestas de países como Rusia, Estados Unidos, China, Irán y Pakistán, aunque cada uno guiado por sus intereses respectivos.
Tras más de 20 años de intervención y conflicto armado, para los que un Estado afgano democrático nunca fue el objetivo, según dejó claro este 16 de agosto el presidente Joe Biden, Estados Unidos ha decidido retirar sus efectivos y evacuar su misión diplomática, dejando tras de sí a numerosos colaboradores que hoy se encuentran en situación de peligro.
Lea también
Desde la perspectiva de la administración Biden, la responsabilidad del retorno del grupo islamista al poder recae sobre todo en el propio gobierno afgano —y Washington considera que no tiene por qué sacrificar más recursos ni vidas.
Una postura similar han adoptado los aliados de Estados Unidos en la OTAN que mantienen misiones en la nación asiática. Afganistán, según indican los últimos acontecimientos, parece estar ahora a merced de Rusia, China y los poderes consolidados de la región, como Irán y Pakistán.
Moscú ha decidido mantener su representación diplomática en Kabul e iniciar conversaciones con las talibanes, ante los que prefiere mantenerse a la expectativa, al tiempo que da crédito a las garantías de amnistía y las promesas de respeto a la diversidad que expresa el grupo en sus primeros días en el poder.
De manera similar, Beijing ha interpretado los hechos como el resultado de las decisiones soberanas del pueblo afgano, las cuales, según ha dicho, “respetará” mientras “espera que los talibanes cumplan con su compromiso de asegurar una transición tranquila de la situación en Afganistán, frenar todo tipo de terrorismo y actos criminales, mantener al pueblo afgano alejado de las guerras y reconstruir su hermosa patria”.
Así lo afirmó la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Hua Chunying, quien además reconoció que el gigante asiático ha mantenido contacto con los talibanes y que estos han expresado en repetidas ocasiones “su esperanza de desarrollar relaciones sólidas con China, manifestando su deseo de que China participe en la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán”.
¿Y Cuba?
Como tradicional aliado de Rusia y China en política exterior, el régimen cubano se ha limitado, de momento, a interpretar el retorno de los talibanes como “una nueva derrota del imperialismo”.
Aun cuando reconoce los excesos del grupo fundamentalista, el régimen de la isla insiste en comentar el “total fracaso” de Estados Unidos en Afganistán y en criticar la política exterior de Washington, sin mencionar las implicaciones del Emirato Islámico para otros grupos de la población afgana, especialmente aquellos que no comulgan con la interpretación talibana de la sharía.
El diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, afirmó el domingo que “la situación real es que, luego de dos décadas de guerra y ocupación, Afganistán presenta hoy una situación mucho peor que la existente al comienzo de la contienda”.
Para demostrarlo, Granma utilizó los datos de varias organizaciones internacionales:
Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, hay más de cinco millones de personas desplazadas, incluyendo más de 359 000 que han huido durante el presente año… La Unesco ha señalado en un informe que en esa nación solo el 43,02 por ciento de la población está alfabetizada… De acuerdo con la Oficina de la ONU para coordinar la ayuda humanitaria a Afganistán, unos 38 millones de afganos requieren de ese apoyo, por las condiciones precarias de vida que tienen. El hambre y la desnutrición afecta a un 40% de la población, cada vez más agravada por la guerra y por la última sequía en el país.
Granma no reconoce los aspectos positivos de la presencia estadounidense en Afganistán durante las dos últimas décadas, especialmente en el caso de las mujeres, quienes bajo los talibanes tenían prohibido asistir a la escuela y salir a trabajar. Según las últimas cifras del Banco Mundial, ahora el 36 por ciento de las niñas están matriculadas en la escuela y, de acuerdo con datos de la organización benéfica Islamic Relief, más de una cuarta parte de los empleados del parlamento y del gobierno son mujeres.
Los vínculos de Cuba con movimientos terroristas de todo el mundo explicarían esa falta de reconocimiento. Las afinidades entre los talibanes que recién entran a Kabul y la proyección internacional del régimen de La Habana es obvia. Desde la década del 60, Cuba entrenó, financió y apoyó a movimientos guerrilleros para exportar la “revolución” a toda Latinoamérica.
Esos movimientos, que hicieron de la “violencia revolucionaria” su principal método de lucha, terminaron convirtiéndose, según apunta el escritor cubano Amir Valle en un artículo sobre la reinclusión de Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, en “movimientos terroristas responsables de cientos de miles de muertes en sus países: Sendero Luminoso en Perú y las FARC en Colombia, son los más nombrados, pero no debe olvidarse lo ocurrido con los Tupamaros en Uruguay, los Montoneros en Argentina, los Macheteros en Puerto Rico, o el comportamiento terrorista contra sus propios nacionales, mayormente los sectores indígenas, de los grupos guerrilleros independentistas centroamericanos”.
De acuerdo con Amir Valle, Fidel Castro “jamás negó sus vínculos con movimientos terroristas a los que consideraba ‘luchadores por la independencia mundial’: durante décadas dio refugio político, secreta o abiertamente según fuera el caso, a criminales buscados de la banda española ETA, del sector radical del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y de los extremistas palestinos de Hamas”.
Con esos antecedentes, y tomando en cuenta los posicionamientos de Moscú y Beijing, es de esperar que La Habana terminará por reconocer a los talibanes como gobierno legítimo de Afganistán o, eufemísticamente hablando, por "respetar las decisiones soberanas del pueblo afgano".
Lea también
Extremismos pasados y futuros cuentan poco cuando los intereses políticos están de por medio; poco cuentan también la representatividad de un gobierno o su vocación democrática.
Para Cuba, lo más relevante de estas jornadas, según tuiteó el canciller del régimen, Bruno Rodríguez, es que “tuvieron que pasar 20 años con miles de muertes y billones de dólares en gastos para confirmarse que EE. UU. no tiene derecho a regir el destino de Afganistán ni de ningún país soberano”.
Doble rasero
El tuit de Rodríguez deja en evidencia el doble rasero característico del régimen al que representa como canciller.
Las miles de muertes y los billones en gastos importaron poco a La Habana en el período que va de 1979 a 1989, años en los que la extinta URSS invadió y mantuvo una abundante presencia militar en Afganistán, con la venia y la participación directa de sus aliados y satélites, entre ellos Cuba.
Incluso la oficialista Ecured reconoce que, entre 1980 y 1986, en los años de la presidencia de Babrak Karmal en la fallida República Democrática de Afganistán, más de cinco mil militares cubanos formaron parte de las fuerzas de ocupación.
Para el castrismo su presencia militar entonces era legítima porque, supuestamente, respondía a peticiones del gobierno afgano para entrenar al ejército local en su lucha contra los muyahidines, financiados por Estados Unidos. Sin embargo, desde su lógica de doble rasero, la campaña de Estados Unidos para enfrentar al terrorismo y ayudar a formar un gobierno estable y democrático en Afganistán, no lo es.
Lea también
Lo cierto es que Estados Unidos fracasó en la misma medida que lo hicieron la Unión Soviética, Cuba y el resto de los que apostaron por el comunismo en Afganistán. Con la diferencia de que la URSS se colapsó al poco tiempo de retirarse de ese país, y Estados Unidos, aun cuando las escenas de Kabul puedan verse como una reedición de las vividas en Saigón en 1975, es y seguirá siendo el actor más relevante de la política internacional.