La bandera en concreto

La Estrella Solitaria es una estrella yuma, concebida en el destierro. Indicaba, por un lado, nuestra tendencia hacia el norte, hacia el polo civilizador imperial, y por el otro, un presuntuoso distanciamiento de todo lo que nos anclara al sur
Monumento a la bandera cubana, frente a la Embajada de Estados Unidos en La Habana
 

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Nuestros símbolos patrios han vuelto a ser motivo de disputa entre los operativos de la dictadura y los representantes de la resistencia. En el centro de la querella se encuentra la bandera cubana, lo cual no es de extrañar, pues las banderas vienen al mundo como expresión simbólica de algún conflicto.

Cada bando expresa sus ideas de la manera más abstracta y tonta posible: unas rayas, unas barras y unos flecos sobre algún vulgar cuadrilátero. Solo las crisis de identidad permiten revalorar una bandera y considerarla como algo más que un trapo abandonado a su suerte en el asta de algún concesionario de carros usados.

A lo largo de sus 170 años de existencia, nuestra enseña, creada en Nueva York por ilustres anexionistas, unos caballeros adelantados a su época, ha sido sopapeada, indistintamente, por independentistas, trascendentalistas, reformistas, anarquistas, socialistas, sadistas y diversos procastristas.

Lleva al asta un triángulo rojo en forma de mandil masónico porque Narciso López, Miguel Teurbe Tolón y Cirilo Villaverde, que la crearon en 1849, eran maestros francmasones. Narciso tuvo la brillante idea de poner un ojo en el centro del triángulo, pero la señora que cosió el prototipo se negó rotundamente a bordar algo tan complicado.

Entonces, nuestros próceres pusieron la vista en Texas, bella, libre y recién anexada, como ejemplo a seguir, y le plantaron encima el pentagrama: la llamada Lone Star, en inglés, y Estrella Solitaria, en español. La originalidad no es un rasgo distintivo de las banderas.

Colocar la estrella anexionista en el triángulo fue una trágica premonición. ¿Qué seríamos, qué hubiéramos sido, si el Ojo de la Providencia, y no la Solitaria, nos hubiese definido como pueblo? ¡Maldita mil veces, Emilia Teurbe Tolón! He ahí una aguja enterrada en el dedo del feminismo y su sangrienta historia vexilológica.

Porque la Estrella Solitaria, que durante más de un siglo y medio ha buscado reunirse con sus consortes de causa, es una estrella yuma, concebida en el destierro, en medio de una época signada por el Destino manifiesto y otras ideas controversiales sobre la situación de Cuba en el mapa geopolítico de las Américas.

Esa estrella indicaba, por un lado, nuestra tendencia hacia el norte, hacia el polo civilizador imperial, y por el otro, un presuntuoso distanciamiento de todo lo que nos anclara al sur revuelto y brutal.

Pero la estrella solitaria era una aguja que, a pesar de todo, tendía al sur magnético del norte geográfico. Cuba estaba llamada a ser, como indicaba la estrellita, otro estado sureño de los Estados Unidos.

La Guerra de Secesión y las luchas por los derechos civiles liberaron a Georgia, Virginia y Alabama del peso terrible de su Destino manifiesto. Solo Cuba, la Cuba solitaria, recorrió el camino en sentido contrario: hoy nuestra patria es el último Estado esclavista, el último territorio recalcitrante que reniega de las libertades fundamentales.

El Estrecho de la Florida es la Línea Mason-Dixon que divide sur y norte.

Cuba prefiere vivir virtualmente anexada a los Estados Unidos, que sujeta a una metrópolis europea, impredecible y atrasada. Por eso, sus ciclos socioeconómicos no se miden en planes quinquenales ni en santorales, sino en calendas electorales estadounidenses.

Cuba aborrece a España, que es un mal necesario, mientras espera, como una novia expectante, a su próximo Míster President, el último yanqui portador de amenazas y promesas. Cuba lo espera, estrellada y solitaria, arropada en su bandera neoyorquina. Su suerte dependió siempre de la caridad de los gánsteres, las actrices, los turistas y los pastores por la paz. Su bienestar se balancea al filo del índice de imbecilidad del pueblo norteamericano.

Dicen que la bandera escultórica que los mayorales han levantado frente a la embajada de los Estados Unidos en La Habana proclama, con 80 toneladas de concreto, la dependencia de Cuba de los caprichos de cada administración yanqui. La gente ha visto en el mandil masónico la hoja de una guillotina, y no es de dudar que nuestra enseña aún sea capaz de jugarnos otra mala pasada. Una revolución sangrienta que cercene la cabeza de la vieja clase de terratenientes, amodorrada en sus plantaciones de moringa y avestruces.

Escrito por Néstor Díaz de Villegas

Poeta y ensayista cubanoamericano. Su más reciente libro es José Martí: Estados Unidos en la prosa de un inmigrante (Vintage Español), de próxima aparición.

 

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