Las acciones del Movimiento San Isidro desencadenaron la secuela de la “Guerrita de los Emails” (2007), que se presenta esta vez como una “Guerrita de Ideas” en la que participan actores de todas las tendencias y de todos los rincones de la diáspora, desde Guanajuato hasta Isla de Pinos, y desde Yamila “la Hija de Maceo” hasta Isabel Alfonso, de Cuban Americans for Engagement (CAFE).
Era de esperarse que un hecho histórico de tal envergadura provocara otro tsunami de tinta electrónica. Los cubanólogos se sienten en la obligación de tomar cartas en el asunto, e incluso, de que se deje enteramente en sus manos. Al parecer, la oposición es un problema demasiado serio para ser cedido a los opositores.
Aquellos que en 2014 acusaban de obstruccionistas a todo el que aguara la fiesta de la normalización, se encuentran, a las puertas del 2021, en el bando de los que reclaman que el castrismo dialogue con la disidencia, la misma que ellos culparon de recibir dineros de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Andanadas de cartas, recogidas de firmas y declaraciones de expertos reclaman espacio para la diplomacia y el convenio.
La inminente reanudación de relaciones, apoyada por los profesores, contempla el reconocimiento de una sociedad civil que, de la época de la componenda obamista a estas fechas, se ha radicalizado, concientizado y viralizado, planteándose objetivos diametralmente opuestos a las transacciones estilo Rhodes-Kerry, en las que saldría perdiendo. Si la disidencia ha aprendido algo positivo, es que no se puede aspirar, simultáneamente, al levantamiento del embargo norteamericano y al desmantelamiento del embargo interno castrista.
Porque es un hecho que hay dos embargos, y que uno de ellos se solventará en un marco de legalidad democrática, mientras que el otro, por ser parte integral del mecanismo represivo de una dictadura, es esencialmente innegociable. En este asunto, huelgan las artimañas de los revendedores. Proponer el desmantelamiento del bloqueo interno en Cuba equivale a pedir el fin de la dictadura, y esa asimetría de intereses políticos menoscaba las premisas de cualquier normalización. En nuestro caso, la negociación requiere la destrucción de una de las partes implicadas: el fin del castrismo es prerrequisito y sinónimo de la normalidad.
A la sombra del Movimiento San Isidro han florecido, en los espacios más insólitos, diversas escuelas de pensamiento y estilos de elocuencia, y también en el ámbito discursivo aparece una brecha insalvable entre los continuistas y los amotinados. Los primeros insisten en seguir llamando “revolución” a lo que a todas luces es un movimiento contrarrevolucionario. ¿Cómo podrían reivindicar los jóvenes para la causa democrática una filosofía y una praxis que llevaron al país a la debacle totalitaria?
Cubanos protestan frente al Ministerio de Cultura. Foto: Reynier Leyva Novo
La originalidad del Movimiento San Isidro radica, precisamente, en la denuncia del “revolucionarismo”, variante tardía del infantilismo de izquierda que perpetúa el profesorado. Que los demagogos reclamen hoy para su “revolución” las conquistas de los opositores, como antes pretendieron salvar las “causas perdidas” y los pretendidos “logros de la revolución”, es la última y más aviesa veleidad rehabilitadora.
En contraste con el discurso incendiario de Anamely Ramos y de Omara Ruiz Urquiola, resulta instructivo consultar la entrevista que Julio César Guanche concedió a la profesora Faride Zerán en el portal Palabra Pública, de la Universidad de Chile. En su presentación del profesor Guanche, la doctora Zerán cree oportuno evocar a Alfredo Guevara como a una especie de precursor de San Isidro, enfrentado a la incomprensión de “los burros” de su época, a quienes, según Zerán, el comisario “les enrostraba la frase La revolución es lucidez”.
¿Pudo haberle explicado el colega cubano a la confundida chilena, que Denis Solís y Luis Manuel Otero Alcántara han expresado, en términos inequívocos, que la revolución ha sido un período interminable de embrutecimiento y oscurantismo? ¿Y es lícito acaso citar a Guevara cuando se habla de negros perseguidos? ¿No debió Julio César Guanche mandarla, allí mismo, al carajo?
Del distinguido profesor Julio César Guanche, Faride Zerán nos aclara que “no habla desde Miami, o desde quienes quieren derrocar al régimen cubano”, y en todo el prólogo se cuida de mencionar un solo nombre de disidente, aunque vaya agitando como banderitas los de Silvio Rodríguez, Jorge Perugorría, Fernando Pérez y Ernesto Daranas, esos “artistas e intelectuales que son parte del proceso cubano”. Entonces, en qué quedamos. ¿Derrocamos o no derrocamos?
Guanche, por su parte, no se anda con remilgos al definir a Cuba como “un país cuya política oficial se sigue manejando en términos de partido único”, algo que ni siquiera podría decirse de la Cuba batistiana o del Chile de Pinochet, ambas sociedades pluripartidistas. Pero es un hecho que el profesor jurista ha evitado a toda costa, en el país de la dictadura, cualquier mención de esa palabrota, cuyos derechos exclusivos guarda en un relicario la memoria ahistórica sudamericana. Tampoco es cuestión de ofender a los amigos.
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En la misma cuerda, y dándole una palmadita en el hombro a la innombrable, el científico se pregunta en la entrevista sobre el sentido de “las mayorías” en el contexto cubano, para remarcar seguidamente, y en el mismo aliento, que “es un hecho que una abrumadora mayoría aprobó la actual Constitución con el sistema socialista que consagra”, aunque un momento más tarde aclare que “es difícilmente aceptable que mayorías defiendan, por ejemplo, la política de construcción masiva de enemigos”.
De manera que, para Guanche, no hay mayorías, aunque algunas mayorías sean más mayoritarias que otras; y la mayoría, al menos en lo cubano, no asegura mayorismo. ¡Bravo! Me pregunto si los chilenos habrían ganado el plebiscito de 1988 de haberse guiado por la matemática guanchista. Allí, donde el NO ganó inequívoca y mayoritariamente, garantizando el fin de la dictadura.
La profesora, que no conoce nombres de disidentes, cree estar al tanto de la realidad cubana reflejada en las páginas del Granma. Guanche, sacándose de la manga una lista de cifras irrefutables, le confirma que “de hecho, en medio de la crisis de San Isidro y del 27N, la administración Trump ofreció grants por un valor de un millón de dólares para apoyar iniciativas de la sociedad civil frente al régimen político cubano. No es una cifra aislada: se suma a la de al menos 67 millones que en los últimos cuatro o cinco años han sido destinados a programas orientados a lograr la 'libertad' de Cuba”.
El Rocinante de los dineros de la USAID da una última carrera en el hipódromo del izquierdismo latinoamericano antes de ser jubilado por la nueva conciencia crítica de la juventud anticastrista. ¿Acaso no matan a los caballos?
A esos alumnos suyos que, a principios de año, arrojaron cócteles Molotov y quemaron Santiago, la profesora Zerán, Vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile, les enseñará a repetir “régimen político cubano” y “libertad de Cuba” entre comillas, mientras que Julio César Guanche le pasa por encima con un lápiz corrector a las nociones que surgieron entre la gente desesperada, dispuesta a irse a la cárcel o a la huelga de hambre con tal de llamar dictadura a la dictadura.