Tras una vida entera de trabajo y entrega a “la revolución”, Mariano Cepeda Del Toro reconoce que tanto esfuerzo y sacrificio no le han servido de nada. Vive en un apartamento del barrio conocido como “Fábrica de banderas”, donde se encuentra enclavado un taller para la confección de los gallardetes usados en la propaganda gubernamental.
“Mi casa se está cayendo a pedazos”, cuenta Mariano, “la escalera tiene una rajadura y es un peligro utilizarla, pues varios pasos se han desplomado. Igual sucede con el techo de la vivienda, los pedazos se han venido abajo y el cuarto de mi mamá tuvimos que clausurarlo, porque tiene un inminente peligro de derrumbe”.
En 1982 Mariano cumplió “misión internacionalista” en la República Popular de Angola, durante una guerra que solo dejó “gloria” al megalómano Fidel Castro.
Aunque Cepeda participó en enfrentamientos directos con las tropas enemigas, su misión principal consistió en el abastecimiento de víveres y vituallas hacia el frente de combate.
“Íbamos en largas caravanas de camiones cargados de alimentos y municiones. A veces nos demorábamos hasta cuatro días en llegar a la zona de Menongue, donde se libraba la parte más dura de la guerra, siempre expuesto por todo el trayecto al bombardeo de la aviación, o a las emboscadas que nos tendían por el camino. Entre más nos acercábamos al sur se volvían más frecuentes, pero sobre todo estuvimos expuestos a las minas, que eran el terror de los caravanistas. Más de una vez vi volar en pedazos al camión de la vanguardia, cuando los zapadores no realizaban bien el trabajo de detectarlas”.
A su regreso de la guerra en África, Mariano fue ubicado en la empresa de Servicios Comunales. Primero se ocupó de la jardinería de 5ta Avenida, después trabajó como operario en el camión de la recogida de desechos sólidos.
“Pensé que al regresar a la patria tendrían alguna consideración especial conmigo, por arriesgar mi vida en una guerra lejana, pero fui uno más del montón. Al principio creí que mi trabajo en el carro de la basura era temporal, pero me equivoqué, estuve más de dos años hasta que me hastié y pedí la baja”, dice el veterano.
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Luego, el ex combatiente transitó por diferentes oficios, hasta el día de hoy, que trabaja de custodio en la fábrica de banderas “Tania la Guerrillera”, donde todo indica que terminará sus días como empleado del Estado.
La anciana madre de Mariano está enferma y su hermano padece de trastornos psiquiátricos. Hace poco perdió a otro hermano, el mayor de la familia y también veterano cubano, por el alcoholismo.
“Era un buen hombre, pero en el periodo especial con la reducción de plantillas se quedó sin trabajo, entonces se tiró a la bebida. Él también estuvo en la guerra de Angola, unos años antes que yo y se batió duro. Era mi ídolo y desde pequeño quería imitarlo. Resultó muy triste para mí ver su degradación personal. Se lo comió vivo el alcoholismo”.
Recuerda que “para beber vendía todo lo que había de valor en la casa”.
“Hasta las medallas de combatientes internacionalistas, la mía y las tres de él, las cambió por botellas de ron a un hombre de Santa Fe, que colecciona medallas”, asegura Mariano.
“Mi sueño es arreglar la casa, pero con mi salario es totalmente imposible. El precio de los materiales de construcción está por las nubes y con lo poco que gano apenas me alcanza para los alimentos y las medicinas de mi madre y de mi hermano”.
La vejez de Mariano Cepeda parece un camino minado, tan peligroso como aquellos de la Angola de su juventud: “Yo quisiera demostrarle a mi madre antes de morir, que yo sí puedo hacerlo. Que mi vida de esfuerzo y de tanto sacrificio no fue en vano, pero parece que es una batalla perdida. Necesito ayuda, pero del Estado cubano creo que nunca me llegará”.